Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 2 de diciembre de 2002
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Política

Armando Labra M.

Presupuesto, sopa, moscas...

Quienes elaboraron la propuesta de presupuesto federal para el año entrante se afanaron por cuidar que ni el déficit ni los precios crecieran, cumpliendo con la liturgia de luchar contra la inflación en una perspectiva convencional diseñada por las instituciones internacionales que mandan. Pero resulta que hay una mosca en esa sopa llamada realidad que enturbia la celebración del bienio foxista y también la expectativa de que el presupuesto del Ejecutivo prospere sin modificaciones en el Congreso: la economía mexicana se encuentra deprimida, habiendo crecido apenas 0.6 por ciento en el tiempo del gobierno que hoy cumple dos años un día. Y bueno, tiene usted razón, la sopa llamada realidad no sólo tiene una, sino otras moscas más. Por ejemplo, como la población sigue creciendo más que la producción, el producto por habitante ha decrecido en 1.4 por ciento en sólo dos años, es decir, estamos y somos más pobres que antes del cambio y lo seremos más si no hay cambios, pero Ƒcuáles?

Previsiblemente las premisas del presupuesto 2003 no se cumplirán porque la contracción que conlleva impedirá que la economía crezca al 3 por ciento previsto. Paradójicamente las metas para 2003 sólo se alcanzarán en la medida que el presupuesto de marras sea modificado al alza -gastos e ingresos- por la Cámara de Diputados. El tema podrá sugerir a muchos alzar los hombros con indiferencia, porque finalmente, Ƒcuándo han sido certeros los pronósticos económicos gubernamentales? Claro que nunca, porque nunca se crecía lo esperado, pero se crecía: ahora es diferente, porque de aprobarse el presupuesto en sus términos originales la economía decrecerá, acumulando desempleo, mucho más subempleo, menos exportaciones, mucho menos utilidades y salarios, o sea, menos impuestos, consumo, inversiones y esperanzas. Y es que de lo que se trata hoy, hoy, hoy en México y el mundo es combatir ya, ya, la recesión, no la inflación. Esta aparece no cuando aumentan los precios, sino porque lo hacen de manera desorbitada, lo cual ya no es nuestro caso. Sí lo es, en cambio, la urgencia de crecer, exportar, generar empleos, utilidades, salarios y bienestar. Lo intentan todos en el planeta, Ƒpor qué nosotros no?, Ƒen qué estamos pensando?, Ƒqué esperamos? Es imperativo, urgente, desechar la obsoleta, ineficaz y extemporánea estrategia antinflacionaria expresada en el presupuesto 2003 y pasar a una política económica para atacar el ciclo que deprime a la economía y aplicarnos a estimular la expansión productiva, que sólo puede ser detonada por la inversión pública, seguida por la privada y apuntalada por la social. Acrecentar el gasto y la inversión públicos es considerado anatema por los Savonarolas del dogma neoliberal, pero sólo en México, porque hasta sus más radicales maestros y jefes angloparlantes reconocen que es necesario abatir la recesión y gastar más. Y lo hacen. Por ello Estados Unidos subsidia a sus granjeros y promueve una guerra.

El presupuesto para 2003 que sometió el Ejecutivo a los diputados plantea un déficit de 0.5 por ciento del PIB, cifra que fue de 0.65 por ciento en 2002 y que en ambos casos es falsa, porque todos sabemos que al sumar los adeudos del IPAB-Fobaproa, los Pidiregas, el rescate carretero, las pensiones y otros renglones del pasivo contingente, que son un verdadero moscardón en la sopa, y que pagamos meticulosamente -ahí sí no hay recortes-, nos acercamos más a un déficit real de 4 por ciento. Sin esos adeudos de tan tortuoso origen, el balance económico del gobierno arroja un superávit primario de 2.3 por ciento del PIB, lo cual indica que estamos distribuyendo muy mal los saldos positivos que generamos, así como que es necesario cobrar los impuestos que deliberadamente no se cobran. La OECD reporta que de sus miembros el que menos recauda por impuestos sobre la renta y utilidades es México: sólo 5.3 por ciento del PIB, mientras el promedio es de 13.6 por ciento. Pero no es la magnitud de los déficit o las deudas públicas lo relevante, sino el destino que se dé a los recursos obtenidos por su vía. Si el déficit y la deuda se aplican a pagar errores financieros de dudosísima legalidad y a encubrir y hasta premiar corruptelas, por mínimo que sea el dinero así aplicado resulta ser el más caro e inmoral posible. Si déficit y deuda se aplican a promover el crecimiento de la economía y el empleo, el impacto es deseable y no importa demasiado su monto, si es inteligente y honesta la aplicación de los recursos, que finalmente son de la sociedad, no del gobierno y a ella deben servir, no al otro.

Como a todos nos queda claro después de dos largos años de un gobierno que se agotó a los cuantos meses y que cabalga en la inercia del despiste más costoso de nuestra historia reciente, el rumbo de la nación ha desplazado su centro de gravitación hacia el Poder Legislativo que, en el vacío incubierto por el Ejecutivo, se ve obligado a asumir las responsabilidades y decisiones que es necesario encarar. Afortunadamente, contra adversidades, incomprensiones y resabios, los legisladores hacen su tarea y también la del otro, y son hoy por hoy la única esperanza de los mexicanos de aspirar a una sopa, si no suficiente, al menos sin bichos.

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