259 ° DOMINGO 8 DE DICIEMBRE DE  2002
Las “maravillas” de la tecnología frente al fracaso escolar
“Las computadoras no van a hacer milagros”

DANIELA PASTRANA

Cuando las únicas preocupaciones son los problemas inmediatos de supervivencia, no se puede esperar que la gente se ocupe de todo los demás (cultura, recreación, armonía familiar). Por eso, sostiene el sociólogo francés, Bernard Lahire, la lucha contra el fracaso escolar es una lucha contra la pobreza. “Una política de Estado que realmente quiera abatir el rezago educativo implica mucho más que poner computadoras en las escuelas”, dice Lahire, una de las voces más reconocidas en el tema del iletrismo. En charla con Masiosare, habla de las dificultades de hacer de México un país de lectores

Fotografía:  Ernesto Ramírez¿COMPUTADORAS en todas las escuelas? Bernard Lahire es más bien pesimista. El “milagro tecnológico”, para muchos la panacea que acabará con el rezago educativo, es para este sociólogo francés –una de las voces más autorizadas en el tema del iletrismo– simplemente una complicación extra. “Rápidamente va a venir el desencanto”, dice.

“De lo que nos hemos dado cuenta es que la computadora no va a hacer ningún milagro. No hay ninguna razón para que las cosas (en relación con los procesos de aprendizaje de lecto–escritura) estén mejor con una computadora, incluso podría decir que esto (su introducción en las escuelas) va a agregar problemas”.

Lahire es autor de una decena de libros en los que analiza las desigualdades de acceso a la cultura escrita (sostiene que “las diferencias o las desigualdades frente a lo escrito –difícilmente interpretables en su totalidad en términos de desigualdad– pueden provenir de dos niveles muy diferentes: primero desde el punto de vista de las competencias lectoras y escritoras enseñadas esencialmente en la escuela primaria, y luego desde el punto de vista de las competencias adquiridas a través de una larga escolarización”). Con esa autoridad, desecha la principal oferta educativa de los últimos años en México: poner computadoras en todas las escuelas públicas.

“A menudo se cree que como los niños juegan al Nintendo, van a estar frente a una computadora y van a aprender a leer y a escribir así nada más, jugando, pero esto no es cierto. Esas son ideas de secretario de Estado, de escritorio, pero no es posible que los niños aprendan por milagro”.

Las complicaciones, dice, van desde que el acceso a la máquina es más difícil que el uso del papel y lápiz, hasta la falta de capacitación de los profesores para usarlas. Pero ni siquiera en eso somos originales. “En Francia –lamenta Lahire– también nuestro último secretario de Educación dijo que íbamos a luchar contra el iletrismo poniendo computadoras en las aulas... Creo que la imaginación es limitada”.

Catedrático en la Escuela Normal Superior de Letras y Ciencias Humanas de Lyon, Lahire dirige el Centro de Investigaciones Sociológicas e Históricas sobre la Educación en Francia y estuvo en México, invitado por la embajada de Francia y el Fondo de Cultura Económica para participar en un seminario sobre desigualdad educativa. Masiosare charló con él sobre el fracaso escolar en la educación básica de niños de sectores desfavorecidos, un problema grave en México. (Estudios del Banco Interamericano de Desarrollo elaborados con cifras disponibles hasta 1998, revelan, por ejemplo, que la tasa de culminación en primaria y secundaria en el 10% de la población más rica en México es de 92%, mientras que en el 40% de la población más pobre es de 63%. Las cifras ponen a México por debajo de países menos desarrollados como Bolivia, Costa Rica, Ecuador y Panamá). Para Lahire, la conclusión es evidente:

“Una política de lucha contra el fracaso escolar es una política de lucha contra la pobreza”, dice. “Porque cuando las únicas preocupaciones son los problemas inmediatos de supervivencia, no se puede uno ocupar de lo demás (cultura, recreación, deporte, convivencia familiar). Así que no se puede esperar que la gente acceda a la cultura si no se le ponen situaciones sociales donde la transmisión puede darse”.

Pongamos el caso de México: uno de los países con mayores desigualdades en el acceso a la educación de América Latina, con 53 millones de pobres reconocidos oficialmente y donde –según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE)– menos de 1% de los estudiantes mexicanos de 15 años son capaces de contestar adecuadamente preguntas que requieren competencias lectoras sofisticadas.

¿Cómo hacer un país de lectores en estas condiciones?

“Esa es la pregunta... No sé. Se puede tomar el ejemplo de Francia: un país que no había sido alfabetizado en el siglo XVI y que aproximadamente en tres siglos logró ser totalmente alfabetizado”, ironiza.

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En Francia, cuenta Lahire, muchas prácticas de escritura se dieron en la Primera Guerra Mundial porque la gente tenía que escribirse cartas. Y los hijos de padres analfabetas, en muchos casos migrantes, aprenden a escribir y leer por la necesidad de sus padres de establecer vínculos con una sociedad escolarizada. Ellos los alientan a aprender. Esto lleva a Lahire a una conclusión importante: si bien la escuela –y los maestros– es el lugar central de formación para la lectura y la escritura, no es todo. “También deben existir necesidades. Espero que no forzosamente una guerra, claro. Pero las habilidades, sin la necesidad de utilizarlas no sirven de nada”.

Por eso, una política de Estado que realmente quiera abatir el rezago educativo implica mucho más que poner computadoras en las escuelas. Se trata dice, de tener escuelas “por doquier”, maestros bien capacitados, y prácticas de escritura diseminadas “por todos lados”: escrituras urbanas, letreros, redes de bibliotecas. Incluso se pueden aprovechar lecturas de consumo masivo, como los cómics o las revistas no literarias (“El punto crucial de las dificultades entre los niños de clases populares y la escuela radica en el estatus del lenguaje, pues la forma en que se trata en las aulas es totalmente distinta a la de los barrios o los núcleos familiares”).

“Hay que multiplicar esas cosas, los vínculos con el libro, para que tal vez de una generación a otra se pueda avanzar un poco en el acceso a lo escrito”.

En todo caso, insiste, el rezago educativo es un problema que necesita mucho tiempo y que “no se termina nunca”. “En Francia todavía se habla de los semianalfabetas, lo que se llama iletrados”.

–¿Internet es una ventaja en la construcción de una sociedad de lectores?

–Para empezar hay que tener acceso a Internet. Porque Internet pone en la red a las elites mundiales, las universidades, las empresas, las clases medias, pero las clases populares, que son las que tienen dificultades con lo escrito, todavía están lejos de acceder a Internet...

No es pesimismo, dice Lahire, sólo realismo. Para él, simplemente, “el día en que los ciudadanos sean iguales frente a la escritura, está muy lejos de concretarse”..