La Jornada Semanal,   domingo 8 de diciembre del 2002        núm. 405
Amir Valle
Narrativa cubana actual

LOS VAIVENES DEL PÉNDULO

Recordemos una certeza casi histórica: "a grandes traumas sociales grandes cambios en el interior de la sociedad". Estos cambios, obviamente, también producen esa necesidad de expresarse, de criticar, de cronicar la situación, dando un vuelco más creador al ejercicio artístico y literario en la inmensa mayoría de los países del planeta, materializándose en la eclosión creativa de las últimas décadas del siglo XX y los escasos dos años del XXI; eclosión que ofrece un tercer aire a la literatura latinoamericana frente a las tradicionales potencias literarias del viejo continente.

LA NARRATIVA CUBANA

El fenómeno de la narrativa cubana actual es diferente a la escrita por otras promociones anteriores a 1959: la polarización de núcleos de narradores en distintas provincias del país; el predominio del cuento como escalón primario y sostén de autores que, sólo después de haber sido reconocidos como cuentistas, incursionan en la novela, salvo algunas ilustres excepciones; y un fenómeno algutinador que he denominado confluencia generacional (coexisten narradores de los años cuarenta, cincuenta, sesenta, setenta, ochenta y noventa) en un momento en que la creación alcanza niveles de calidad muy considerables en todas las promociones existentes y señalado por el crítico y narrador Francisco López Sacha como "la vuelta del péndulo", hoy en ascenso.

EL PERIODO DE ORO

Denominado así por el crítico cubano Ambrosio Fornet, el periodo iniciado en 1959 y terminado en 1972 abrió las primeras puertas para el reconocimiento internacional de las letras cubanas. En esos años se dieron la mano en nuestros escenarios literarios José Lezama Lima, Alejo Carpentier, Onelio Jorge Cardoso y Lino Novás Calvo (ya con una obra sólida antes del ’59) con jóvenes narradores como Guillermo Cabrera Infante, Antonio Benítez Rojo, Eduardo Heras León, Jesús Díaz, Norberto Fuentes, Reinaldo Arenas, Reynaldo González, Manuel Cofiño y José Soler Puig, entre otros. Libros como Tres tristes tigres, de Cabrera Infante, Celestino antes del alba, de Reinaldo Arenas, El escudo de hojas secas, de Benítez Rojo, Los pasos en la hierba, de Herás León, Los años duros, de Jesús Díaz, Condenados de Condado, de Norberto Fuentes, Paradiso, de Lezama Lima, El pan dormido, de José Soler Puig y El siglo de las luces, de Carpentier, por sólo citar algunas, constituyen clásicos de la literatura cubana.

EL PERIODO GRIS

Las influencias literarias de lo peor del realismo socialista, la politización de la cultura cubana hasta niveles que propiciaron el esquematismo y la creación de "modelos literarios permitidos" por la lucha ideológica del momento, entre otras muchas causas generalmente de origen no cultural, convirtieron a los años que transcurren entre 1972 y 1980, aproximadamente, en una tierra estéril donde sólo siguieron destacándose algunos nombres surgidos antes de la Revolución y en la época dorada: Dora Alonso, Onelio Jorge Cardoso, Reynaldo González, José Soler Puig, y surgiendo escasos nombres nuevos, entre los cuales destaca la obra (interrumpida por la muerte a sus treinta años) de Rafael Soler, con dos títulos imprescindibles: Noche de fósforos y Campamento de artillería.

EL DESPEGUE DEL PÉNDULO

Francisco López Sacha denomina así al periodo que inicia con la década de los ochenta y que aún no termina. Dos promociones: la de los ochenta (que se inicia a fines de los setenta y consolida en la década siguiente), y la de los noventa (que arranca a mediados de los ochenta y madura en la década de los noventa), junto a una nueva hornada de muy jóvenes narradores caracterizan y enriquecen el panorama de la narrativa cubana actual.

No es justo olvidar que en estas dos décadas, escritos por autores de promociones anteriores, se publicaron libros de valía, tales como Un mundo de cosas, de José Soler Puig; Aquiles Serdán 18, de Félix Pita Rodríguez; Rajando la leña está, de Cintio Vitier; La noche del aguafiestas, de Antón Arrufat;
El polvo y el oro, de Julio Travieso; Cuestión de principios, de Eduardo Heras León; Las iniciales de la tierra, de Jesús Díaz y Al cielo sometidos, de Reynaldo González, por sólo citar algunos.

Si se quiere tener un real acercamiento a lo que sucede hoy en este campo en la Isla (en cuento y novela), debe buscarse de la promoción de los ochenta: Rumba Palace de Miguel Mejides; Un tema para el griego, de Jorge Luis Hernández; El cumpleaños del fuego, de Francisco López Sacha; Donjuanes, de Reinaldo Montero; Habanecer, de Luis Manuel García Méndez; El año 200, de Agustín de Rojas; La Habana elegante, de Arturo Arango; Casas del Vedado de María Elena Llana; Las llamas en el cielo de Félix Luis Viera; Un rey en el jardín, de Senel Paz; Todos los negros tomamos café, de Mirta Yáñez; El rey de La Habana, de Pedro Juan Gutiérrez y Tuyo es el reino, de Abilio Estévez, o la tetralogía de tema socio-policial de Leonardo Padura, y más recientemente su exquisita obra La novela de mi vida.

De los narradores y obras de los noventa (una lista bien amplia) son importantes, entre otros, Las manzanas del paraíso, de Guillermo Vidal; El muro de las lamentaciones,de Alberto Garrido; María Virginia está de vacaciones, de Gumersindo Pacheco; Escrituras, de Rolando Sánchez Mejías; Prisionero en el círculo del horizonte, de Jorge Luis Arzola; Cuentos para adúlteros, de Jesús David Curbelo; Sueño de un día de verano, de Ángel Santiesteban; El derecho al pataleo de los ahorcados, de Ronaldo Menéndez; La estrella bocarriba, de Raúl Aguiar; El pájaro: pincel y tinta china, de Ena Lucía Portela (autora galardonada con el Premio de Cuento Juan Rulfo en 2000); Cibersade, de Alberto Garrandés; Blasfemia del escriba, de Alberto Guerra; Obstáculo, de Eduardo del Llano; El caballero ilustrado, de Raúl Antonio Capote; Las comidas profundas, de Antonio José Ponte; El paseante Cándido, de Jorge Ángel Pérez; Cuentos frígidos, de Pedro de Jesús López; Silencios, de Karla Suárez, y Cañón de retrocarga, de Alejandro Alvarez, por citar sólo los más mencionados por la crítica nacional.

También de los más jóvenes narradores, nacidos esencialmente a partir de 1974, o que entran en pleno reconocimiento a su obra después de 1994, hay que destacar Bad painting, de Anna Lidia Vega Serova; Paisaje de arcilla de Alejandro Aguilar; Anhedonia, de Mylene Fernández; Oh vida, de Adelaida Fernández de Juan; Apuntes de Josué: 1994, de Nelton Pérez o Adiós a las almas, de Jorge Alberto Aguilar.

CODA

Es necesario aclarar que estas reflexiones asumen la posición de insertar a estas obras y a estos escritores como un todo único dentro de lo que ocurre en la narrativa cubana escrita en otros lugares del mundo, con un núcleo esencialmente fuerte en Estados Unidos y autores importantes residentes en otros países. La cultura cubana, vista como un fenómeno único, presenta matices que la hacen una de las culturas más interesantes, ricas y sólidas del continente, junto a las de países que hoy encabezan el universo cultural latinoamericano, como México, Argentina, Colombia y Brasil, sitios de nuestro hemisferio hacia los cuales están dirigidos la mayoría de los ojos de editores, estudiosos y comerciantes del libro en el viejo continente.