La Jornada Semanal,   domingo 8  de diciembre del 2002        núm. 405
Nuestro jefe de redacción, Luis Tovar, viajó a Cuba para hacer esta cosecha de textos inéditos que hemos titulado “Informe cubano”. Aquí se habla de artes plásticas, cine, narrativa, poesía, música y, en general, de cuestiones culturales y artísticas. Publicamos, además, algunos ejemplos de narrativa contemporánea y la entrevista que José Ángel Leyva hizo a Cintio Vitier. En este momento de maniqueísmo, de embates imperialistas y de fundamentalismos de toda laya, resulta esperanzador leer el texto de Joaquín Borges-Triana, que refleja la opinión de sus compañeros de generación. Este número ratifica nuestro afecto por el pueblo cubano y nuestra admiración por la cultura y el arte de la siempre hermana Isla.

Diario de un poeta recién cazado
(fragmento de novela)

JESÚS DAVID CURBELO

Foto: René PeñaPara un poeta, casarse es igual a ser cazado: de ambas maneras pierde la libertad, o muere. Y yo prácticamente nací casado: desde los cinco años, al divorciarse mis padres, sostuve con mi madre un tremebundo matrimonio (se sobreentiende que afectivo) del cual traté de huir en cuanto pude. ¿Cómo? He ahí el error: refugiándome en otras mujeres que también quisieron amamantarme, sobreprotegerme, dictaminar mis actos y ofrecerme patrones de conducta para enfrentar el mundo. A los veintiuno me casé legalmente por vez primera y fue un rotundo fracaso. Tanto, que terminé volviéndome a enlazar con una de mis amantes para enredar las cosas definitivamente.

Pero todo eso lo he contado en otra parte. Ahora se trata de explicarles (y explicarme) por qué no puedo permanecer soltero y, al mismo tiempo, qué me impide portarme como un marido ideal y no andar a la caza de cuanta hembra se brinda a mis manejos o me provoca a caer en los suyos. Aquí debo precisar algo: por si no bastara, a los dieciocho me di cuenta que sería escritor y a los veintitrés (con dos poemarios terminados y un libro de cuentos a la mitad) me desposé terminantemente con la literatura. Una coyunda tan terrible como otra cualquiera: exige tiempo, fervor, oficio y fidelidad. Mas la bigamia es un pecado y lo estoy purgando: sin mi mujer no puedo escribir y sin escribir no puedo acostarme con mi mujer.

Estos apuntes son el testimonio de esa purga. Tratando de escapar al acoso de mi media naranja, me dediqué a buscar (o aceptar) los episodios más extraños con el objetivo de saciar mi libido, acumular vivencias y engañar a mis anchas a Julieta –mi cónyuge– con la literatura. Sólo que a la hora de crear tuve que narrarlo todo con pelos y señales y el exceso de erotismo roza la pornografía. Pero ese no es el final: durante la redacción de esta suerte de diario, al evocar las escenas que habría de transcribir, o imaginar otras que pudieron haber sido en el maremágnum de la fornicación, padecí constantemente unas excitaciones contra las cuales no hubo mejor recurso que despertar a Julieta (suelo escribir de diez de la noche a dos de la madrugada, por un hábito adquirido para defenderme del cariño o la animadversión de las esposas) y hacerle el amor como un demente, de tantas y tan raras formas, que he vuelto a cerrar el círculo y Julieta es, a la vez, ella y el resto de las mujeres. Finalmente, estoy en un atolladero: no sé si engaño a mi mujer con la literatura, a la literatura con la pornografía, o a la pornografía con mi mujer en esta especie de múltiple monogamia.

Soy un caso perdido. Si acaso estas historias les conmueven y sienten un ápice de clemencia para conmigo, no vacilen en tenderme la mano. La confesión es el primer paso para salir del pecado, lo demás lo dejo a vuestra paciencia.

Tatanene cimarrón
(fragmento de novela)

TERESA CÁRDENAS ANGULO

Foto: René PeñaEl viejo Rafaelito me hacía reír y pensar cantidad. Sin embargo, mi abuelo Tata prefería que me mantuviera bien lejos de él.

Rafaelito ayudaba en la lavandería, en la cocina y le tendía la cama a los viejitos impedidos. Además, cuidaba las rosas, los jazmines y el toronjil de menta que era "lo mejor para un estómago flojo".

También, y sin que alguien se lo pidiera, todas las mañanas le ponía un ramito de florecillas silvestres al busto descascarado de Martí, que estaba sembrado en un rincón lleno de vicarias, a la entrada del Asilo.

Un día por poco se busca un problema, porque le dio por decir que ya estaba cansado de ver a Martí tan blanco y tan muerto y, sin pedir permiso ni avisarle a nadie, le pintó al busto unas cejas finas con un mocho de lápiz y le coloreó las mejillas. Después le echó tinta de un pomito y, con los dedos, ennegreció el pelo de cal. Un enfermero lo sorprendió cuando iba a poner "la cabeza viva" en una armazón de palos, pedazos de hierro, jarros, palanganas oxidadas y cuatro bloques de cemento.

Lo llevaron a la oficina del director, pero Rafaelito se defendió diciendo que era una falta de respeto que, de un hombre tan grande, sólo se conservara una cabeza blanca que no decía nada. Por eso, a su manera, también le había hecho un cuerpo.

El carpintero del Asilo volvió a pintar el busto y a Rafaelito le prohibieron terminantemente acercarse
al jardín.

Entonces sucedió algo muy extraño. La hierba mala crecía sin cesar y las flores se secaban una tras otra. Aunque regaran las rosas y el toronjil todos los días, el jardincito seguía muriendo y Martí, otra vez blanco como la leche, tenía una cara de bravo que metía miedo.

Tuvieron que pedirle que volviera al rinconcito encantado.

Dicen que cuando Rafaelito, después de tanto tiempo, posó su mano en la cabeza de Martí, éste enseguida puso cara de bueno, como reconociendo a un amigo verdadero.

La hierba mala desapareció bajo la tierra y las flores y el toronjil perfumaron el aire diez cuadras más allá del Asilo.

Mi abuelo, medio celoso de la magia de Rafaelito, decía que aquella historia era tremendo paquete, "otro chisme de viejos".

Yo, en cambio, no me cansaba de escucharla. En una ocasión, para ver si sucedía algo, me puse a mirar el busto de cerquita, casi nariz con nariz, pero no pasó nada.

De todas formas me hice amiga de Rafaelito y así me enteré de una pila de cosas de su vida.