Anna
Lidia Vega Serova
cuento Billetes falsos Ella caminaba sin prisa, como quien no tiene a dónde ir. Alguien a quien nadie ya espera. Podía estar pensando lo mismo en el dibujo formado por las rayas de la acera craquelada, que en la relación que acababa de perder. Relación convulsa y extraña, rota antes de haber empezado realmente. Un hombre le pasó por el lado. Dos o tres metros adelante ella vio cómo algo se le caía. Lo llamó, pero él no la escuchó, seguía avanzando. Entonces ella se inclinó y examinó el hallazgo. Se trataba de un estuche plástico con dinero. Mucho dinero. En billetes de a cien. ¡Dólares! "¡Oiga!", gritó con fuerzas y corrió hacia él. El hombre se detuvo y la miró confundido. Parecía enfermo. "¿Esto es suyo?", ella mostró el estuche. El hombre comenzó a temblar. "Gracias", murmuraba, "me has salvado la vida. Tú no sabes lo que hashecho..." "Por nada", se encogió de hombros la mujer. "Guárdalo bien para que no lo vuelvas a perder." Siguió su camino. Pensaba en lo que hubiera pasado si no lo llama. En todas las cosas que pudo haber comprado con tanto dinero. También pensaba en que el hombre era raro. Se veía sucio, ¿quién se puede imaginar que un tipo con esa facha tenga tanto billete? En la esquina él la alcanzó. "Mira, tú me salvaste la vida, quiero regalarte veinte dólares." "No te preocupes, chico, eso lo hace cualquiera..." "Veinte dólares", pensaba con tristeza, "yo podría resolver un montón de problemas con veinte dólares..." "Olvídalo", dijo, "es tu dinero,
seguro que lo necesitas..." El tipo seguía insistiendo. La tentación
era insoportable. "Bueno", aceptó al fin, "si crees que te vas a
sentir mejor dándomelo, te lo agradeceré." "El problema es
que habrá que cambiarlo. Sólo tengo billetes de a cien",
explicó el hombre. "Okey, podemos cambiar en aquella cafetería."
Caminaron. "Es un dinero que me mandó mi hermano del Norte." "¿Lo
guardaste bien?" "Sí, ahora sí." "Mira,que si se te vuelve
a perder..." La cafetería estaba vacía. "Espérame
aquí", dijo él y entró. Volvió enseguida moviendo
la cabeza. "No tienen cambio." "Sabes", decidió ella, "no te preocupes,
parece que no está para mí..." "No, chica, yo quiero regalarte
ese dinero. Vamos hasta la tienda." "Es lejos", comentó ella y lo
miró. Tenía una cara agradable y un poco triste. "Vamos",
dijo. Anduvieron un rato en silencio. "Escúchame", comenzó
él vacilante, "yo quiero hacerte una pregunta." "Dime." Ella puso
expresión de niña franca. "No, mejor olvídalo..."
"No, chico, dime, no tengas pena..." "Es que tú no eres de esas
muchachas... " "No te entiendo", disminuyó el paso, "pregunta lo
que quieras. Yo no sé si soy de ésas o de las otras, pero
trataré de responderte la verdad." "Es que no sé cómo
pedírtelo. Te daré cuarenta dólares. Te prometo que
no te voy a tocar, ni tú tendrás que tocarme. Me lo haré
todo solo. Yo iba para la playa a buscar una muchacha para eso. Cualquiera
lo hace por cinco dólares. Pero como tú me ayudaste, te daré
cuarenta." Ella lo observaba comprendiendo lentamente. Cuarenta dólares
es bastante dinero. Además de comprar lo más necesario para
la casa, podría hacerse de un vestido nuevo. No le costaría
nada y le resolvería un problema al infeliz ése. "¿Lo
que tú quieres es sólo mirarme?", preguntó para estar
segura. "Sí", contestó. "Pobre hombre, debe estar tan solo,
tan falta de afecto, tanabandonado..." "Está bien", aceptó
al fin. "¡Gracias!", casi gritó él, "otra vez me salvas
la vida." "No cojas lucha", suspiró ella, "yo puedo comprenderte."
Doblaron la esquina pensando cada uno en lo suyo. "¿No estás
casado?", preguntó la mujer. "Estoy separado. Hace años..."
"¿Y no tienes novia ni nada?" Él movió la cabeza negando.
"¿Dónde podríamos hacerlo? Yo no soy de aquí."
"No sé... Por ahí hay bastantes hierbazales, esto es casi
un monte..." Ella quería saber más sobre él. Aunque
sea el nombre. No se atrevió, temiendo traspasar el límite
que de simples desconocidos intercambiando favores, los convertiría
en alguna otra cosa. "Mira", dijo él, "ahí hay un trillo,
unas matas, podríamos intentarlo." Ella dudó. Faltaban sólo
dos cuadras para la tienda. "Vamos a la tienda primero", propuso. "¿Desconfías
de mí?", preguntó él con cara de perro apaleado. "No",
dijo ella mirando hacia el trillo, "vamos." "¡Gracias, por Dios!
Es que estoy desesperado, tú no sabes lo que es eso, ustedes las
mujeres... Toma." Le dio el paquete que traía. ¿Qué
es eso?
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