Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 9 de diciembre de 2002
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Política

Iván Restrepo

De Bhopal a Nicaragua y México

Hizo bien La Jornada en recordar a los lectores, entre los cuales espero se encuentren las autoridades, la tragedia ocurrida hace 18 años en Bhopal, India, al escaparse 40 toneladas de diversos compuestos tóxicos y peligrosos, entre ellos cianuro de hidrógeno, hexaclorofeno, isocianato de metilo y fosfeno. En la ciudad india la empresa estadunidense Union Carbide (hoy Dow Chemical, la más importante del mundo en su tipo) instaló un complejo agroquímico. Contó para ello con todas las facilidades del gobierno. Mas el 3 de diciembre de 1984, luego de operaciones de mantenimiento en la planta, hubo un escape de sustancias que causó la muerte de 20 mil personas, 80 mil incapacitados y más de 100 mil que todavía hoy tienen padecimientos que exigen atención médica. La negligencia, la corrupción, la falta de medidas de seguridad y control de las autoridades y los propietarios del complejo ocasionaron la peor tragedia en la historia de los agroquímicos. Ninguno de los responsables sufrió condena mientras la empresa pagó una parte mínima por los muertos y los daños a miles de personas y al ambiente.

América Latina no es ajena a las tragedias por la fabricación, venta, transporte y uso de plaguicidas. Baste mencionar la ocurrida el 3 de mayo de 1991 en Córdoba, Veracruz, al incendiarse las instalaciones de Agricultura Nacional de Veracruz (Anaversa), donde se almacenaban y elaboraban diversos compuestos químicos. Varias veces hemos comentado aquí las irregularidades con que funcionaba la empresa y la impunidad que cobijó el caso: cero culpables en el sector público y en el empresarial y carpetazo al asunto. Las víctimas, bien, gracias.

Otra tragedia se registró en Centroamérica: durante los pasados 40 años en plantaciones bananeras se aplicó indiscriminadamente un compuesto llamado nemagón o fumazone, nombres comerciales del Dibromo Coloropropano. Ocho multinacionales elaboraron, vendieron y utilizaron este compuesto tóxico y peligroso; aunque sabían que causaba serios daños a la salud y al ambiente, nada hicieron por retirarlo del mercado. Tampoco actuaron los gobiernos bananeros de ese entonces y se aplicó durante lustros en Nicaragua, donde provocó casi 300 muertes y dejó a miles con problemas de salud.

Luego de la caída del dictador Somoza, los afectados se organizaron y exigieron justicia. Después de una larga y tortuosa lucha contra la impunidad y el olvido, a principios de 2001 la Asamblea de Nicaragua aprobó una ley especial, la 364, que respalda las demandas de los campesinos y obreros víctimas del nemagón. Estamos hablando de 6 mil personas que entablaron juicios ante los tribunales contra las trasnacionales bananeras y agroquímicas. Pero pronto se dejó sentir el poder de las empresas: por conducto del embajador estadunidense comenzaron a mover su influencia ante instancias oficiales de Nicaragua para impedir el cumplimiento de la citada ley y dejar sin efecto las demandas de los afectados. El expediente más fácil fue declararla anticonstitucional y derogarla. Con una premura digna de mejor causa, instancias judiciales apoyan esa opinión. Mas todavía no se toma la última decisión legal al respecto.

El actual gobierno de Nicaragua está empeñado en castigar la corrupción de que hicieron gala el anterior presidente, Arnoldo Alemán, y su grupo de incondicionales. Cada día salen a flote los malos manejos, el saqueo del erario y de las empresas gubernamentales, el tráfico de influencias que distinguió su mandato, así como los acuerdos del pasado para fomentar y proteger la inversión extranjera procedente de Estados Unidos. Entre esos acuerdos seguramente estuvo dar carpetazo al caso del nemagón. Ojalá no sea así.

Mientras, en México, un grupo ciudadano, encabezado por la activista Patricia Díaz Romo, acaba de publicar los frutos de los estudios efectuados durante varios años en Nayarit sobre los efectos que causan los agroquímicos en la población de esa entidad, en especial la indígena que trabaja en los campos tabacaleros. Se trata de un asunto que por su trascendencia merece un comentario mucho más amplio. Lo prometemos.

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