Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 15 de diciembre de 2002
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Política

Juan Saldaña

Una cólera actual

Tuve el privilegio de conocer a León Felipe en diciembre de 1966, apenas dos años antes de su fallecimiento. Una amiga común me condujo, una tarde feliz, hasta su casa en el viejo departamento de la colonia San Rafael.

Siempre, desde entonces, he deseado pensar como factible que León me haya aceptado como su amigo, pues, de manera invariable, a partir de esas fechas me franqueó las puertas de su casa y también las de su voluntad y las de su espíritu iconoclasta y libérrimo.

Experimenté su generosidad no por abrupta menos sincera y natural, porque León fue un ser humano que nació para dar. Lo dio todo. Lo regaló todo. Obsequió a México y a los mexicanos su presencia entre nosotros, sus pasiones, sus blasfemias, sus lágrimas y sus disfrutes. Supo calar hondo en el espíritu de México y, sobre todo, amó a estas tierras. León Felipe fue profundamente amoroso con estas tierras y con este pueblo.

Transterrado de España, después de la guerra civil, algo lo distinguió del resto de sus compañeros del exilio.

Académicos de valía, hombres de negocios, comerciantes y campesinos españoles llegaron a México transidos de incertidumbres y de angustias ante el futuro incierto que les esperaba en sus nuevas realidades. El México de Cárdenas los recibió con los brazos abiertos, pero, a la postre, se trataba para todos ellos del inicio de una nueva vida.

Para esas fechas León ya era un vagabundo. Años antes de la guerra española León había transcurrido por el mundo. Su trayecto vital le llevó de la natal Alcarria a distintas provincias de España, para después viajar a Africa y a América. Vivió y casó en Nueva York, con Berta Gamboa, maestra mexicana a quien había conocido en nuestro país.

Sí, León Felipe era ya un trotamundos cuando su valor y sus creencias le llevaron a España para luchar por la República.

De regreso a México, aquí sentó sus reales. Aquí vivió y aquí soñó, día con día, con la liberación de España y la derrota de la inicua dictadura. Aquí lloró las desgracias de España y de su mundo. Aquí amó profundamente y aquí blasfemó y gritó con sus poemas.

León Felipe fue siempre profundamente español y antes que todo, profundamente humano. Siempre y al final León fue un ciudadano del mundo. Cantó con amor y con despecho a la España de la realidad y de sus sueños de justicia y equidad. Cantó a Dios y a los demonios que, sabía, atisbaban en muchos de sus enfebrecidos poemas.

Inveterado blasfemo puso en duda todo y todo lo afirmó como parte de este mundo que transcurrió todos los días de su vida con cólera y con llanto. Indignado condenó a las tiranías del mundo y se alejó de siempre de cualquier forma de sometimiento. Espíritu libérrimo, cantó al amor entre los hombres y entre los pueblos. Interrogó a Dios por las desgracias del ser humano. Gusano, crisálida, ave y nube supo ver a su mundo desde su ignoto rincón de poeta iracundo y rebelde. León Felipe vivió íntegramente, intensamente, minuto a minuto todo su tiempo.

Con indignado pregón condenó la abolición de las calidades humanas. Denunció y maldijo la opresión. Señaló con verso palpitante desmedros e injusticias y, hombre de sus tiempos, sintió y gritó contra desmanes e injusticias.

Oíd ese pregón:

"El destino del hombre está en subasta.

Miradle ahí, colgado de los cielos

aguardando una oferta... ƑCuánto? ƑCuánto?

ƑCuánto, mercaderes?"

Y con la misma pasión León Felipe reflexionó en la poesía. En su propio quehacer. En su habitáculo natural.

"En su esencia Ƒqué es la poesía? Yo no sé lo que es la poesía. Y no me importa ahora mucho definirla exactamente. Me basta con conocer los caminos para llegar a ella. Me basta con saber que hay un solo camino para llegar a ella: el camino del infierno".

León Felipe nos dejó el 18 de septiembre de 1968. Más de una treintena de años después, en algunos de sus poemas y, sobre todo, en su iracundia me parece que asoman algunas de las furias de hoy en día.

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