Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 26 de diciembre de 2002
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Política

Adolfo Sánchez Rebolledo

Irak en la mira

Hace años las celebraciones navideñas eran verdaderamente fechas especiales, pues por un momento en estos días la humanidad creyente hacía las paces, pasando sobre las reyertas cotidianas y las batallas más clamorosas. Había, por así decirlo, una correspondencia entre los sentimientos y la realidad, o por lo menos la gente así lo creía. Ahora, en cambio, no hay tregua que valga en Belén, Washington o Bagdad, a pesar de la nueva religiosidad que envuelve las prédicas de los guerreros contemporáneos. Es en nombre de Dios que el presidente Bush persigue al eje del mal, moderna encarnación del demonio, mientras en las antípodas el terrorista Bin Laden confirma la jihad contra los infieles, enemigos del Islam. Tal pareciera que bajo el milenarismo de ambas posturas solamente hay fines espirituales y no intereses burdamente materiales, afanes de dominio y voluntad de poder.

Tras el 11 de septiembre, luego del derrumbe del régimen talibán, que no pudo impedir la fuga de Bin Laden, cuya cabeza la CIA prometió entregar clavada a una pica en la Casa Blanca, la obsesión del presidente Bush es derrocar al gobierno iraquí que comanda Saddam Hussein, dictadorzuelo que bajo otras circunstancias sólo recibiría el desprecio universal de la sociedad civilizada. Para convencer a la humanidad de las virtudes de la nueva aventura en el golfo Pérsico, los propagandistas del Pentágono han vuelto a reciclar las viejas imágenes de la Tormenta del Desierto con la promesa de que, ahora sí, Bush hijo completará la tarea que su padre dejó inconclusa. Más aún: ya comenzaron las gestiones para unificar a la oposición iraquí a fin de establecer, en cuanto se tenga una cabeza de playa en las dunas iraquíes, un gobierno bajo control de Estados Unidos, un poco siguiendo la línea exitosa ensayada en Afganistán.

Se aduce como gran pretexto el combate al terrorismo, pero en realidad, como ya lo han demostrado numerosos analistas independientes, el interés de la Casa Blanca por eliminar al gobierno de Hussein tiene otras claras implicaciones geopolíticas y económicas.

Los estrategas estadunidenses piensan que controlar Irak es fundamental para mantener la supremacía de sus fuerzas en esa parte del globo, pues un gobierno pro estadunidense les permitiría poner orden (su orden) en esa hasta ahora conflictiva región, fuente permanente de problemas e inseguridad para ellos y sus aliados, en particular Israel. Sin la presencia de Hussein sería más sencillo doblegar a otros países islámicos que por diversas razones se resisten a plegarse a la hegemonía israelí en la "solución" del espinoso problema palestino. Pero, sobre todo, está el petróleo, razón última del prolongado interés de la familia Bush en esa región. Hay evidencia de que una vez controlado el paso afgano, Estados Unidos tendría la posibilidad de arrebatar a Rusia y sus ex repúblicas el monopolio de las rutas orientales del oro negro y abriría a sus compañías un acceso privilegiados a los yacimientos iraquíes, que en razón del bloqueo hoy se hallan subutilizados.

Para obtener esos objetivos, montado en la campaña contra el terrorismo, Estados Unidos está forzando la marcha de los preparativos. Hace unos días, como regalo navideño, el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, adelantó que el esperado ataque a Irak se producirá de un momento a otro, una vez que se haya puesto a punto la maquinaria de guerra. La poderosísima propaganda yanqui ha creado una vigorosa sensación de miedo ante la posibilidad de que los iraquíes estén fabricando armas de destrucción masiva, sobre todo químicas y radiactivas, pero la verdad es que ese argumento, trasladado a la ONU, parece un pretexto para ganar tiempo y hasta cierto punto legitimidad para una ofensiva que se espera inevitable, sea cual fuere el resultado de la inspección in situ de los expertos enviados por el organismo internacional. Cabe recordar que hasta ahora no se han encontrado tales armas ni tampoco una conexión comprobable con el terrorismo de Al Qaeda.

No dicen, claro está, que si alguna vez Saddan tuvo y usó esas armas fue porque sus entonces aliados estadunidenses se las proporcionaron para contener al fundamentalismo de los ayatolas iraníes.

En fin, la Navidad con su carga de religiosidad no ha impedido que el peligro disminuya. Todo lo contrario, las pretensiones más miserables por su materialidad y por la violencia que suponen nos llegan edulcoradas por el código de la compasión y los libros sagrados. Uf, ver para creer.

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