Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 29 de diciembre de 2002
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Política
Rolando Cordera Campos /I

La integración necesaria

Es probable que el genial diseño de Keynes para su mundo de la posguerra nunca haya sido viable, pero tal como los estadunidenses lo dejaron rindió frutos indudables. Propició la emergencia y consolidación de los estados de bienestar que aún perviven y abrió oportunidades para el mundo en desarrollo que algunas naciones pudieron aprovechar ampliamente hasta reconfigurar, al menos parcialmente, el mercado mundial y la estructura productiva internacional. Los países que "la hicieron" no hicieron mayor caso de las recetas en boga y en esa medida se portaron como keynesianos "profundos", fueron más allá de la sabiduría convencional que volvía por sus fueros y se volvieron economías industriales de punta a cabo y ahora algunas de ellas, como Corea del Sur, de plano formaciones económicas desarrolladas, equiparables o superiores a las economías medianas de Europa como España.

En América Latina se desplegaron también enormes esfuerzos de transformación y desarrollo que dejaron una estela de mudanzas que sólo los necios pueden minusvaluar. Hacer esto último fue moda avasalladora en los años inmediatamente posteriores a la explosión de la crisis de la deuda y se codificó presuntuosamente en el Consenso de Washington, pero los frutos de tanta pedantería hablan hoy más bien de victorias pírricas, tanto en el frente conceptual como en el propiamente político-económico. La región vuelve a encarar circunstancias de ominoso desaliento y la tranquila mediocridad mexicana no es más que una excepción transitoria que confirma la maldición que ha hecho presa de este "extremo occidente": el mal crecimiento económico imbricado de manera férrea con la peor distribución social del ingreso y la riqueza de que tengamos memoria. Y todo ello, ahora alojado en el nicho democrático que ya resiente la tirantez de tejidos rotos y tentaciones desintegradoras de todo tipo.

La hora de plantearse cambios en serio y no de mero maquillaje mercadotécnico se acerca, y las evoluciones en Brasil, por un lado, y en Argentina por otro, empiezan a dibujar el mapa de opciones que América Latina y nosotros con ella tendremos que explorar en el futuro cercano. Deberá ser, como ocurrió entre los años 30 y los 50 del siglo xx, una exploración ilustrada pero sin cartas claras de navegación, porque otra vez nos adentramos en mundos nuevos, nada generosos, y por lo pronto más hostiles que los de aquel tiempo, entonces inspirados por la convicción alentada por hombres como Keynes, de que los desastres de los años 20 no debían ocurrir más.

Nadie proclamó ayer la conveniencia de economías aisladas y culturas cerradas, como luego dijeron los del ahora tristemente célebre consenso. Lo que se buscaba era otra manera de vincularse al mundo y de aprovechar nacionalmente las maravillas tecnológicas que la guerra había hecho emerger y que la organización económica internacional en ciernes prometía hacer circular en beneficio de todos. Nadie podría ahora, visto el panorama desolador de experiencias como la argentina, proponer que no queda más camino que el del encierro, aunque en aquel país parezca viable intentar por un tiempo algún tipo de "endogenismo profundo", ruta que, sin embargo, se antoja demasiado costosa e impracticable para la mayoría de las naciones, desde luego para la nuestra.

Lo que está en cuestión no es la huida en estampida de la globalización conocida, sino la posibilidad de un esfuerzo multinacional por dar al proceso una dimensión menos lejana y ausente de las experiencias locales y nacionales, hacerla más nacional sin caer en oxímoron alguno que de contrabando quiera hacer pasar como legítima una vuelta atrás que es imposible y que, de intentarse, sería desastrosa. Esta es la encrucijada.

Lo que debe empezar a indagarse y pronto es el derrotero de otra integración que nos permita ser "contemporáneos de todos los hombres", pero no al costo de fracturas que ponen en peligro esa actualidad, porque dañan de modo radical al conjunto humano que la busca sin meditar y sin contar con el compás y la brújula adecuados. Inventar y volver realista una ruta sensata para la integración mexicana con el norte, pero también con el sur, debería ser propósito de nuevo año, ahora que nos preparamos para dar al gobierno del cambio una visitadita. Veremos.

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