Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 29 de diciembre de 2002
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Cultura

Bárbara Jacobs

Rondar la locura

Según esto, Lunas se encontraba trabajando en la última versión de una novela cuando tomó la determinación de poner un punto final, no a su trabajo, sino a su vida. Se lo oí decir a un colega de mi profesor de literatura de la preparatoria con el que, hace apenas una semana, me senté a conversar en un café, después de años de no verlo ni de saber cómo le podía estar yendo.

El tiempo se había encargado de hacerme creer que una materia como la que él me impartió en el pasado tenía, después de todo, algo que ofrecer a largo plazo. El era arquitecto, Ramón Fulgueira, y en aquel entonces lo que enseñaba era dibujo. Si cuando fui estudiante consideraba inútil aprender a dibujar, y por lo tanto sufría de verdad ante la hoja en blanco sobre la que debía proyectar por ejemplo una silla, más tarde, al encausarme en la carrera de letras, lamenté no haber superado mi incapacidad como dibujante, pues ser capaz de trazar una fantasía es muy buen recurso para posteriormente lograr plasmarla en palabras, cosa ésta que sí resulta esencial en el trabajo de un escritor.

Me atreví a registrar esta digresión para que se entienda la mezcla de emociones que se apoderó de mí al volver a ver a alguien cuyas enseñanzas pasadas lamentaba de manera especial no haber aprendido. En nuestro encuentro casual, consideré una cortesía de su parte que encaminara su plática hacia Lunas; me demostró que recordaba de aquellos años mi afición a la literatura, y el gesto reforzó mi confianza en mi interlocutor, atento, aparte de habilidoso, al no hacerme a mí ninguna referencia a nada que se acercara al término dibujo ni mucho menos a su representación.

Haciendo a un lado que quizás yo habría preferido exponerle precisamente el fruto de mis reflexiones en torno al tópico de lo humano que es no aprender en su momento lo que la vida te ofrece y, sólo una vez que es demasiado tarde, lamentar no haberlo aprendido, me dispuse a escucharlo contarme que, en ocasión de cambiar por un domo el techo de la casa de Lunas, muerto él, pues la viuda, que fue quien solicitó sus servicios, decía desear "luz, más luz" con que animar, más que sus días, la tarea de ordenar los papeles de su difunto esposo, había hojeado el último diario de su infortunado colega y leído textualmente: "Temo estar volviéndome loco", a manera de últimas palabras.

En vista de que la viuda de Lunas sorprendió al arquitecto en su lectura indiscreta, le comentó que, al final de sus días, su marido estaba escribiendo una novela y que, al igual que sucedía a todos los novelistas que ella llegó a conocer en ese trance, Lunas, en efecto, parecía estar volviéndose loco. "Parece -me explicó Fulgueira- que Lunas pasaba días sin dormir, y que no comía otra cosa que nueces, mismas que abría con los dientes al tiempo que lanzaba gritos como de actor que hace el papel de un loco que abre una nuez con los dientes en una obra de teatro para niños."

No le pregunté si él había inquirido de qué trataba la novela de Lunas, ni si existía o si fue destruida. En este caso, por quién, si por él mismo, por la mujer o por alguna otra persona. ƑO constaba en el archivo de la policía? Y no formulé estas preguntas porque me intrigaba más averiguar si alguien capaz de darse cuenta de que puede estar volviéndose loco está, realmente, en vías de perder la razón; o, por el contrario, si esa conciencia, por más temor que ocasione al que la padece, es la prueba inequívoca de que, por fortuna y aunque atemorizado, está en control de sus facultades mentales, o en sus cinco, como dicen. Era un hecho, por otra parte, que mi profesor de literatura estaba loco; es decir, se dedicaba a algo inútil; sufría por algo inútil. Y entonces, Ƒa qué tanto extrañamiento y tanto temor?

Al terminar de tomarnos nuestra segunda taza de café, Fulgueira y yo dimos igualmente por terminado nuestro encuentro. Camino a casa lamenté, más que a lo largo de todos los años que me distanciaban de mis clases de dibujo de la preparatoria, no haber vencido mi temor a ser incapaz de dibujar una silla, consciente como estaba de, en cambio, sí haber vencido el temor a ser incapaz de escribir una novela, por ejemplo, y correr el riesgo de temer, como temo, estar volviéndome loca.

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