舠La calle es de quien la camina, las fronteras son asesinas舡: Coyotas:

IX Encuentro Feminista Latinoamerica-no y del Caribe: discurso antineoliberal sin carne ni emoción

-- Imposibilidad de revisar nuestra historia y propuestas
-- Pereza para pensar cómo fuimos engañadas por el proceso de desarrollo

Francesca Gargallo - Las mujeres en la globalización somos a la vez personas y mercancías, carne de producción, consumo y desperdicio. Algunas feministas, las más institucionales, afirman que en ella podemos lograr el tan cacareado empoderamiento; en realidad, la globalización es la puerta para que la pobreza y el asesinato se declinen en femenino. El feminicidio es un hecho que adquiere puntas alarmantes en Ciudad Juárez y en Dominicana, en Pakistán y en España, porque el machismo mata y porque los capitales nunca han dejado de ser conservadores: se necesitan mujeres en las maquilas, pero somos sobrantes y deben asustarnos para que nuestro lugar en la producción no sea sino un matrimonio con el sistema舰. y la calle, la vida, la economía sigan siendo ámbitos ajenos a nuestra autoridad.
Éstas eran las ideas de Las Coyotas antes de partir para el IX Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, dedicado a la 舠Resistencia activa frente a la globalización liberal舡, el pasado 23 de noviembre. Salimos de la Ciudad de México, nos fortalecimos en Tehuantepec, marchamos el 25 en San Cristóbal de las Casas, dialogamos con las Lesbiradas y con Renée de Flores en Guatemala, con Mercedes Cañas y varias feministas ligadas al arte plástico, a los derechos humanos y a la resistencia a la globalización en El Salvador, dormimos en casa de Zoila Madrid y nos encontramos con las Engavilladas en Honduras, cruzamos el territorio nicaragüense que tanta pena nos da y llegamos a Costa Rica, donde en la espera del ferry, entramos al abrazo con todas las demás.
Las Coyotas se organizó como una colectiva de viaje para encontrarnos en el camino con las feministas que no quisieron participar en el IX Encuentro porque sentían ajeno el tema, para caminar la tierra que los aviones sobrevuelan, y para denunciar que es en las fronteras donde la globalización evidencia todas sus contradicciones: espacio físico por el cual cruzan sin impedimento los capitales, pero donde las personas son detenidas, vilipendiadas, asaltadas por la corrupción institucionalizada de la burocracia. Las Coyotas amamos la tierra que no tiene límites; nuestra acción política fue negarnos al miedo a la carretera y a la libertad, ahí donde el sistema global-patriarcal hace de todo para robarnos nuestro derecho a la libre circulación, garantía individual fundamental.
Las Coyotas fuimos siete: Fabiola y Mónica son chilenas, Helena es mexicana, Sole española, Zoila y Melissa hondureñas y yo, pues, a pesar de ser una escritora mexicana, sigo siendo una ciudadana italiana. Cruzamos cinco fronteras de ida y de vuelta con nuestro andar feminista al grito de: 舠La calle es de quien la camina, las fronteras son asesinas舡. Agarradas de la mano, caminamos las tierras de nadie del istmo centroamericano. Las Coyotas tomamos nuestro nombre del animal que en algunas tradiciones del norte de México ha dado origen al cielo y la tierra, pues de la leche de la coyota brotó la vía láctea. Además muchos campesinos centroamericanos no pueden nombrar sus 舠toyotas舡, es decir sus pick ups, y las llaman coyotas: a ellos nuestro homenaje. Y 舠coyotas舡 implica animales que no reconocen fronteras, amén que sea el femenino de coyotes. Así Las Coyotas alebrestamos a los cientos de transportistas varados en las fronteras entre El Salvador y Honduras porque no estaban en la ruta de la globalización, que sólo fomenta el comercio de los productos manufacturados por y para las empresas trasnacionales, esas mismas que especulan con los salarios de hambre del que, hace tiempo se pensó, podía ser un mundo en vía de desarrollo. La calle es de quien la camina, las fronteras son asesinas, coreado una y otra vez por nosotras, es ya un lema que recorre Centroamérica y que los transportistas están haciendo suyo.
Las Coyotas fuimos detenidas en la frontera nicaragüense porque mi coche tiene placas del Distrito Federal y los centroamericanos necesitan vengarse por los maltratos que reciben en la frontera mexicana; al mandarnos a revisión antidrogas, el poder microscópico que puede creerse omnipotente en el espacio reducido de la frontera terrestre, nos demostró una vez más el contubernio entre moraleja, satanización y capital, pues es obvio que la excusa del narcotráfico es ya un arma de agresión contra la libre circulación de la gente en el territorio globalizado.
Ahora bien, en Playa Tambor, la resistencia activa frente a la globalización neoliberal del movimiento feminista resultó ser un incongruente y monótono, aunque inteligente, discurso que se repitió en cuatro plenarias.
Hubo consenso en el repudio, pero imposibilidad de expresarlo en una forma en que las feministas pudieran reconocer su historia y su propuesta. Se manifestaron posiciones que iban de la radicalidad de la denuncia de la globalización del feminicidio, a la pasividad frente a la feminización de la pobreza, pero por sobre todas campeó una sensación de desasosiego frente a la falta de fuerza de nuestras voces. Una generalizada pereza de pensar y exponer, una vez más, cómo fuimos engañadas por el proceso de desarrollo.
Los discursos manifestaban un simbolismo sin carne ni emoción. Nuestra espiritualidad, invocada para frenar los fundamentalismos de las religiones institucionalizadas, brilló por su ausencia, convirtiéndose en un remedo de misa, un juego que nos aburrió y desesperó. Además, la reflexión sobre la realidad de las mujeres en la globalización se veía ridiculizada por el hecho de estar hospedadas en un hotel de una cadena transnacional, para cuya construcción se había devastado un manglar en una zona ecológica supuestamente protegida.
Nuestro encuentro, como señaló la chilena Margarita Pisano, no tenía un motivo que surgiera de las entrañas del feminismo entendido como teoría política vital; tan sólo intentaba hilar un aporte del movimiento a la crítica mundial sobre la imposición del modelo de globalización neoliberal. Desde esa perspectiva, poco importaba que la posición absurda de Magaly Pineda sobre una supuesta ciudadanía global en la que las mujeres deberíamos agradecer al neoliberalismo el trabajo que nos proporciona en las maquilas, fuera rechazada en bloque y que Edda Gaviola (chilena) le recordara a la dominicana que la política de empoderamiento no es sino una política de matrimonio con el poder, ahí donde 舑digo yo- el matrimonio ha sido siempre el instrumento del patriarcado para apropiarse del poder de vida de las mujeres. Las violencias en la globalización son múltiples y la guerra, la violencia civil, intrafamiliar y sexual, así como la explotación laboral y ecológica implican la mercantilización del discurso de los derechos humanos y el abandono de su defensa real, lo cual, insistió Gaviola, demuestra que la globalización no puede siquiera dejar de cometer abusos graves.
Ana Arroba (Costa Rica) habló brillantemente de los efectos devastadores de la medicalización del cuerpo de las mujeres, territorio de ganancias de la industria bioquímica y cosmética, debido a la imposición de una idea de salud que la economía de mercado controla; Neusa das Dores Pereira (brasileña) compartió las técnicas de resistencia que se dan en el proceso de construcción de un sujeto político feminista no racista ni sexista, en los barrios y las ciudades de provincia de Brasil, que es el segundo país del mundo (después de Sierra Leona) con la peor redistribución de ingresos; la panameña Tania Rodríguez hizo un esfuerzo hermenéutico para analizar los orígenes de las feministas de los años 1970 y el de las que se están incorporando ahora, ubicando en la militancia política el móvil de nosotras y en la academia, el de las mujeres jóvenes. No, no fue la falta de discursos brillantes y estudios radicales lo que hizo del IX un encuentro aburrido. Puede ser que ya no necesitemos misas trienales. ¿Quién desea ir a Brasil en 2005?