Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 7 de enero de 2003
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Cultura

Teresa del Conde

Cuerpo y espíritu

Con este título Pinacoteca 2000 produjo uno de los libros más interesantes que vieron la luz durante el ocaso de 2002. El volumen, auspiciado por la Secretaría de Salud, es una edición de lujo, que sólo aparentemente se corresponde con los llamados coffee table books; lo bueno es que trasciende esa condición, es mucho más que eso y la lectura de los textos no sólo se constituye en una encomiable guía bibliográfica brillantemente comentada, que tiene como tema la medicina en las creaciones literarias, sino que entrega además el estilo y el enfoque de los respectivos autores, sus aficiones literarias, sus conocimientos médicos y sus insights respecto a un tema interesantísimo.

Efectuada la primera revisión (previa a la lectura de los cuatro textos ) me intrigó y hasta me molestó que las láminas -reproducciones de pinturas, la mayoría muy conocidas, bien fotografiadas e impresas- no fueran acompañadas con su pie de foto. Pensé que el lector no avezado en reconocer pinturas iba a tener que remitirse continuamente al enlistado que aparece casi al final del libro para saber que tal o cual cuadro es, por ejemplo, de Villalpando, Alfredo Ramos Martínez, Herrán, Jim Dine, Helena Vieyra da Silva, Héctor Quiñónez, Francesco Clemente, etcétera. Pero pronto me di cuenta de que eso era propositivo. Precisamente que los textos sean -contra lo que suele acontecer en los coffee table books- indispensables para adentrarse en el tema del libro, determina que el ojo no se satisfaga con disfrutar las láminas y las apostillas que las acompañan. Es cierto que de algún modo ilustran los contenidos, pero a la vez se mantienen como instancias propias. Pienso que se trata de una investigación iconográfica pocas veces tan bien conseguida; fue realizada por Francisco Montellano, a quien sólo le reprocho lo que es muy probablemente una errata tipográfica garrafal: en la página 117 aparece un acercamiento del conocidísimo autorretrato de Goya en su estudio, de cuerpo entero, ante el caballete, probablemente realizado hacia 1792, apenas antes de la crisis que lo postró a principios del año siguiente. En el enlistado de ilustraciones encontramos que esa obra es de Francisco Corzas. Si se trata de una copia que Corzas hizo del cuadrito de Goya, que mide 42 por 28 y que se encuentra en la colección Villagonzalo de Madrid, habría que haberlo especificado así, pero creo que lo que sucedió fue otra cosa que me interesa analizar, porque se trataría, por parte del revisor final del libro, de un lapsus o acto fallido que respondió a una especie de cumplimiento de deseo. Lo digo porque colegas aproximadamente contemporáneos de Corzas, que además lo estimaron y lo quisieron, se encuentran ilustrados en el libro. Me refiero a Rafael Coronel, a Tomás Parra y a Leonel Góngora, quien falleció hace relativamente poco; los otros dos afortunadamente gozan de buena salud y Corzas murió a los 46 o 47 años en 1983, misma edad que tenía Goya en el autorretrato que menciono. Como el primer nombre de ambos pintores es Francisco, la errata se vio potenciada por metonimia, es decir, por contigüidad.

A la pintora y correctora de estilo Gilda Castillo no se le hubiera escapado la sustitución de nombres, pues de sobra conoce no sólo el autorretrato de Goya al que me refiero, sino también uno a tinta (realizado con pincel) que pertenece a las colecciones del Metropolitan de Nueva York y que es ligeramente posterior. Cabía entonces al último revisor haber reparado en el error, cuatimás que en la página adjunta Jorge F. Hernández, autor de "Dolor de letras", menciona a Beethoven, a Goya y a Jonathan Swift que sufrieron el menoscabo o la pérdida de sus sentidos auditivos.

Aunque se trata de una errata interesante, que he intentado describir y hasta justificar, yo creo que los editores pueden todavía reparar ese error antes de la presentación llamémosle "oficial" del libro, que habrá de tener lugar próximamente. Desde mi punto de vista habría que sustituir, así fuera a mano, Goya por Corzas (a quien le encantaba Goya, por cierto), pero si eso no fuera factible, basta con adherir allí la fe de errata.

En otra ocasión me ocuparé de los ensayos, todos de muy buen nivel, que corresponden al médico y escritor Mauricio Ortiz, al historiador Jorge F. Hernández y a los escritores Eusebio Ruvalcaba y Miguel Angel Echegaray.

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