Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 10 de enero de 2003
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Política

Horacio Labastida

Causas profundas del conflicto

Estudiar los fenómenos sociales y políticos implica dos perspectivas que se ponen en práctica desde los lejanos tiempos en que Nicolás Maquiavelo (1469-1527) intentó explicar su época, especialmente la florentina, en dos obras centrales: El príncipe (1513) y Discursos sobre la primera década de Tito Livio (1513-1519), sugiriendo en uno y otro textos que nada puede entenderse si no se hallan las causas profundas de los acontecimientos, es decir, las raíces que originan, independientemente de su moralidad o inmoralidad, el poder del Estado. Del mismo modo que en El príncipe reconoce que el bien social es resultado de una autoridad al margen del pueblo, sin importar sea virtuosa o viciosa, en Discursos... arguye, sin advertir la contradicción, en favor de un régimen republicano libre. Aún más, el célebre consejero de los Medici destaca por hacer a un lado el análisis teológico-político de los hechos y atenerse a la historia profunda que los esclarece, o sea, la historia que se halla atrás de las apariencias.

Maquiavelo rompió en el amanecer del siglo xvi y su capitalismo mercantil con la metafísica moral y fundó el juicio político en la mera vida social, enlazando el acontecer histórico con la política; esta última es considerada consecuencia de los factores colectivos que la acunan, hipótesis que en los siguientes siglos y hasta el presente adquiere una relevancia que nadie puede ignorar.

El pensamiento crítico, negación radical de los dogmatismos que las clases hegemónicas tratan de imponernos desde que el marxismo sustituyó la reflexión utópica por la científica, línea cultivada también por los heterodoxos del marxismo tipo Max Weber (1864-1920), singularmente en Etica protestante y espíritu del capitalismo (1920), tiene una finalidad central: comprender las circunstancias que nos rodean acudiendo a sus fuentes económicas e ideológicas. Y sumándonos a esta manera crítica de la moderna politología, cabría enfocar cuestiones que agitan hoy no sólo al campo mexicano y sí, en verdad, al país entero.

En el congreso de la Coordinadora Estatal de Productores de Café de Oaxaca, celebrado en diciembre pasado, Armando Bartra (La Jornada, nos. 6572 y 6574) señaló con precisión meridiana las condiciones desastrosas de nuestra sociedad rural. Los 25 millones de campesinos que no han escapado de sus tierras generan alrededor de 5 por ciento del PIB, en la inteligencia que en 1992 era aún 7.3 por ciento, productividad bajísima por la marginación que sufren desde que concluyó la Segunda Guerra Mundial. En nuestros días -afirma- de las 4 y medio millones de entidades de producción activas en la agricultura, 3 millones son ejidales o comunales y el resto propiedades privadas; de éstas sólo 15 mil poseen empresas grandes, que generan casi la mitad de los bienes rurales, y alrededor de 150 mil cuentan con empresas pequeñas; el resto son minifundios de autoconsumo y comerciales en mínima escala. Y luego añade: "menos de la tercera parte genera ingresos agropecuarios suficientes para vivir, y más de la mitad obtiene la mayor parte de sus ingresos en actividades desarrolladas fuera de su parcela". En fin, más allá de los negocios exportadores, muchos de los cuales implican expoliación de campesinos con base en inconstitucionales reformas al artículo 27 de la Carta Magna, violadoras en su génesis del diverso 135 constitucional, el campo de hoy es una escena trágica de miseria y marginalidad. La pobreza no parece detenerse. De acuerdo con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), a partir de este mes seremos inundados con productos agropecuarios estadunidenses y canadienses que ingresarán sin pagos fiscales y con toda libertad, a precios arrasadores, en vista de generosos y amplios subsidios otorgados por sus gobiernos.

ƑQué significa este inaudito procedimiento? Que a la indigencia rural se agregarán grandes penurias sin que el gobierno federal adopte medidas orientadas a revisar el absurdo capítulo agropecuario del TLCAN, porque -aducen altos burócratas- nada puede hacerse frente a acuerdos que tienen vigencia suprema en el país, mentira denunciada por agrupaciones campesinas al aseverar que la revisión está prevista en el TLCAN. Así lo apunta Cuauhtémoc Cárdenas (La Jornada, No. 6595) al señalar el artículo 801 en su capítulo VIII. Viene entonces una interrogación: Ƒpor qué el Ejecutivo federal no acude a los recursos jurídicos que permiten suspender la aplicación inmediata del citado capítulo agropecuario? Hay causas profundas que no tienen que ver ni con la moral ni con la justicia de que hablara Maquiavelo en El príncipe. ƑDe que príncipe hablamos ahora? No es el jefe florentino ni el partido de Antonio Gramsci (1821-1937), no: se trata del príncipe imperial y trasnacional del poder económico que a partir de 1991 procura gobernar al mundo mediante su máximo representante político, el gobierno de Washington, cuya meta es imponer a los pueblos una globalización expoliante de culturas y recursos económicos nacionales. Se quiere cubrir al planeta con una deshumanización que haga del hombre cosa apropiada a la acumulación y concentración de la riqueza en elites metropolitanas. Por esto existe el proyecto de acabar con el campo mexicano, y Ƒsólo con la agricultura? Pronto ofreceremos respuesta a esta acuciante duda.

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