Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 14 de enero de 2003
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Política

José Blanco

Los héroes están fatigados

En octubre pasado escribía en este espacio sobre el gran desencuentro que significa hoy la política exterior de México, y cómo ese desencuentro provoca que, en diversos medios, la tradición conservadora se presente como la propuesta "progresista". La tradición, es decir, la doctrina Estrada y la idea "revolucionaria" (priísta) de la soberanía no tienen espacio posible en el futuro de México, pero es la posición que se ve a sí misma como la única presentable. Todo lo que quede fuera de ese marco, valiosísimo en su momento, pero ranciamente conservador en el presente y aún más hacia el futuro, es visto como antipatriótico, entreguista, servil, y agregue usted todos los horrores que quiera, formulados o por el PRI o por representantes de la que a sí misma se ve como izquierda mexicana.

Ahora, frente a las elecciones en puerta, los partidos están velando sus raquíticas armas, y se dirán unos a otros lo peor que su imaginación les aconseje y, por tanto, no existe espacio posible para un debate en serio sobre los condicionantes estructurales del futuro del país; pero en épocas en las que las elecciones no están presentes, tampoco los partidos hallan ni espacio ni tiempo para escapar al inmediatismo y hablar entre sí en un plano estratégico y estructural.

Esto ha vuelto a ser removido a propósito de la renuncia de Jorge Castañeda. El pensamiento conservador, el que quiere la vuelta a la tradición, está de fiesta porque se va el malo de la película, aunque no celebran el relevo. Es claro que la política exterior que Castañeda impulsó no tiene que ver con la tradición, sino con la búsqueda de formas de integración internacional para las que la doctrina Estrada no es más un instrumento ni útil, ni necesario, ni progresista.

México, ni ningún otro país, puede escapar a la actual globalización, que se procesa a través de la formación de regiones multinacionales. El camino concreto que México tiene que recorrer no puede no ser el desarrollo en el marco de la región conformada por Estados Unidos, Canadá y nuestro propio país, cuya conformación se halla no mucho más allá de los prolegómenos. El TLCAN ha sido el primer paso de muchos otros que tendremos que dar, pero parece claro que el siguiente paso en la vía de esa integración es un acuerdo migratorio inteligente con Estados Unidos y Canadá. Se han puesto las bases fundamentales para la libre movilización de las mercancías y de los capitales; es necesario avanzar en una progresiva remoción de las trabas para la libre movilización de las personas y del trabajo.

Ese paso, que parecía cerca, quedó indefinidamente pospuesto por el 11/9. La pifia del gobierno de Fox en Monterrey fue no percatarse de que en esa fecha el acuerdo migratorio estaba ya cancelado en la agenda estadunidense. Fox recibió con alfombra roja al mandamás a cambio de nada. Y de ese error seguramente participó Castañeda. Por supuesto, México tendrá cien mil dificultades y litigios futuros en ese proceso de integración que llevará lustros. Y los mexicanos tienen que sacar una y otra vez enseñanzas de las negociaciones, a fin de que sea óptimamente favorable a México.

Castañeda debe una explicación más amplia a los mexicanos. No basta con decir mi profesión no es la política. Ha tirado la toalla respecto de un acuerdo migratorio que es absolutamente indispensable para México. Está claro que quizá el sexenio foxista no dé para alcanzarlo, pero no puede dejar de perseguirse sin cuartel. Y Castañeda debería haberlo hecho con la energía que mostró durante el lapso que admitió una responsabilidad de la que demasiado fácilmente se aleja.

Está claro también que los heraldos de la tradición fueron incapaces de discernir entre el estilo directo y despótico con el que Castañeda trató a quienes vio como dinosaurios y el significado estratégico de la política que estaba llevando adelante con enjundia. Más aún, no hubo espacio posible para examinar seriamente esa política y ponerla vis a vis la tradición de la Revolución Mexicana. Nadie quiso entender a nadie. Sólo se reprobaron mutuamente. La integración, así, puede ser una dictada por la fuerza de las cosas, sin mediar planes estratégicos y acuerdos nacionales que confieran fuerza a la negociación internacional de México. Pese a esa enjundia, los héroes hoy están fatigados en la cancillería. No es aceptable.

La integración de la que hablo no significa que México se excluya de construir articulaciones profundas hacia el sur del continente, con la Europa unificada y con el gigante que está naciendo en la cuenca del Pacífico. Pero el volumen de intereses ya articulados entre México y Estados Unidos, y en menor medida con Canadá, no puede no ser la plataforma de su actuación internacional del futuro. El TLCAN ha tejido una densa red de relaciones y de intereses económicos de gran magnitud, que se añade a la profunda y amplia red de relaciones económicas y sociales, familiares México-Estados Unidos, construida a partir de los 20 o más millones de mexicanos que viven en ese país.

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