Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 14 de enero de 2003
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Política

Gabriela Rodríguez

Sangre y vida sin esperanza

Manos femeninas, guardianas del fuego, de la tierra y la biodiversidad, las mujeres campesinas alimentan al mundo y han sostenido miles de familias completas durante décadas de abandono del agro y a pesar de las políticas de desnacionalización económica, como las que fomenta el TLCAN. Las estadísticas confirman que la mayoría de los pobres del mundo son mujeres rurales. Según Naciones Unidas, de más de 550 millones de pobres en zonas rurales, 70 por ciento son mujeres; en América Latina y el Caribe las mujeres rurales son más de 86 millones, de las cuales 50 por ciento vive en extrema pobreza (Palacios A., 2002).

Si hoy los campesinos mexicanos están llegando al más extremo despojo de su potencial productivo y comercial, Ƒqué será de sus hijas y compañeras, de quienes han crecido sin derecho a tierras ni acceso al crédito, sin derecho a la educación ni a heredar propiedades? Excluidas de las asambleas comunitarias y de los espacios donde se discuten las políticas públicas, las trabajadoras del sector agrícola empiezan a alzar la voz y a tomar posiciones de poder.

Nuestras más importantes voceras contra las políticas neocapitalistas, nuestras comandantas zapatistas, denuncian la situación del campo como mujeres desde la vivencia emocional al análisis ideológico, de los conflictos subjetivos a la movilización política. "Desde que estaba yo chiquita viví la vida dura en mi comunidad y en mi familia, estuve sufriendo mucho, no teníamos ni maíz ni qué comer. Pero yo no me había dado cuenta de esa situación, hasta yo misma creí que así era porque los ancianos nos cuentan una historia de que el sufrimiento es porque Dios quiere así, que nos conformemos. Entonces me di cuenta de que tampoco sirve conformarse. Morir así en la pobreza." (Comandanta Yolanda del EZLN, ciudad de México, 8 de marzo de 2001.)

"Nuestra producción son mal pagado y lo que compramos para lo necesario pagamos muy alto: la medicina, la ropa, nuestras herramientas y otras cosas más. Vivimos y sufrimos este sacrificio en sangre y en vida sin esperanza, para no morir de rodillas y limosneando tomamos la decisión de organizarnos con rebeldía para pedir lo que nos hace falta, nuestros derechos". (Comandanta Esther, 3 de marzo de 2001.)

Las más pobres y discriminadas de todas, las mujeres indígenas, nos dan hoy las mejores lecciones, porque ellas están inaugurando el feminismo del siglo xxi: un feminismo cosmogónico, ecológico y crítico del monoteísmo.

Las expresiones de las representantes a la primera Cumbre de Mujeres Indígenas de la Abya Yala (diciembre 2002) dejan ver un movimiento que exige el derecho a la libre determinación de las mujeres como pueblo (no sólo como individuos), que propone una relación de equilibrio con la madre naturaleza y todo lo que en ella tiene vida, que busca fortalecer los principios de reciprocidad, complementariedad y dualidad para recuperar el equilibrio con los hermanos, padres, compañeros, esposos e hijos, y que se posiciona críticamente frente a la evangelización como conquista espiritual.

En mensaje dirigido a los monseñores de la Comisión Episcopal de Indígenas, las representantes a la cumbre escriben: "Ciertamente hoy podemos manifestar más plenamente nuestra espiritualidad, lo que no pudieron hacer nuestros antepasados, porque lo hicieron a escondidas y resultado de su desobediencia fueron arrojados a la hoguera. Para nadie es oculto de la imposición de la evangelización y que sobre la espiritualidad y centros ceremoniales se fundaron las iglesias en nuestros pueblos. Las mujeres indígenas mexicanas somos mayores de edad y tomamos nuestras decisiones para ejercer libremente nuestra espiritualidad, que es diferente a una religión y de igual manera se respeta la creencia de cada quien (...) Por eso nos sentimos con derecho a ejercer nuestro derecho de religiosidad como pueblos indígenas y nos inconformamos y rechazamos que las autoridades correspondientes hayan negado a esta cumbre realizar la ceremonia de apertura en el centro ceremonial de Monte Albán. Rechazamos esta actitud de negación, práctica sistemática y reiterada que se da en los pueblos indígenas, para ocupar los espacios que nos corresponden como herederos de esas culturas, porque nos corta la relación y conexión con nuestra historia, nuestros antepasados, que son nuestro presente. Como mujeres indígenas estamos conscientes y muy orgullosas del don que tenemos de ser madres, pero también respetamos la decisión de cada mujer y cada pareja de decidir el número de hijos que pueda traer al mundo y decidir sobre sus cuerpos. (...) Vemos con recelo las costumbres, normas y reglas que nos imponen la educación, la iglesia y la sociedad que nos quieren en todo tiempo puras y santas. Mujeres obedientes sin criticar, opinar ni protestar sobre las decisiones que los hombres toman".

Reconsiderar desde el feminismo el universo simbólico cosmogónico, los dioses y diosas que regulan el orden espiritual y dan las pautas de las jerarquías del orden material, es despojarse del monoteísmo patriarcal y querer transformar de fondo las relaciones de poder. Romper con la verticalidad entre clases, razas, género, sustituir la ideología cristiana para recrear un nuevo orden social que se apoye en las más profundas raíces politeístas, símbolos de pluralidad, diversidad y tolerancia.

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