Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 14 de enero de 2003
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Cultura

Teresa del Conde

Taller de grabado

En el curso de conversaciones con coleccionistas o aficionados al arte y en varias ocasiones en que he asistido a subastas, me ha sorprendido comprobar que la excelente oferta que existe en México de artes gráficas, llamémosle ortodoxas, no se acompañe de un consumo equivalente de los posibles públicos. Hay magníficos talleres en México, tanto en la capital como en otras ciudades. Recién hice una visita al de Emilio Payán con objeto de ver una serie de grabados de gran formato que la artista Bela Gold ha realizado. De ellos me llamó la atención precisamente el tamaño, pero aunque las piezas me parecieron de muy buen nivel, en lo personal prefiero los formatos medianos o reducidos, debido a un asunto meramente práctico: todo grabado enmarcado necesita vidrio, dado lo cual la pieza, aumentada en dimensiones con la marialuisa y el marco, puede convertirse en una pesadilla, debido su peso específico.

La visita no se redujo a eso, pues una vez observados los atractivos (y también decorativos en el mejor sentido del término) grabados de Bela, vi los instrumentos de trabajo: las prensas, los recipientes para ácidos y baños, los instrumentos como velo, cepillos, bruñidores, etcétera, que componen el menaje de ese bien provisto y cómodo taller. Después solicité a mi anfitrión que me mostrara trabajos de varios artistas. Debido a que ambos nos encontrábamos consternados por el duelo que aflige a Vicente Rojo, a sus hijos, nietos y allegados por la irreparable pérdida de Albita, fueron piezas de él que observé primero: maravillosos libros con poemas, un calendario y un grabado al aguafuerte combinado con xilografía, de tamaño generoso, pero no tan grande como los de Bela Gold, que me pareció de excelente efecto. A continuación tuve una experiencia sui generis: Emilio me mostró un aguafuerte de Juan Soriano, de formato apaisado, en el que aparece un gato sobre una guirnalda, resaltando sobre la negrura absoluta, tan difícil de conseguir, del campo sobre el que las figuras discurren. Mientras admiraba la pieza, el editor, impresor y ahora también grabador y pintor (es decir Payán hijo) me contó una anécdota que aquí transcribo. Previamente al grabado al aguafuerte que menciono, Soriano preparó otro con el mismo motivo, pero cuando fue convocado a firmar el tiraje ocurrió que el resultado no le satisfizo, motivo por el cual la edición, completa, se quedó en el taller sin numerar ni firmar. Eso habla muy bien de Soriano e igualmente de su impresor. Solicité que me fuera mostrado un ejemplar de la pieza fallida y me interesó mucho, porque precisamente el efecto de espejo negro que produce puede interesar en vez de disgustar. También observé una pieza de Leonora Carrington, igualmente a una sola tinta, que me pareció fantasmática y fantástica, así como pequeños grabados de Joy Laville que sólo se componen de un brioso y delicioso trazo negro.

Pero resulta que a veces lo negro por sí sólo no pega, según me hizo saber Emilio. Sin que eso quiera decir que yo no aprecie enormemente las impresiones a dos o más tintas, son las calidades de los grises y negros, contrastados con el papel que se convierte en fuente de luz, uno de los efectos que más sorprenden en el grabado en hueco. En mi caso eso tal vez se deba a que el primer grabado del que me hice, hace varias décadas (Exodo, 1956, de Moreno Capdevilla), ofrece aquella riqueza que puede denominarse colorística, con base en las gradaciones de negros y grises. El caso es que seguí viendo trabajos de algunos de los principales artistas de México: uno magistral de Alberto Castro Leñero (mismo que ya conocía, es vertical, de formato grande, un desnudo visto en picada), otros de Roberto Turnbull, un tiraje completo de las "columnas" de Manuel Marín, otros a dos tintas de Magali Lara, uno de tónica expresionista, impresionante, de Saul Villa, etcétera. La visita se prolongó debido a mi concupiscencia visual en torno al grabado, procedimiento que considero mágico, porque tal vez nunca se sabe exactamente lo que va a acontecer cuando se da por terminada una plancha y se realizan la serie de ensayos de entintado y presión. Esta etapa de pruebas de estado implica por parte del autor y del impresor un ensayo crítico que requiere no sólo de muy buen ojo, sino de gran sensibilidad y conocimientos del medio. Se prolonga hasta que se consigue una prueba considerada óptima, tras lo cual se efectúa el bon à tirer, con lo que se inicia la estampación de las pruebas de autor, a la que sigue la del número de ejemplares estipulado. El siguiente paso es la numeración y la firma: todo un ritual que encuentro fascinante porque tiene algo de religioso. Esta no es, ni con mucho, la primera vez que asisto a un taller de grabado, pero mi visita sí se consituyó en una de aquellas ocasiones en las que, sin presiones de tiempo y sin compromiso escritural de por medio, permite al veedor saciar su curiosidad en torno a todo: a los procedimientos, al comportamiento de los artistas mientras trabajan, a los precios, a las predilecciones de quienes sí adquieren a veces tirajes completos. Emilio guardaba tres ejemplares formidables de José Luis Cuevas, uno de los cuales detentaba en caracteres grabados el título al que respondía: Ubu Roi, personaje del presurrealista autor teatral Alfred Jarry (1873-1907).

Terminé mi visita mirando de nuevo uno de los libros con poemas que Vicente Rojo ilustró, aquí sí a varias tintas de un colorido saturado, alegre, sorprendente. Ojalá Vicente regrese a ese taller ubicado en la apacible calle empedrada de Altamirano. Esta nota le está dedicada y se acompaña de fraternal abrazo.

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