Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 16 de enero de 2003
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Política

Adolfo Sánchez Rebolledo

Raúl Trejo y la libertad de expresión

Hay una tendencia preocupante a limitar la libertad de expresión valiéndose, justamente, de la ley que debía protegerla, como lo saben en carne propia los reporteros de La Jornada a los que se quiere intimidar con acusaciones sobre delitos inexistentes.

Lo curioso del caso es que algunas de las más notorias demandas contra las opiniones incómodas publicadas en la prensa son promovidas por gente vinculada a los medios, como en el caso de Tv Azteca contra Ciro Gómez Leyva o por el inefable Pedro Ferriz de Con, quien ha iniciado un procedimiento legal para castigar a Raúl Trejo Delarbre, cuyo único delito -si así pudiera llamarse- fue reseñar la manera como el ahora inquisidor liquidó su asociación profesional con Carmen Aristegui y Javier Solórzano.

Por esta vía inesperada de las demandas judiciales, un recurso diseñado para proteger el derecho de los ciudadanos se convierte, en virtud de una oscura manipulación, en el instrumento de ciertos personajes y entidades (que no deben su fama a la imparcialidad) para empujar el debate público hacia el pantano de la impunidad que se dice combatir.

Como bien ha resumido Rafael Cordera en Excélsior, a Ferriz le molestó que Raúl Trejo escribiera en su columna de Crónica (5 de noviembre de 2002) que "no son un secreto las relaciones políticas y las actividades comerciales que Ferriz suele desplegar en busca de beneficios personales" y que luego, unos días después, afirmara que resultaba "injustificable e insolente el abuso (de Ferriz de Con) cometido en contra de Aristegui al impedirle ejercer su trabajo periodístico, y sólo ratifica las aprehensiones y los cuestionamientos abundantes que se han tenido sobre el desempeño de ese conductor".

Coincido completamente con Trejo cuando se refiere al caso con las siguientes palabras: "Ferriz, al elegir la vía de la confrontación judicial, además de su intolerancia a la crítica, ha incurrido en un intento de censura que confirma cuestionamientos como los que yo mismo y muchos otros comentaristas hemos hecho a su desempeño autoritario y distante de parámetros deontológicos" (Crónica, 9 de noviembre de 2002).

Ciertamente, no es la primera vez que Ferriz se destaca por sus confrontaciones con otros periodistas: valga recordar, sólo como ejemplo, los disparates contra Ricardo Rocha y el conflicto al que irresponsablemente dio inicio contra Julio Scherer y la revista Proceso.

Que Ferriz sea un lenguaraz que no come lumbre, lo comprueban sus continuos ejercicios de sumisión verbal al poder en turno, la frivolidad con que se refiere a hechos y personas tras la apariencia de espontaneidad que no se riñe con un libreto muy bien aprendido en el que se fijan filias, fobias e intereses.

Sin embargo, contra lo que pudiera pensarse, lo que molesta a Ferriz de la crítica de Trejo no solamente es que refiera hechos que son públicos, sino su llamada a la eticidad, la revelación de que más allá de los estilos y las preocupaciones profesionales, el periodismo no sería tal si se dejara reducir a criterios de rentabilidad financiera o empresarial.

Ojalá y este penoso incidente sirva para estimular un examen serio de la responsabilidad del periodismo bajo las condiciones de un Estado democrático (en lenta construcción) que no acaba de consolidar unas reglas de convivencia fundadas en el derecho, desde luego, pero sobre todo en normas de convivencia respetuosas de la dignidad del ser humano.

La gran diferencia que separa a Raúl Trejo Delarbre de su ocasional adversario es, justamente, el apego escrupuloso a unas normas de conducta que lo obligan profesionalmente a juzgar con criterios definidos los hechos, no la vida privada de quienes los protagonizan.

En los más de 30 años que por fortuna tengo de conocer a Raúl no recuerdo jamás un solo escrito suyo que pudiera rozar ese espacio de libertad en el que el periodismo ético suele no incursionar, so pena de incurrir en una grave falta moral o en un ilícito incluso. En cambio, son muchas las pruebas de objetividad que ha dado, la honestidad intelectual con frecuencia lo ha llevado a disentir incluso de sus colegas más cercanos, su infatigable capacidad de trabajo, en suma, el profesionalismo de un hombre comprometido con una idea del periodismo como vocación insustituible al servicio de México.

Defender la libertad de expresión equivale hoy a impedir el atropello contra Raúl Trejo Delarbre.

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