Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 16 de enero de 2003
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Mundo

Angel Guerra Cabrera

La fuerza de los pequeños

Corea del Norte le ha complicado a George W. Bush los febriles y obsesivos preparativos de su guerra contra Irak. El inesperado contencioso tomó ribetes dramáticos al anunciar Washington que uno o dos artefactos nucleares habían sido producidos por Pyonyang -extremo desmentido por éste-, desplazó a Sa-ddam Hussein de las primeras planas, alimentó los crecientes reparos de los aliados europeos, árabes y musulmanes y de la propia opinión pública estadunidense a la nueva aventura en el golfo Pérsico, y ha colocado en emergencia a la diplomacia del Potomac.

Pese a las fanfarronadas de Donald Rumsfeld, la administración Bush ha debido aceptar que no está en condiciones de librar simultáneamente acciones bélicas en Irak y en la península coreana -donde, según estimaciones del Pentágono podría sufrir pérdidas superiores a las de la guerra de los años 50-; mucho menos sin contar con el apoyo de Seúl y cuando China, Rusia y la Unión Europea lo presionan para buscar una salida negociada con Pyonyang. Duras críticas han llovido contra Bush en casa, donde un titular del Washington Post preguntó irónicamente: "Ƒdónde está el gran garrote?"

Los cuestionamientos en los medios de comunicación asiáticos y europeos han sido también lapidarios. ƑPor qué la urgencia de atacar a Irak invocando peligrosísimos armamentos que los inspectores de la ONU no encuentran, mientras se trata con guante de seda al desafiante Pyonyang, que reivindica el derecho a tener armas atómicas, reanuda el enriquecimiento de uranio, expulsa a los supervisores del organismo internacional, posee más y mejores cohetes que Irak y es capaz de fabricarlos y, para colmo, anuncia su retiro del Tratado de no Proliferación Nuclear? Las críticas recuerdan la desestimación pública por Bush desde el inicio de su mandato de los pasos emprendidos con ayuda de James Carter durante el gobierno de William Clinton, que validaron la política de acercamiento a Corea del Norte propugnada por Corea del Sur, Japón, China y Rusia, y desembocaron en los acuerdos de Ginebra de 1994. Estos establecían un régimen de inspección de la Agencia Internacional de Energía Atómica sobre el programa nuclear norcoreano y el cierre de la central eléctrica de agua pesada de Yongbyon (cuyos desperdicios permitían producir uranio enriquecido), a cambio de la construcción para 2003 de dos reactores de agua ligera. Mientras no concluyera la instalación, los norcoreanos recibirían suministros de petróleo para generar electricidad, críticos para su deteriorada economía. Pero la distensión alcanzada en época de Clinton fue llevada a la ruptura cuando el actual inquilino de la Casa Blanca declaró que odiaba al líder coreano Kim Yom Il e incluyó a Pyonyang, junto a Bagdag y Terán, en el eje del mal.

Corea del Norte, ya agraviada por las dilaciones en la entrega de las plantas prometidas en 1994, tomó nota de la amenazante actitud de Washington y esperó el momento oportuno, que no tardó en llegar, para ripostarle. Su desafío a la superpotencia puso deliberadamente de relieve la inconsistencia moral y el fariseísmo de los planes agresivos contra Irak que, como muchos ya se han dado cuenta, no tienen nada que ver con las armas de destrucción masiva, supuestamente en manos del maltrecho y depauperado país árabe, sino con el establecimiento de un nuevo orden mundial que pasa por el control del petróleo y un reordenamiento geopolítico del Medio Oriente que lo ponga definitivamente a los pies de Estados Unidos y de su aliado sionista.

Bush se vio obligado a retroceder en su tesitura de no hablar con Pyongyang "hasta que desmantele su programa nuclear" y despachó a Corea del Sur, Japón y China al subsecretario de Estado, James Kelly. Corea del Norte ha reiterado su disposición a buscar una salida política en diálogo directo con Estados Unidos al que Pekín podría contribuir decisivamente. Todo depende, como ha señalado James Carter en The New York Times, de que Washington se decida a escoger entre dos alternativas: o la guerra o poner fin al conflicto de los años 50 aceptando las iniciativas norcoreanas de distensión de las relaciones entre las dos partes y llegando a un amplio acuerdo de paz sobre la península asiática.

Por lo pronto, el riesgoso incidente ha demostrado la fragilidad de las alucinadas concepciones proclives a la hegemonía total de Washington en el mundo y la posibilidad de los países pequeños de ponerla en solfa.

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