Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 21 de enero de 2003
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Economía

Armando Bartra

ƑPara qué sirve la agricultura?

El Popol Vuh y la Suave patria, textos emblemáticos del México indígena y del México mestizo, sugieren enfáticamente que el campo mexicano es mucho más que una gran fábrica de alimentos y materias primas para la industria. Los campesinos no sólo cosechan maíz, frijol, chile o café, también cosechan aire limpio, agua pura y tierra fértil; diversidad biológica, societaria y cultural; pluralidad de paisajes, olores, texturas y sabores; variedad de guisos, peinados e indumentarias; sinfín de rezos, sones, cantos y bailes; los campesinos cosechan la inagotable muchedumbre de usos y costumbres que los mexicanos somos.

Aunque le pese a los mercadócratas, el mundo rural no se agota en la producción de mercancías, es también y ante todo naturaleza, convivencia, cultura. Y si Europa comienza a reconocer los valores no convencionales de sus campos roturados, cuantimás nosotros: una sociedad con un cuarto de su población viviendo y trabajando en el medio rural, una nación de poderosa herencia indígena asentada mayormente en la comunidad agraria, un territorio megadiverso poblado por incontables plantas, animales y microorganismos, muchos de ellos endémicos.

Durante la llamada Ronda del Milenio de la Unión Europea (UE) para las negociaciones agrícolas, celebrada en marzo de 2000, los ministros del ramo definieron una agenda fundada en el reconocimiento de que: ''La agricultura desempeña, además de la producción de alimentos, múltiples funciones, entre ellas: la preservación del paisaje, la protección ambiental, la seguridad y calidad de los alimentos, el bienestar de los animales, y otros, por lo que urge equilibrar los aspectos comerciales y no comerciales de la agricultura''. Sobre esta base diseñaron una serie de ''medidas complementarias'' a la reforma de 1992, que consideran subsidios a los labradores ubicados en zonas desfavorecidas, con el fin de garantizar la sostenibilidad de los aprovechamientos agrícolas, conservar el hábitat y cumplir con las normas ambientales. Se prevé, también, la capacitación de los trabajadores del campo en tecnologías ecológicas, el apoyo a los jóvenes que quieran iniciarse en la producción agrícola, la jubilación anticipada a los labriegos mayores de 55 años y compensaciones para quienes deseen convertir sus explotaciones agropecuarias en zonas silvícolas o reservas biológicas.

Cierto, la poderosa economía europea puede darse el lujo de subsidiar a un sector relativamente modesto de su producción y su sociedad. Y también es verdad que como gran exportadora de alimentos, la UE está interesada en ampliar mercados y reducir barreras arancelarias y subsidios en otros países, y le conviene introducir en su propia agricultura un sistema de subvenciones que presuntamente no distorsiona los precios, pues va orientado a retribuir los valores sociales y ambientales. Pero, aun así, el enfoque europeo es mucho más creativo y sugerente que el crudo imperialismo alimentario estadunidense: una sorda guerra mundial anticampesina que usa los subsidios para abatir los precios y poder vender a precios de dumping. Tiene razón Franz Fischler, comisario europeo para la Agricultura y la Pesca, cuando dice: ''Precisamente cuando todos los países industrializados han aceptado orientar sus ayudas a la agricultura de manera que no se traduzca en medidas distorsionadas para el comercio y la producción, Estados Unidos avanza en dirección opuesta''.

Importante para Europa y en general para el Primer Mundo, el reconocimiento, ponderación y retribución de los bienes y servicios ambientales y sociales de la agricultura son indispensables en naciones orilleras como la nuestra. Sociedades rencas donde la mengua de la producción agropecuaria respecto de la total no condujo a una reducción semejante en la población económicamente activa, de modo que la productividad y retribución del trabajo rural se desplomaron. Países cuyo campo es territorio de exclusión societaria y crisis ambiental; zona de desastre de la que los jóvenes desertan, no hacia una industria y unos servicios que en las últimas décadas apenas han crecido, sino rumbo a la precariedad urbana y la incierta migración indocumentada.

Necesitamos un nuevo pacto entre el mundo urbano y el mundo rural. No el avenimiento del pasado netamente agrario y un presunto futuro puramente industrial, sino la apuesta por un porvenir habitable donde la historia social prolongue y trascienda la historia natural en vez de interrumpirla catastróficamente.

Viraje civilizatorio, donde algo tendrán que decir los campesinos, y donde mucho tendrá que hacer la comunidad rural: un microcosmos aldeano cuya convivencia nunca fue angélica y cuyas prácticas agrícolas están lejos de ser inmaculadas, pero sin el cual es imposible enmendar el rumbo. Porque si en el planeta entero hay que voltear el modelo tecnológico y societario, en los países orilleros, de hambrunas y éxodos desoladores, recuperar la seguridad alimentaria y laboral pasa por restaurar la economía campesina. Y dentro de ella el núcleo más resistente, virtuoso y sofisticado: la milpa, el traspatio, el potrero, la huerta, el acahual.

Nuestra agricultura profunda, como nuestra idiosincrasia culinaria, se sustentan en el maíz; giran en torno a la incluyente diversidad del viejo Teocintle: un grano polimorfo padre de la perfecta tortilla, que tanto se transmuta en esquites y pozole como en palomitas y Corn Flakes; que le da sustancia al muc-bi pollo yucateco y a los tamales chilangos de La Flor de Lis, a las enchiladas poblanas y los nachos californianos; que se bebe como espirituoso tesgüino, humeante atole o restaurador posol; que se picotea en innumerables botanas: desde los entrañables totopos hasta los Churrumais, pasando por los charritos con limón, padres artesanales de todas las comidas chatarra.

Pero los maíces mexicanos están en fase terminal. Abandonados por las políticas públicas y acosados por las importaciones y los transgénicos, los herederos del Teocintle agonizan. Y con ellos mueren los pueblos indios y las comunidades campesinas. Por eso es crucial el debate generado por el movimiento agrario reciente. Por eso son decisivas sus negociaciones con el Poder Ejecutivo y con el Legislativo encaminadas a establecer una nuevo pacto con el México rural.

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