Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 5 de febrero de 2003
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Política

José Steinsleger

La última cruzada

Tras el bombardeo que arrasó Osaka (segunda ciudad industrial de un Japón casi derrotado) y a tres meses de la rendición incondicional de Alemania, Estados Unidos arrojó una bomba atómica de uranio sobre Hiroshima. Tokio no se rindió. Entonces, tres días después de aquel 6 de agosto de 1945, otra bomba, de plutonio, cayó sobre Nagasaki y Tokio se rindió.

Metal y granito se fundieron en Hiroshima. La fisión nuclear desencadenó un huracán de fuego que sopló a 500 kilómetros por hora y 80 mil personas que se hallaban en un radio de tres kilómetros del "punto cero" se vaporizaron en el acto, calcinadas por un efecto térmico similar al de la superficie del sol. A seis kilómetros del epicentro, 70 mil "sobrevivientes" quedaron fuera de sí y empezaron a deambular en silencio, con los ojos arrancados y las retinas quemadas por una luz más fuerte que mil soles, sosteniéndose la piel que se les escurría como la de la papa hervida, sin fuerzas para gritar o gemir y muriendo sin ser auxiliadas, en medio de atroces dolores.

En el museo de Hiroshima se conservan fotografías de cabellos humanos incrustados en las paredes y de siluetas que eran personas en el momento del impacto. Elke Tashiro y su esposa, investigadores japoneses radicados en Alemania, señalan que de 1946 a 1950 fallecieron a causa de las radiaciones otras 90 mil personas con cánceres de piel, huesos y sangre. Durante 30 años cientos de miles de niños nacieron microcéfalos y monstruosos, de madres que luego padecieron trastornos síquicos de difícil tratamiento (Hiroshima: La otra cara, Munich, 1982).

Robert Lewis, copiloto del Enola Gay (avión que arrojó la primera bomba), apuntó en su diario: "ƑQué hemos hecho, Dios mío?..." Pero el piloto Paul W. Tibbets declaró a la prensa: "Si la gente hubiera sabido el espectáculo que le preparábamos, hubiéramos vendido 100 mil dólares en concepto de entradas".

Destruidas con petardos de estruendo en comparación con las bombas modernas, Hiroshima y Nagasaki jamás representaron una duda moral entre los líderes de Estados Unidos. Así fue que Dios siguió trabajando para los suyos: en el año 2000 Estados Unidos tenía 7 mil 960 ojivas nucleares, Rusia 6 mil 580, China 410, Francia 350, Israel 100 a 200 (sin declarar), el Reino Unido 192, India 80 y Pakistán 25.

Al conmemorarse el 50 aniversario de Hiroshima, Tibbets, anciano general retirado, asistió a una exposición organizada en el Museo del Aire y del Espacio de Washington. Martin Harwit, director del Smithsonian Institution, quiso evocar la tragedia luciéndose en detalles. Pero los grupos conservadores calificaron a Harwit de "antipatriótico", obligándole a renunciar. La muestra fue presentada sin contexto histórico alguno y Tibbets se manifestó "satisfecho y orgulloso" de la exposición.

En 1945, cuando Irak era una monarquía petrolera dominada por Inglaterra y al servicio del "bien", el político mexicano Luis Cabrera (1876-1954) opinó acerca de Hiroshima. Con tono irónico y preciso, escribió: "El nuevo principio internacional de las futuras guerras debe consistir en destruir el país y la nación... y como una nación está constituida por mujeres y niños, para que la nación no crezca ni se reproduzca, surgirá el escrúpulo de sí es lícito matar a los civiles indefensos". (Excélsior, 15/08/1945)

Cabrera quiso decir que si a partir de allí los intereses de los países y los gobiernos no coincidían con los de Estados Unidos, hombres, mujeres y niños debían morir achicharrados por el fuego o por el hongo atómico. Cualquier concesión puede interpretarse como debilidad. Ayer fue Japón. Hoy le siguen Irak, Rusia, China, Corea del Norte, Libia e Irán, de acuerdo con la nómina que según George W. Bush podrían ser atacados con armas nucleares.

En 1095, año de la primera cruzada, el papa Urbano II espetó a los heraldos de Cristo: "Es necesario que os aprestéis a socorrer a vuestros hermanos orientales, que necesitan de vuestra ayuda..." Nueve siglos después el fundamentalismo religioso-petrolero de Washington le ha llevado a creer en la predicción bíblica que habla del fin del mundo "en una batalla feroz de Armagedon". A propósito...ƑYa vio Pandillas de Nueva York, de Scorcese?

En 1981, Jerry Falwell, pastor cercano a los Bush, declaró a Robert Scheer, de Los Angeles Times: "...la Biblia habla de acontecimientos horribles que uno sólo puede relacionar, en Segundo Pedro 3, a la fusión de los elementos, a la guerra nuclear" (04/03/81).

Scheer observó que el mundo entero sería destruido. Falwell respondió: "El mundo entero no. Porque nuestro Señor volverá a la tierra...y la iglesia vendrá con él, a gobernar y reinar con Cristo sobre la tierra durante mil años". Es decir, cuando el plutonio liberado, cuya desintegración relativa se calcula en 23 mil 500 años (o sea siete veces el tiempo que va de las pirámides de Egipto a la fecha), disipe las sombras del "mal" y, de paso, 15O millones de siglos de evolución creadora.

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