Luis Linares Zapata
Fox y el finiquito de sus promesas
Esta vez la gira internacional del presidente Fox no se distinguió por desplantes chuscos, que los hubo, fotos para el álbum familiar, que se las tomaron, cuestiones menores o anécdotas de protocolo fallidas, que fueron varias. En ella, por el contrario, asistimos al real quiebre de una manera de llegar al poder, y de tratar de ejercerlo, basada en un despliegue de promesas que no encuentran al cabo del tiempo sus debidas cuan palpables concreciones. Es para desgracia del reconocimiento interno y externo de un buen gobierno, la prueba testimonial, directa, la que faltaba para provocar el momento de la recapitulación y los cambios concomitantes. Cambios que ya no apuntan sólo a una manera personal del actuar de Fox, sino que tocan el mismo modelo de su gobierno, heredado por cierto, y que ya refleja los claros síntomas de su descomposición. Pero, tal como lo atestiguó el mismo Presidente en su viaje, se le debe mantener, porque -dijo- sus pésimos resultados obedecen a que algunos no han hecho bien su trabajo y no a la implícita injusticia que conlleva. Las tensiones que provoca su aplicación a rajatabla son múltiples y cada vez más enconadas, aun cuando se trata de economías avanzadas como Francia, donde en 30 años la pobreza ha aumentado junto con las desigualdades sociales.
Pero no se le ve una salida fácil a corto plazo a ese tan pronunciado deterioro que tiene que ver con la habilidad del Ejecutivo mexicano para gobernar. Una salida que siga, como consecuencia de recambio, a lo que ya se nota desde hace bastante tiempo en lo interno y que estalló en mil pedazos ahora en el exterior. El Presidente todavía piensa -y lo dijo- que la gira había sido todo un éxito por su efecto promocional en las inversiones requeridas por México y porque su voz se escucha y respeta. Cree que con un mucho de voluntad, algo de suerte y cierto empuje difusivo, el Congreso habrá de aprobarle la reforma eléctrica que ha buscado. Reforma tantas veces prometida a los extranjeros y que se ha trasformado en la piedra de toque. Y no es poca cosa lo que los europeos o estadunidenses ven escurrírseles de sus ávidas manos, de ahí su desconsuelo y hasta abierto enojo. Una causa eficiente de las severas reclamaciones que le hacen a Fox.
La industria eléctrica de México es un enorme campo para los negocios en gran escala, quizá el mayor al que podían echarle el guante en todo el ancho mundo, incluyendo a la mismísima China. El Ejecutivo espera que sus aliados en el PAN, cada vez más pocos, y los que tiene dentro del PRI, que siempre han sido unos cuantos, provoquen el realineamiento de intereses opositores, que son la abrumadora mayoría, con los deseos oficiales. Y tratamiento similar quiere darle, y aún ofrece, al resto del campo energético, sin aceptar lo que la terca realidad le ha puesto tantas veces enfrente: la política de privatizaciones ha sido derrotada en México. Y lo fue desde el sexenio pasado cuando el inefable doctor Zedillo intentó entregar la Comisión Federal de Electricidad (CFE), enterita, limpia y abaratada al capital privado, es decir, al trasnacional, aunque los escollos que encontró, y que lograron su posposición, obedecieron a razones harto defectuosas. Pero ahora no es el caso. La alternativa armada por el PRI (Bartlett) tiene sólidas bases y reúne en su derredor toda una coalición (PRD, PT) que se ve difícil remontar, por no decir imposible.
Pedir a Fox un gran viraje visionario que remonte los cada vez más álgidos problemas nacionales tampoco entra dentro de las previsiones de la realidad política. Ni su capacidad, equipo de trabajo, aliados que lo llevaron al poder o consejeros áulicos, han mostrado los arrestos para encarar lo que la actualidad les avienta al rostro, menos aún tienen la entereza para modificar el rumbo de acuerdo a un modelo sustituto. Esto será una tarea de cara al 2006 de todas las renovaciones. Pero lo que sí puede hacer el presidente, si quiere concluir su mandato en paz, es reconocer el rotundo fracaso de su alocada mercadología de las promesas sin fundamento, del achicamiento progresivo del gasto y la inversión en el campo y de su confianza en una propaganda televisiva que lo ha llevado a someterse al dictado, inaceptable, de los concesionarios.
Si el Presidente espera una Cámara de Diputados a modo que le auxilie para sacar las reformas detenidas, tal como las ha propuesto y requiere, hace un cálculo por demás peligroso para la continuidad institucional. Apostar a una correlación de fuerzas distinta a la actual, donde el PAN o él en lo personal logren conjuntar una mayoría favorable, está más que extraviado.
Concentrar, en cambio, su energía en sacar adelante una reforma fiscal que no recaiga, en exclusiva, en el IVA generalizado al 15 por ciento, sino en un conjunto de medidas compensatorias (ISR, eliminación de exenciones, mejor aparato recaudatorio y demás) puede asegurarle un lugar apreciado en la historia de los presidentes, sobre todo en vista de la descomposición que refleja, con desesperación creciente, el campo.
Enfrentar el reto de revertir el deterioro agropecuario exigirá al gobierno gastar e invertir cantidades crecientes y masivas de talento, habilidad y dinero. Al mismo tiempo, podría disponer de recursos adicionales que aseguren la viabilidad que Pemex y la CFE requieren al mantenerse bajo control del Estado, tal como han decidido los legisladores. Con esta tarea por cumplir hacia adelante el panorama sería otro para Fox y un final complementario a su bono democrático, ya tan descarapelado, podría aguardarlo después de 2003.
