Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 5 de febrero de 2003
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Capital

Emilio Pradilla Cobos

PRD-DF, última llamada

En marzo de 2002 los militantes del PRD-DF pasamos la vergüenza, ante la opinión pública, de una elección de dirección estatal manchada por las prácticas fraudulentas de los dos grupos de interés que se apropiaron de ella, poniendo en duda la validez de la palabra democrática, inscrita en el nombre del partido. Hoy, el procedimiento para seleccionar a los candidatos a jefes delegacionales en las próximas elecciones pone en cuestión dos palabras: Revolución Democrática.

La aplicación de encuestas limitadas -mil por delegación- a cualquier ciudadano para elegir candidatos de una lista decidida por el Comité Ejecutivo Estatal, sin requisitos programáticos ni de calidad, palomeada en lo oscurito por el jefe de Gobierno del Distrito Federal, impone el marketing publicitario a la manera del mercado neoliberal sobre la política y los principios.

Los candidatos, muchos desconocidos para la mayoría de la población que podía ser encuestada, hicieron campañas para promover su imagen, desiguales según su pecunio o sus patrocinadores, sin ninguna norma partidaria o pública, con fondos de monto desconocido, obtenidos quién sabe dónde, en las que la propuesta política del partido estuvo ausente en la mayoría de los casos. Siguiendo la ruta de las consultas públicas y plebiscitos puestos de moda en el Distrito Federal, los encuestados seleccionaron sin la mínima información política, de oídas o al azar. Julio Moguel me recordó que Cuauhtémoc Cárdenas rechazó una encuesta para seleccionar si él o Fox sería el candidato de la oposición al PRI en 2000.

Al ser abierta a los ciudadanos sin necesidad de ser militante o simpatizante, los otros partidos políticos tenían la posibilidad de orientar a sus huestes hacia el peor candidato perredista o el más cercano a su interés. La justificación de este método es electorera, no política y menos revolucionaria y democrática, al medir sólo el potencial de votos; ganar los puestos es lo que importa. Al imponer este método, la burocracia partidaria desconoce los derechos escritos y morales de los militantes, entre los que está elegir a quien habla, contiende o gobierna a nombre del partido.

La justificación dada para imponer este método es que una elección interna, en cualquier forma que se desarrollara, sería un cochinero armado por las tribus dominantes. El remedio es igual a la enfermedad. El resultado es que la Corriente de Izquierda Democrática, base operativa del actual gobierno capitalino, logró la revancha de la derrota de 2002, obteniendo 9 de las 13 candidaturas seleccionadas el domingo 26, volviendo a imponerse como el corporativo clientelar hegemónico. Seguramente puso en juego todas sus habilidades clientelares y utilizó en su favor la popularidad de las acciones espectaculares o asistenciales del actual gobierno.

Hasta ahora, el resultado muestra que, con honrosas excepciones, los seleccionados no son "los mejores hombres y mujeres" que tiene el partido para gobernar las delegaciones; y si no fuera por la popularidad del jefe de Gobierno estarían condenados a la derrota, en el caso poco probable de que PRI y PAN tuvieran alguien mejor que proponer. Quienes tendrán que padecer a estos candidatos serán los ciudadanos en las delegaciones y la ciudad misma. Pero en el PRD-DF ganar la encuesta no garantiza nada; ya se dice que los ganadores pueden ser remplazados por candidatos externos, surgidos de acuerdos cupulares con otros partidos, o de otras encuestas de popularidad. Con tal de ganar votos, no importará que sean priístas o panistas conversos, cuya salida del poder fue el eje de la lucha política del partido durante una década. Ese será otro golpe en el rostro de los militantes, los principios y la política perredistas. En ausencia de cualquier proyecto de ciudad diferente a las decisiones unilaterales del jefe de Gobierno, no discutidas por el partido ni incluidas en su programa; a falta de una política de principios distinta a las posturas defensivas o reactivas coyunturales, sin que lleve a cabo ninguna discusión política interna seria, el PRD-DF optó por el electorerismo sin principios y la conquista de puestos sin ninguna misión transformadora.

El PRD-DF está hoy muy lejos del partido que fundaron Cuauhtémoc Cárdenas y otros para transformar el país y la capital, sustentado en la insurgencia ciudadana contra el PRI y la derecha neoliberal; está también alejado de los movimientos y luchas sociales que le dieron sustento en la capital. Por ello, coincidimos con Adolfo Gilly cuando pide un viraje radical del PRD-DF, y nacional, su refundación, para que vuelva a ser instrumento de la transformación democrática de la ciudad y el país, con y para la gente, no distinto pero cercano a ella, con y para los movimientos progresistas de la sociedad. Si este cambio no se produce, muchos de quienes vimos en el PRD una opción para la transformación social desde la izquierda, ya no tendremos cabida en él ni podremos votar por sus candidatos.

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