Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 9 de febrero de 2003
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Política
Samuel Ponce de León R.*

De epidemias, autopsias y sus consecuencias

Las noticias sobre los recién nacidos que murieron en Chiapas son catastróficas y sus consecuencias pudieran ser peores. Las epidemias en pediatría reflejan una situación muy complicada, pero, debo aclarar, no necesariamente negligencia de los médicos y enfermeras responsables en esas unidades. De hecho, los trabajadores de la salud mucho hacen con lo poco que tienen.

La situación se agrava ante la participación del sistema judicial, que aparentemente pretende descubrir si hubo culpa y procedió a exhumar cadáveres para deslindar responsabilidades. Parece claro que tratarán de identificar responsables, pero mal haremos al personalizar el problema. Así perdemos las causas reales.

Los niños que murieron no son sólo responsabilidad de los médicos, sino de un sistema que impide un óptimo funcionamiento de sus hospitales. El problema no es exclusivo de Chiapas o Querétaro, lo mismo ocurre en toda Latinoamérica, Asia, Africa y Europa del este; ocurre en hospitales privados y públicos, en centros de atención especializada y en hospitales rurales. El mecanismo específico que permite la presencia de bacterias en la sangre de un paciente o cualquier otra infección es resultado final de una problemática que no se resuelve por medio de autopsias de los pacientes. Pero, además, debería ser claro que la autopsia médico-legal no dilucidará responsabilidades sobre las causas de muerte o la presencia de infección. Interleukinas (sustancias producidas por las células) y bacterias no dejan huellas tan evidentes como otras causas de muerte que sí competen directamente al Poder Judicial. Su realización es cruel e inútil.

Mientras en Comitán morían, un médico nos decía por la televisión que la salud del país va bien y adornaba su discurso el ambiente de fondo, donde se ven pacientes y enfermeras sonrientes en un área hospitalaria moderna y pulcra. Simultáneamente, como nunca, la disminución de recursos en el sector es motivo de desabasto de medicamentos y otros insumos. No hay plazas, no hay camas, los servicios de urgencia están saturados y la frecuencia de complicaciones en los sistemas de atención es mucho mayor de lo que nos gustaría reconocer. La realidad nos desborda.

En semanas recientes han fallecido, en tan sólo dos centros, más de 50 infantes. El asunto es de extrema gravedad y no deberíamos buscar atenuantes, sino soluciones. Habrá quien diga que sólo fueron 50 niños y entonces requerimos un comparador: en octubre y noviembre de 2001 ocurrieron 22 casos de ántrax en Estados Unidos de los que fallecieron cinco. De entonces a la fecha se han gastado billones de dólares tan sólo en Estados Unidos para mejorar sus sistemas de contención, y hasta México participará en un ejercicio multinacional de prevención ante un eventual ataque (situación hipotética) con agentes biológicos. No es hipótesis la muerte de los recién nacidos, y en tanto no se demuestre lo contrario, muy probablemente murieron por una deficiente atención. Esto último, insisto, no debe confundirse con negligencia médica, porque médicos y enfermeras hacen más de lo esperable en sus condiciones de trabajo.

Es claro que en Comitán ocurrió una epidemia y supongo que se relacionó con infecciones. Todos perdemos cuando se trata de minimizar lo evidente y cuando denominamos una epidemia como no-epidemia. Estos desafortunados hechos tenemos que interpretarlos como urgente llamada para reforzar el sistema hospitalario, no únicamente en los sitios donde los problemas llegan a las noticias, sino en todo el país. Estas crisis han ocurrido y volverán a ocurrir sin relación con tiempos políticos, aunque coincidan.

Culpar a los trabajadores de la salud de lo que compete a políticos, legisladores y economistas es injusto.
 
 

* Investigador nacional

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