Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 9 de febrero de 2003
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Capital

Angeles González Gamio

Dos ricuras de museos

Después de haber estado tomado por grupos de manifestantes que se instalaron a vivir en sus puertas, hace un par de meses reabrió el Museo Nacional de Arte (Munal), que en su magnífico edificio de la Plaza Manuel Tolsá, muestra la trayectoria que ha seguido el arte mexicano desde la época prehispánica hasta nuestros días.

Además de exponer gran parte de la espléndida colección permanente que custodia, organiza frecuentemente exposiciones temporales. Hasta el próximo 30 de marzo, podremos admirar: Leopoldo Méndez y su tiempo, gracias a las obras que prestó Carlos Monsiváis de su vasta colección.

La muestra tiene como propósito rendir homenaje por el centenario de su nacimiento al artista que el connotado investigador de arte mexicano Paul Westheim consideró el heredero espiritual y artístico del genial José Guadalupe Posada, cuyas célebres calaveras aún nos deleitan.

El popular caricaturista Rafael Barajas, El Fisgón, curador de la muestra, afirma que este acervo es uno de los más importantes del país, equiparable al del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, que fundó el pintor Francisco Toledo. Contiene más de 600 obras, entre grabados, carteles, hojas sueltas, volantes, calaveras, libros y revistas ilustradas, planchas originales y óleos. A esta riqueza se sumaron obras de otras colecciones particulares y del propio Munal.

La exposición trae a la mente épocas pasadas, en las que privaba una mística revolucionaria que se expresaba en el arte. Al admirar los grabados de la década de los 30, recordamos la creación, en 1933, de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR), algunos de cuyos miembros decidieron establecer en 1937 el Taller de Gráfica Popular, que realizó importantes trabajos. Entre sus exponentes más destacados se puede mencionar al propio Leopoldo Méndez, a Pablo O' Higgins, Alfredo Zalce, Raúl Anguiano y José Chávez Morado.

Imposible olvidar que el precursor de este tipo de grabado de carácter popular fue el taller que estableció en 1882 don Antonio Vanegas Arroyo en la ciudad de México, en donde esa técnica tenía gran importancia y a la que se incorporaron nada menos que Manuel Manilla, primero, y a partir de 1887 el célebre José Guadalupe Posada. Aquí se creó un estilo inspirado en el pueblo, caracterizado por un naturalismo y la libertad irrestricta para expresar ideas y sentimientos inspirados por los acontecimientos políticos y sociales que sucedían cotidianamente; su obra tuvo enorme influencia en el siglo XX.

Para nuestra fortuna, el Museo Nacional de la Estampa, que se encuentra a un par de calles del Munal, en la bella Plaza de la Santa Veracruz, expone una sensacional muestra de grabado del taller de Vanegas Arroyo, que realizó Posada sobre los más diversos temas; así es que se puede uno dar un doble agasajo de obras de arte en esa técnica, que tuvo tanta influencia en los movimientos artísticos que surgieron a raíz de la Revolución Mexicana.

En 1921 el pintor francés Jean Charlot interesó en el grabado a los jóvenes artistas Fernando Leal, Francisco Díaz de León y Gabriel Fernández Ledesma, quienes comenzaron a trabajar en madera de hilo en los centros populares de arte de Tlalpan, La Merced y Nonoalco. También se estableció la técnica en la Escuela Central de Artes Plásticas. Bajo la influencia de Posada, los grabadores derivaron en los años 30 hacia los tipos humanos, los sucesos, el paisaje y los temas de índole social.

Prácticamente todos los artistas mexicanos sobresalientes han utilizado alguna vez este procedimiento. La obra El grabado contemporáneo, de Ernesto Cortés Juárez, tiene un listado de más de 100 trabajos, entre los que descollan los de Siqueiros, Orozco, Tamayo, Ramón Alva de la Canal, Angelina Bellof, Mariana Yampolsky y Xavier Guerrero. Al finalizar la visita, paseando por la Alameda y admirando sus bellas magnolias en floración, se puede llegar a la elegante avenida 5 de Mayo, para comer en el afamado bar la Opera, situado en el número 10. Pídale al capitán Benito Ruiz que le recomiende las especialidades del día, que suelen incluir el pecho de ternera al horno, la rueda de robalo a la cazuela y el chambarete en salsa de pasilla. Siempre hay sardinas asadas que no tienen pierde. Los viernes y sábados hay los maravillosos pastelillos de La Vasca, que se suman al postre espiritual que es deleitarse con la decoración del lugar, que nos traslada al lujo y sensualidad de finales del siglo XIX.

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