Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 13 de febrero de 2003
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Política

Soledad Loaeza

Sociedad civil, S de RL de CV

Cuando las amas de casa reciben su nota en la caja del supermercado se les pregunta con una sonrisa incómoda si quieren que el redondeo del cambio vaya a Vamos México. La petición, que normalmente debería convocar a un acto de solidaridad, provoca una reacción de ultraje sorprendente. Nadie en su sano juicio es capaz de negarse a que en lugar de terminar perdidos en el fondo de la bolsa o huérfanos en un cenicero, unos cuantos centavos de cambio encuentren mucho mejor destino en una obra altruista. Sin embargo, en este caso la espontaneidad del gesto de donar estos centavos para apoyar a desfavorecidos se esfuma por efecto de la sombra que proyecta la señora Marta Sahagún de Fox sobre la solicitud de los cajeros. Como una madre superiora de voz suave y gesto firme, cuya almidonada serenidad esconde bajo la toca el fuete, se nos aparece la mismísima esposa del Presidente y nos pide dinero para su obra. De ahí que muchos rechacen rabiosos una invitación que tiene el fuerte aroma de un diezmo.

La esposa del jefe del Ejecutivo federal ha afirmado públicamente que comparte la cúspide del poder político con el Presidente, su esposo. Es posible que de todas sus predecesoras en esa posición la señora Marta Sahagún de Fox sea la mejor calificada para ejercer un poder que le llegó gracias al Registro Civil, que es la única autoridad que reconoce su unión, porque si viviéramos en un Estado confesional y no laico, como es a Dios gracias el Estado mexicano, la señora Sahagún seguiría siendo la vocera oficial del Presidente. Pero más allá de las bases en que funda las atribuciones que se ha arrogado, la pretensión de la esposa del Presidente de que su fundación es una obra de la "sociedad civil" es un equívoco, porque aun cuando ella no lo quisiera, el simple hecho de que Vamos México sea una obra animada desde el poder la impregna de una intención política inocultable, que se hace todavía más visible porque está asociada con una persona bien precisa: Marta Sahagún de Fox.

Una y otra vez escuchamos y leemos su insistencia en que su obra no es del poder, sino de la "sociedad civil", pero es clarísimo que ella no forma parte de ese conglomerado, y que con sus acciones está tratando de ignorar las fronteras entre el Estado y la sociedad. Peor todavía, desde el Estado y con todo el peso de la Presidencia de la República, está usurpando espacios penosamente ganados por grupos organizados de la sociedad civil de los que lo único que espera es que se dejen cooptar y callar, como en los peores tiempos del echeverrismo.

Lo que resienten las amas de casa ante la cajera del supermercado es la intrusión del poder en un acto privado de la vida cotidiana, y por eso mismo se sienten arrinconadas y agredidas. Es posible que en las antiguas tiendas Conasupo la presencia del PRI fuera igualmente ofensiva, pero es la primera vez en la historia que la esposa del Presidente asume personalmente el manejo de dineros -independientemente de su origen- sobre los que no tiene que dar cuenta a nadie más que a su propia conciencia. Con sus acciones, la señora Sahagún no evoca el papel que han adoptado otras mujeres, esposas de presidentes, que poseían una personalidad y una carrera propias, anteriores al ascenso de su marido al poder. Más que pensar en Hillary Clinton o en Ana Botella, Marta Sahagún nos hace pensar en Helena Ceascescu, Madame Mao, Winnie Mandela o Simone Gbabog, con la inmensa diferencia de que estas señoras adquirieron y ejercieron poder, por cierto en forma aterradora, cuando la estrella de sus repectivos declinaba.

Tanto el presidente Fox como su esposa creen firmemente que la fuente de su poder es su encanto personal. Sin embargo, no son ni sus ojos bonitos, ni el lustre de las botas, ni siquiera su capacidad discursiva o su fe en Dios lo que los cobija como figuras públicas que pueden ejercer influencia en la sociedad. Lo que en apariencia ni Vicente Fox ni Marta Sahagún quieren ver es que la razón fundamental de que sus ideas se atiendan, sus palabras se escuchen o sus actos le interesen a la gente es la posición que ocupan en el Estado. Si uno no fuera jefe del Ejecutivo y ella no fuera su cónyuge difícilmente tendrían la audiencia con la que cuentan, encontrarían las sonrisas con que se topan, los aplausos, los besos o las felicitaciones.

Esta aparente incomprensión de la función pública que comparte el matrimonio Fox se inspira en el profundísimo antiestatismo que deriva de su conservadurismo católico. De ahí que pretendan ser el Presidente y la lideresa suprema de la sociedad civil. La hostilidad frente al Estado mexicano los ha conducido a acogerse a una noción que muy poco tiene que ver con el neocorporativismo de fuerte sabor católico que desde el poder promueven. Así, su sociedad civil tampoco es tal, porque no la conciben como un agregado espontáneo de grupos organizados y autónomos de la sociedad, sino como una empresa de responsabilidad limitada y capital variable a la que todos los mexicanos debemos aportar para mayor gloria de sus dueños.

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