Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 13 de febrero de 2003
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Adolfo Gilly

Porto Alegre: las ciudades son nuestras

Porto Alegre es una hermosa ciudad, una de esas obras de la inteligencia y el trabajo de los seres humanos en la cual, apenas llegando y mirándola, se ve que sus habitantes la quieren con el mismo orgullo con que a la suya los de Seattle, Génova o Florencia, y nombro éstas entre tantas otras porque a través de ellas las ciudades del mundo se han ido sublevando contra el orden inhumano del capital y de los ricos de todos los colores. (Porto Alegre es hermosa, pero no estoy soñando: saliendo apenas del casco urbano, como en todas las ciudades de nuestro continente, empiezan los cinturones de miseria.)

Porto Alegre recibe por tercera vez al Foro Social Mundial y, en medio de la algarabía y el desborde que parecería producir la llegada de más de 100 mil visitantes en estos días del verano del sur, se hace evidente una espléndida organización y un revoltoso orden que sólo puede sustentarse en la unidad de los propósitos y los temas tan dispares que han traído a estos cien mil, y en que la administración de la ciudad no se ha declarado enemiga de quienes llegan, al contrario de lo que hizo en Italia el funesto empresario Silvio Berlusconi.

Esa unidad de propósitos está bien definida en las dos frases que, en su aparente abstracción, concretan el sentimiento, el pensamiento y la determinación de los cien mil en el Foro, y de los muchos más que en cada uno de sus países apoyaron su viaje a Porto Alegre: una negación, "El mundo no es una mercancía"; y una afirmación, "Otro mundo es posible".

Esas dos frases, sépanlo o no los cien mil y los millones detrás de ellos, resumen la idea y el anhelo de todos los socialismos y todos los movimientos del común que desde hace al menos dos siglos han resistido y se han opuesto a esa "utopía perversa", como la llamó Karl Polanyi, que es el orden liberal del capital, cuya expansión no ha sido obra del dinero sino de las armas y los ejércitos que lo preceden y le permiten convertirse y reproducirse en tanto capital y en tanto mando.

Muchas ciudades, muchos representantes de movimientos indígenas -ecuatorianos, bolivianos, brasileños, mexicanos-, muchos de movimientos campesinos -el Movimiento de los Sin Tierra de Brasil, ante todo, pero también de América Latina, de Europa y de Asia-, llegaron a Porto Alegre. El mundo es nuestro porque nosotros somos el mundo, parecen querer decir, aunque siguen siendo todavía dominados por los de arriba, los de muy arriba que en esos mismos días se reunían en el Foro Económico de Davos.

Dos grandes acontecimientos planeaban sobre los encuentros, los debates y las fiestas juveniles del Foro de Porto Alegre, en el estadio Gigantinho, en la Universidad Católica y sus magníficas instalaciones, y en los almacenes del puerto convertidos en lugares de reunión.

El más cercano, el que daba la tonalidad dominante, era la victoria reciente del Partido de los Trabajadores (no un partido de izquierda genérica, que puede ser cualquier cosa, sino un partido socialista) y la presidencia apenas inaugurada de Lula. Un momento culminante, el segundo día del Foro, fue el acto de masas en el gran Anfiteatro Por do Sol, donde el presidente del Brasil, 175 millones de habitantes, Luiz Inacio Lula da Silva, vino a explicar a una multitud festiva con banderas de quién sabe cuántos países y cuántas organizaciones sociales, sus razones para aceptar la invitación al foro de Davos, lo que allí iba a decir, y cuál es el primernowar_protest98 propósito de su gobierno: que ningún brasileño, y sobre todo ningún niño, se vaya a dormir sin su cena y sin sus tres comidas al día: el plan Hambre Cero, en lugar del plan Tolerancia cero.

Me resulta mezquino y desorganizador, propio de escribidores desarmados o armados, ponerse a discutir ahora si Lula va a cumplir o no, en lugar de continuar organizando para la dura lucha por venir las inmensas y dispares fuerzas que convergieron en esa victoria. Un señor elegante, de saco, corbata y bigote bien recortado que estaba junto a mí, con marcado acento chileno me dijo: "Ya ve, compañero, lo mismo me hicieron a mí y después me anduvieron llorando". Me quedé sorprendido, porque el señor era medio transparente y yo no había dicho nada: "Oiga, quién es usted y cómo adivina lo que estoy pensando". Y el otro: "Vamos, compañero Gilly, no se haga el que no me conoce si no he cambiado tanto. Usted estuvo en mi casa allá por 1964, revisó mis libros, tomamos vino y anduvimos por los mercados y las fábricas de Santiago de Chile en mi campaña presidencial de entonces". "Caray, 1964, este es Salvador Allende", pensé yo. El señor elegante hizo una gran sonrisa (se veía que estaba muy contento) y, leyendo otra vez mi pensamiento, me dijo: "Sí, soy yo, y vine porque esto es muy grande y no me lo iba a perder. No se preocupe, esta vez va a ser diferente, mire nomás a nuestro alrededor". Y dicho esto, empezó a desvanecerse y, antes de desaparecer del todo, lo último que quedó flotando en el aire soleado de esa tarde, como en el gato de Cheshire, fueron su sonrisa, su bigote y su corbata. Todos o casi todos los que estaban a mi alrededor, en 1964 aún no habían nacido y, en consecuencia, ninguno notó nada y siguieron festejando con sus banderas y sus playeras.

El otro acontecimiento dominante, casi innecesario es decirlo, era en cambio de color oscuro como las palabras escritas sobre la puerta del Infierno: la guerra insensata que no sólo contra Irak sino contra el género humano está por lanzarse desde la Casa Blanca y el Pentágono. En todas las discusiones, en todas las mesas y encuentros, en la multitudinaria clausura en el estadio Gigantinho con las intervenciones de Noam Chomsky y Arundathi Roy (aplaudidos ambos como si el estadio se viniera abajo), y en la gran manifestación consecutiva que recorrió las calles de la ciudad, el tema, la palabra y el grito fueron: "Guerra, no".

Acontecimiento imprevisto y audaz, el día anterior al cierre se descolgó por sorpresa a Porto Alegre el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, y en un conmovido y llano discurso expuso sus razones, sus motivos y su vida ante la Asamblea Gaúcha de Porto Alegre, refirió las trampas contractuales que le tendieron en Nueva York, los sabotajes electrónicos a la empresa petrolera nacional, el golpe de Estado donde estuvo al borde de ser asesinado y el contenido democrático y social de su Constitución bolivariana. Quienes pudimos escucharlo desde afuera, en la plaza frente a la Asamblea, casi ni nos dimos cuenta de que entre el principio y el fin de su relato Chávez había hablado dos horas y media.

En el Foro se tenía la permanente sensación de que uno "se estaba perdiendo el Foro", pues mientras asistía a un evento simultáneamente tenían lugar incontables otros: había por lo menos veinticinco lugares de reunión donde sucedían encuentros de todo tipo al mismo tiempo. Algunos de sus temas: la tierra, el ALCA, la defensa de los bienes comunes (agua, biodiversidad, energía, bosques), el fundamentalismo y la intolerancia, la globalización capitalista y los medios, los derechos, la igualdad y la diversidad sexual, la educación, la salud y la seguridad social, la impagable deuda externa, los migrantes, los derechos del trabajo y del empleo, la cultura, el teatro, las nuevas tecnologías y la comunicación.

No soy afecto a dividir el Foro entre los famosos y los desconocidos o a pensar que los "grandes" se tragaron el Foro. En lo que yo pude ver, todos eran necesarios y se complementaban, sobre todo porque no se trataba de mandar sino de escuchar, debatir y pensar en los acuerdos posibles. Puedo hacer una lista de los nombres que recuerdo, a quienes escuché o con quienes puede conversar: Tariq Ali, Eduardo Galeano, Dennis Brutus (seis años preso en cárceles sudafricanas), Itsvan Meszaros, Samir Amin, Michael Löwy, Eleni Varikas, Danielle Mitterand, Daniel Bensaid, Richard Moore, Eric Toussaint, Arundathi Roy, Dieter Boris, Ignacio Ramonet, Carlos Gabetta, Atilio Borón, Leonardo Boff, Pino Solanas, Adolfo Pérez Esquivel, Aleida Guevara, Fredric Jameson, Ken Coates, Sebastiao Salgado, Franco Bertinotti, Gianni Minà, Emir Sader, muchos de ellos conocidos de los lectores de La Jornada. Entre los mexicanos, para no omitir a ninguno (pues no éramos pocos) sólo mencionaré a don Samuel Ruiz, cuyo testimonio de vida escuché en una gran sala llena de público.

En el Foro estaban, pues, los activistas, los militantes, los jóvenes, los estudiantes, los cineastas, periodistas y escritores, los organizadores de movimientos, los que pudieron viajar al verano brasileño desde cerca o desde lejos. Los pobres, los muy pobres, los pobres-pobres con cuyas vidas se alimenta y se ensaña el orden mundial militar-liberal del capital, esos por supuesto no estaban, ni sería legítimo decir que hubieran dado su representación a nadie. Pero, creo yo, este Foro Social Mundial vale la pena para todos y vale las penas de quienes lo organizan y lo sostienen. Ha ido creciendo de año en año en un difícil equilibrio entre sus componentes. El año que viene será en la India, la tierra de Arundathi Roy, que entusiasmó a la multitud en el Gigantinho. Cualquier cosa nos suceda en este 2003, seguramente allá muchos más volverán a llegar por todos los caminos.

Ellos tienen las armas, las instituciones financieras y las cadenas de televisión. Las ciudades siguen siendo nuestras.

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