Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 15 de febrero de 2003
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Política
Ilán Semo

El género de la discordia

Las derivaciones actuales del término género -condición, variante, diferencia, horizonte de percepción, postulación del otro, identidad en la diversidad, el cuerpo en la multitud, el cuerpo en el aparador- le confieren usos predeciblemente polémicos. La mayoría son de tono polémico; otras, como la "construcción social de lo femenino/masculino", anulan toda posibilidad de asimilarlas; ninguna, obviamente, es neutral. Las palabras son como los pájaros: signos en movimiento que escapan a los dictados de la taxonomía. El lenguaje, dice Rorty, es una continuación de la política con otros fines. La polémica que sostuvieron Marta Lamas, Carlos Monsiváis y Javier Sicilia en torno al tema de la condición de las mujeres indígenas en las páginas de la revista Proceso (números 1362-1367) se acoge, no sin cierta indecisión, a esta apertura. La costumbre ha sido que las posturas seculares y religiosas en este ámbito -el de la contienda por los derechos (término que a veces denota una manera mordaz de proponer o designar obligaciones) de la mujer- se enfrenten en campañas de oratoria y expediciones verbales. En cambio, lo que sugieren esas páginas es, por decirlo de alguna forma, inusual: una discusión, un recodo de inteligencia.

La voz más notoria -o más audible- que exhibe e impugna la subyugación bajo la que viven las indígenas es la de la comandante Esther, quien en marzo de 2001 denuncia, frente al Congreso de la Unión, la ausencia de derechos civiles (para frenar la violencia que ejercen los hombres y los tribunales), de derechos sociales (para hacer frente a la discriminación y las bajísimas remuneraciones), la falta de perspectivas (educativas y profesionales) y las nulas posibilidades de ciudadanía efectiva que imperan bajo el régimen de "usos y costumbres". La comandante arroja un balde de agua fría sobre quienes vindican o se resignan a aceptar los "usos y costumbres" como parte indivisible del futuro de la autonomía indígena, y abre un debate que las direcciones de organizaciones indígenas centrales, el esencialismo antropológico y el neoindigenismo radical no quieren -o no saben- escuchar.

Una visión más sistemática de esta impugnación la ofrece la resolución de la Primera Cumbre de Mujeres Indígenas de América, que se celebra en Oaxaca en 2002 con la asistencia de 400 delegadas de cuatro continentes. La resolución revela que el activisimo indígena no se reduce al contexto de las zapatistas, y que no sólo registra una visión alterna sobre el tema de la mujer, sino que esta visión propone una revisión radical de instituciones sociales, políticas y culturales constituivas de ese orden de la tradición. Sobre esta cualidad de cambiarlo todo, tal vez tiene razón María Antonieta Rivas Mercado cuando escribe: "La mujer es un teorema sin demostración" (...), pero un teorema "capaz de imprimir a la vida de otros seres el giro que ella desee." (La mujer mexicana, Madrid, 1928)

Quien responde y regaña a las activistas indígenas son cuatro obispos en una carta en la que impugnan y desafían esa contribución (femenina) a la crítica de su propio mundo: "Lamentamos que esa cumbre pretenda imponer (...) conceptos (...) que atentan contra el valor de la maternidad y la vida (...). La cumbre concibe la estructura de la familia indígena como causa directa de discriminación contra la mujer, cuando se ha de enfatizar el poder de la mujer indígena que en el hogar lleva la conducción de los hijos y la transmisión de valores".

¿Qué es lo que "lamentan" exactamente los obispos en la resolución de la cumbre?

Lo mismo que deploran quienes cuestionan la ciudadanización de las mujeres indígenas en aras de la defensa de alguna (siempre hipotética) esencia de la mujer (en el caso de la cosmovisión eclesiástica: "la transmisión de valores"), y quienes se oponen a su apuesta de transformar la maternidad, el matrimonio y la familia en un orden de responsabilidades compartidas, o efectivamente "complementarias", como sugieren las versiones más críticas y actualizadas de esa cosmovisión. Un orden en el que la noción de "bienestar familiar" deje de reducirse a la de la estabilidad y la eficacia del régimen del machín (patriarcal), y homologue, así sea como simple afán, el bienestar de la pareja y los hijos con el de cada uno de sus miembros.

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