Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 3 de marzo de 2003
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Mundo
Carlos Fazio

Guerra imperial y desinformación

Tiene razón Robert Fisk: "Sencillamente, estamos cansados de que nos mientan". El presidente George Bush Jr., su "perro de presa" Blair (Chomsky dixit) y el cusquito faldero Aznar, con sus historias de terror para espantar niños, nos quieren hacer tontos a todo el mundo. Las razones de la guerra de agresión neocolonialista contra Irak no son las patrañas que esgrimen cada día. El motivo no son el "maligno" Hussein y sus armas de destrucción masiva. Tampoco el terrorismo. Menos la democracia. Todo eso es desinformación maniquea. Manipulación mediática. Diversionismo ideológico. Intoxicación propagandística en tiempos de guerra. Basura para mantener engañada a la muchedumbre, espectadora silenciosa.

Los motivos para la devastación de Irak son otros: Estados Unidos ve amenazada su hegemonía. El imperio teme que surja una alianza entre Alemania, Francia y Rusia que lo desplace del liderazgo mundial (Wallerstein). Ve peligrosa la irrupción de China en el escenario mundial; un eventual resurgimiento de Japón y, potencialmente, el papel que pueda jugar India. Por eso, obsesionados con sus fantasías de poder mundial, el hijo de Bush y los sicópatas y fundamentalistas genocidas que lo rodean (Rumsfeld, Rice, Cheney, Ashcroft, Ridge, el taimado Powell y los cabilderos sionistas Wolfowitz, Perle, Feith, Bolton), junto con sus hombrecitos de paja en la "vieja Europa" (Blair, Straw y el neofranquista Aznar), quieren reconfigurar el mapa geopolítico del golfo Pérsico y todo Medio Oriente. Es en ese escenario que Irak y su petróleo importa. Pero es solamente una pieza. Como Afganistán. Controlando el área con protectorados y redes de bases militares (igual que en el siglo XIX en pleno auge de expansión imperialista), Washington podrá estrangular la economía de los rivales potenciales, tan dependientes de hidrocarburos como Estados Unidos (Michael T. Klare). Sólo así, creen los halcones, podrán conservar su dominio. Su poder sin límites. Pero pueden estar ensayando una fuga hacia adelante, acelerando el declive.

Desde el 11 de septiembre de 2001 Estados Unidos ha estado mintiendo todo el tiempo. La operación de tierra arrasada en Afganistán fue un gran montaje preparado por el Pentágono. Entonces, el gran Satán era el viejo socio de la CIA, Bin Laden. El bastardo en turno; como antes Noriega, la excusa para probar una nueva generación de armas en Panamá. Previo a la invasión de Afganistán, un oficial del ejército de Estados Unidos reveló a The Washington Post que en la "guerra informativa de gran intensidad" en curso se iba a "mentir" a la prensa. Que se impondrían "nuevos y estrictos límites" a la información. Es decir, a la libre expresión. Se denunció también una creciente campaña para "asegurar" la "lealtad" de los periodistas en la cruzada belicista de Bush contra el régimen talibán.

Consumada la agresión, en febrero de 2002 se supo que el Pentágono había montado una oficina encargada de difundir "noticias falsas" en el exterior, de manera deliberada y utilizando canales para ocultar su origen o su carácter oficial, como parte de un nuevo frente de lucha: el de la información. Según informaron entonces The New York Times y La Jornada (19/2/02), como parte de la guerra sicológica y las operaciones encubiertas diseñadas por expertos en inteligencia militar, la nueva Oficina de Influencia Estratégica (SIO), creada por el Pentágono después del 11 de septiembre, "plantaría" propaganda negra (mentiras deliberadas), desinformación y propaganda blanca (información verídica y creíble favorable a Estados Unidos y sus objetivos), en periodistas y medios extranjeros, para influir en la opinión pública internacional y en la de gobiernos tanto amigos como enemigos, en el marco de la guerra de Washington contra el "terrorismo".

Dirigida por el brigadier general de la Fuerza Aérea Simon Worden, la SIO depende de la Secretaría de la Defensa para Operaciones Especiales y Conflictos de Baja Intensidad, y entre sus funciones figura, además, elaborar técnicas de engaño (deception), actividades sicológicas, emisiones radiofónicas y ataques cibernéticos a redes de computación, con el objetivo de engañar al enemigo e influir en la opinión pública nacional e internacional.

Como tácticas de inteligencia, la distorsión de la información y las operaciones clandestinas de propaganda negra son herramientas militares clásicas. Igual que el uso de los autoatentados. Cabe recordar que la guerra de Estados Unidos contra España, en 1898, empezó con la mentira deliberada del hundimiento del acorazado Maine, anclado en el puerto de La Habana, seguida de una campaña sensacionalista y difamatoria orquestada por William Randolph Hearst, fundador del periodismo amarillo (el ciudadano Kane inmortalizado por Orson Welles), que derivó luego en la enmienda Platt y en la creación de la centenaria base naval de Guantánamo en Cuba. Asimismo, en agosto de 1964 el presidente Lyndon Johnson anunció que barcos norvietnamitas habían lanzado dos ataques seguidos contra naves estadunidenses en el golfo de Tonkin. Se trató de otra mentira flagrante. Pero eso no evitó que Johnson obtuviera la autorización del Congreso para intervenir y bombardear Vietnam del Norte.

En noviembre pasado, una vez aprobada la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU contra Irak, Washington comenzó a instrumentar la nueva ofensiva propagandística, con Hussein en el papel de villano mediático en sustitución del siempre oportuno Bin Laden. Tras dejar amarrada una complicidad descarada con las grandes cadenas periodísticas de Estados Unidos (en particular las televisoras ABC, CBS, NBC y Fox News), altos funcionarios de la administración Bush llevaron a cabo sesiones de "concientización" con corresponsales de prensa extranjeros, de países cuyos gobiernos son aliados de Washington, como Turquía, Japón, Canadá y México. La "noticia" plantada, a reproducir urbi et orbi, era que Bush "no tenía las manos atadas" por la resolución de la ONU; que no requería una autorización explícita para hacer uso de la fuerza. Poco antes Bush había lanzado su nueva estrategia de seguridad nacional: la doctrina de guerra ilimitada, unilateral y ofensiva. Una nueva doctrina imperial "preventiva" e irrestricta que entierra al derecho internacional y los postulados de la ONU.

La inducción de una guerra de rapiña "legitimada" por el mesianismo del destino manifiesto -"santurronería religiosa" llamó John Le Carré a la "guerra sagrada" de Bush contra Irak-, con el fin de agitar las fibras patrioteras y paranoicas del "rebaño" imperial (viejo recurso para la "construcción del consenso"), se combina ahora, como en la época del macartismo, con la sicosis y el terror interno ante el ataque "inevitable" y siempre "inminente" de los "terroristas" de afuera, provistos, afirman, con armas biológicas, químicas, nucleares y radiológicas. Una forma totalitaria de mantener a raya a la "chusma", mediante una "guerra de nervios" (USA Today) administrada por el Gran Hermano (John Ashcroft) mediante códigos naranja, amarillo y rojo en las pantallas de los televisores. A lo que se suman la promoción de "estuches de sobrevivencia urbana" ante la guerra bacteriológica que viene, nintendos mediáticos y "pruebas de inteligencia" plagiadas de tesis escolares caducas (el gran fiasco del halcón Powell en la ONU), con el fin de mantener "desorientado al rebaño" (Chomsky), provocar compras de pánico y aceptación sumisa a una Ley Patriótica que con la ficción de la seguridad nacional reduce los derechos ciudadanos a letra muerta.

Un Estado policial hacia adentro y una nación imperial hacia afuera, que cuenta desde enero pasado con un Centro de Integración de la Amenaza Terrorista, a cargo del nuevo secretario de Seguridad Interior, Tom Ridge (nuevo zar de inteligencia) y una Oficina de Comunicaciones Globales, cuya función es promover los intereses de Estados Unidos en el extranjero, reforzar el apoyo de los gobiernos aliados (que "cooperan" con Washington) e "informar" a la audiencia internacional sobre los propósitos de la Casa Blanca, para "prevenir" malentendidos. La orden ejecutiva firmada por Bush el 21 de enero prevé también que la flamante "oficina de imagen" podrá enviar "equipos de comunicadores" a aquellas áreas donde existe "alto interés" mundial y que "acaparan la atención de los medios de comunicación". Se trata, pues, de dar coherencia al mensaje "libertario" de Bush; de transmitir la "verdad" en el extranjero. En el lenguaje de Orwell: difundir la mentira organizada.

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