PRIMERA APARICION
EN MESOAMERICA





Lapublicación en estas páginas de Quetzalcóatl. Metáforas e imágenes, del historiador Enrique Florescano, continúa una experiencia de divulgación cultural probada en anteriores Perfiles. Esta serie, ricamente ilustrada, se compone de 10 capítulos, que aparecerán cada quince días, a principios y mediados del mes. Los 10 ensayos de esta serie dan a conocer estudios que modifican radicalmente nuestra interpretación del pasado y nos ofrecen una nueva dimensión de la cultura mesoamericana.

Durante más de medio siglo los arqueólogos e historiadores afirmaron que la celebrada Tollan de los textos nahuas era la Tula de Hidalgo. En contra de esa tesis, Florescano muestra que Teotihuacán es la Tollan legendaria, la matriz que produjo la peculiar cosmovisión mesoamericana sobre la creación del mundo, el origen de los dioses y el principio de los reinos. Según esta interpretación, Teotihuacán era un reino de habla náhuatl, lo que la convierte en la cultura más antigua y continua de Mesoamérica, en el núcleo que le dio sustento a la sociedad mexicana que nació entonces.

Mediante una revaloración de la imagen, la arquitectura y los mitos, Florescano presenta una nueva interpretación de los orígenes del dios del maíz entre los olmecas y sigue sus cambiantes rostros en el área maya, los mixtecos y el México Central. Analiza luego sus vínculos con Ehécatl, el dios del viento, y con Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl, el fundador y gobernante de la Tula de Hidalgo. En conjunto, estos ensayos aportan una nueva interpretación de los mitos fundadores de Mesoamérica, y especialmente de la influencia de Teotihuacán en el mundo maya (Tikal, Copán, Chichén Itzá y las tierras altas de Guatemala).

En las tierras húmedas y cálidas del sur de Veracruz los olmecas fundaron los primeros reinos que impulsaron la civilización en el hemisferio norte del extenso continente. En otro libro propuse que Quetzalcóatl, el numen que simboliza la civilización en Mesoamérica, fue en sus orígenes una manifestación del dios del maíz. Las indagaciones arqueológicas sobre la primera cultura mesoamericana confirman esa presunción.

Los olmecas florecieron entre 1500 y 300 años
a. C. y desde ese tiempo el dios del maíz adquirió tres rasgos que habrían de perdurar en la civilización mesoamericana: su cualidad de numen de la fertilidad; su carácter de símbolo de la creatividad humana y su asociación con el gobernante, quien desde entonces hizo suyas las imágenes y atributos del dios.

Los olmecas fueron los primeros en representar el origen del cosmos, los seres humanos, la naturaleza y los dioses mediante imágenes; crearon un lenguaje visual que se convirtió en un medio de comunicación persuasivo y generalizado. Los últimos descubrimientos sugieren que también inventaron un lenguaje escrito que se expresaba en imágenes (Fig.1).

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FIGURA 1. Imagen de un sello olmeca encontrado en Tabasco,
que muestra a un pájaro de cuya boca salen glifos.
Es probable que estos glifos representen signos y sonidos,
los elementos básicos del lenguaje hablado.

Seguramente el lenguaje de las imágenes nació mucho antes, en la lejana prehistoria; pero cupo a los olmecas integrar esas imágenes en símbolos que daban cuenta del mundo que habitaban. Con estas imágenes le dieron significado a su existencia, dibujaron los perfiles del cosmos y forjaron un estilo para expresar esas concepciones. El cometido de esos símbolos era hacer inteligible a los seres humanos el entorno que los rodeaba y su propio lugar en el mundo. Una de las imágenes iniciales que recorrieron el territorio de Mesoamérica fue la del dios del maíz.
 
 

La transformación de la semilla en dios

El estudio del significado del dios del maíz en Mesoamérica ha sido un proceso lento y tardío. Hacia la mitad del siglo pasado, Miguel Covarrubias elaboró una gráfica memorable que mostraba la continuidad en la forma de representar a los dioses de la lluvia desde los olmecas hasta los aztecas. Su reconstrucción iconográfica sugería que la religión mesoamericana descansaba en una cosmovisión común, en un conjunto unificado de creencias acerca de los dioses, la naturaleza y los seres humanos. En 1971 Peter D. Joralemon publicó el primer ensayo que reconoció la presencia del dios del maíz en el entonces confuso panteón olmeca. Apoyándose en estos estudios Karl Taube realizó más tarde un análisis brillante sobre el significado del dios del maíz entre los olmecas.

Los estudios iconográficos de Joralemon mostraron que los olmecas habían reconocido e individualizado diversos aspectos de la planta del maíz: las raíces, hojas y floraciones, el grano o semilla, la mazorca y su verde envoltura. Siguiendo los rastros de esta idea, Karl Taube advirtió que los olmecas habían divinizado diversas partes de la planta, formando una suerte de secuencia sagrada donde el grano, el brote de la planta y la mazorca madura constituían distintas fases del dios del maíz, cada una señalada por rasgos peculiares. Es decir, procediendo como botánicos rigurosos, los olmecas identificaron los procesos biológicos que recorría la planta del maíz desde su gestación hasta su madurez; pero en lugar de reconocer en esas transformaciones la mano sabia y paciente del cultivador, o la flexibilidad de la planta para adaptarse a los requerimientos humanos, las interpretaron como hierofanías, como trasuntos terrenos de la voluntad divina.

Una de las características del antiguo dios del maíz es que resume en su figura los procesos agrarios y biológicos que culminaron en la creación de este cereal. Las distintas fases del cultivo, desde la preparación del terreno, pasando por la siembra, el viaje de la semilla por el interior de la tierra, la maduración del grano, hasta la cosecha, se convirtieron en el imaginario mesoamericano en manifestaciones del dios. La preparación de la parcela de cultivo y la siembra están relacionadas con numerosas ceremonias dedicadas a la madre tierra con la intención de que ésta consintiera la profanación de su cuerpo y la introducción en él de la semilla. El hundimiento de ésta en el suelo y su unión con los jugos fertilizadores de esa región es uno de los pasajes más emotivos relatados en el Popol Vuh, el libro que resumió la sabiduría del pueblo maya. Es el tema de las famosas aventuras de Jun Junajpú, el Primer Padre o semilla que desciende al inframundo. Pero como Jun Junajpú se introduce en las profundidades de la tierra sin antes solicitar la aceptación de los dioses de esa región, éstos deciden sacrificarlo. El descenso a Xibalbá, el inframundo, es también el asunto principal de las aventuras de Junajpú y Xbalanké, los Gemelos Divinos, quienes consiguen rescatar a su padre de Xibalbá y llevarlo a la superficie terrestre, donde renace convertido en el dios eternamente joven del maíz.

La maduración de la planta está representada por la mazorca, una de las imágenes más populares del dios, cuyo rostro es precisamente una réplica de la mazorca. El corte de la mazorca es uno de los actos agrícolas cruciales en el desarrollo de la planta, pues con él culmina el ciclo de producción vegetal y comienza el de consumo, alimentación y reproducción de los seres humanos. Karl Taube interpretó las cabezas decapitadas del dios maya del maíz con el corte de la mazorca. Así como la planta moría en el verano con la cosecha y renacía en la primavera con la siembra, así también el dios experimentaba una vida gobernada por la muerte y la resurrección cíclicas. Dos imágenes extraordinarias, plasmadas en un vaso olmeca de Chalcatzingo y en un vaso maya de la época Clásica, dan cuenta del momento tremendo en que la mazorca, desprendida de la planta, se transforma en la cabeza del dios (Fig. 2)

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FIGURA 2. El extraordinario
"Vaso de Chalcatzingo",
con una de las representaciones
más antiguas del dios del maíz.

Otros estudios sugieren que en el periodo Formativo o Preclásico, la cultura olmeca que floreció en La Venta y en Chalcatzingo había desarrollado una concepción del ciclo del nacimiento y consunción de la semilla del maíz semejante a la que varios siglos más tarde se expresó en el Popol Vuh.

En la práctica agrícola que sustentaba la vida de los pueblos mesoamericanos, cada año la semilla del maíz se introducía en la tierra mediante un hoyo o hendidura que rompía la superficie terrestre. Al cabo de ocho días de permanencia en el inframundo su fruto resurgía de esas profundidades, abriendo otra vez la tierra para hacer brotar las primeras hojas de la planta verde del maíz. La entrada de la semilla en el seno de la tierra y su renacimiento prodigioso en la forma de planta productora de vida, era un ciclo que implicaba el sacrificio. Para que la planta del maíz germinara en el otoño, cada primavera una parte de la cosecha anterior, hecha simiente, debía sacrificarse a la tierra, donde sufría un proceso de descomposición y transformación que convertía la semilla enterrada en fruto revitalizador. Esto quiere decir que el grano del maíz es la simiente preciosa, el ancestro o primera semilla de quien dependía la reproducción de la cosecha futura, y el núcleo vital que aseguraba la continuidad del ciclo de muerte y resurrección de los frutos agrícolas. Así, la semilla del maíz, al mismo tiempo que es vida, simboliza el sacrificio y la muerte.

El ciclo de muerte y resurrección de la planta del maíz se convirtió en el paradigma de los procesos de creación entre los pueblos mesoamericanos. Según esta idea, toda creación forzosamente implicaba el sacrificio de una parte de la vida, y en el caso de la creación de las plantas o los productos vitales, esta creación se verificaba en el inframundo, a través de la transformación de la materia desgastada en energía. Así, desde los tiempos más remotos, el interior de la tierra, la región acuosa y oscura, fue concebida como el lugar de regeneración del cosmos mesoamericano.

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FIGURA 3. El dragón olmeca, una entidad sobrenatural
compuesta por una cabeza con rasgos de ofidio
y una parte trasera en forma de ala de pájaro.
Es una de las primeras imágenes que buscan integrar
los símbolos y poderes de la tierra con los celestes.

Siguiendo un procedimiento común en la iconografía de Mesoamérica, los olmecas acostumbraron representar el todo por una de sus partes (pars pro toto). Por ejemplo, el dragón olmeca, una de las primeras expresiones de la Serpiente Emplumada, se representa mediante el dibujo de las plumas del ave y los rasgos de la serpiente (Fig. 3), formando así un ser fantástico, que contiene los poderes de dos ámbitos diferentes del mundo natural. Siguiendo este principio, el dios del maíz fue identificado indistintamente por el grano, la mazorca o el color de la planta. Apoyados en este modelo estilístico, los arqueólogos advirtieron que numerosos objetos que imitaban las primitivas hachas fabricadas para cortar el bosque, preparar la parcela de cultivo o combatir al enemigo, se transformaron en representaciones del dios del maíz.
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FIGURA 4. Granos y mazorcas de maíz representados
bajo la forma de pequeñas hachas ceremoniales,
dibujados en la parte trasera de una escultura olmeca
que se conserva en la colección prehispánica
del museo de Dumbarton Oaks.

Entre los olmecas, las rudas piedras del hacha primitiva se convirtieron en resplandecientes hojas de jade finamente pulidas, que significaban el agua y el color verde de las plantas renacidas. Unas veces estas piedras pulidas aparecían aisladas, representando los preciosos granos del maíz (Fig. 4); otras formaban parte de la banda real de los gobernantes (Figs. 5 y 6); y a menudo adoptaron la forma de estelas o árboles de piedra, donde se esculpió la imagen del gobernante o del mismo dios del maíz (Fig. 7). En un antiguo manantial llamado El Manatí, situado entre los poblados olmecas de San Lorenzo y La Venta, los arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia encontraron una aglomeración extraordinaria de hachas ceremoniales de jade, dispuestas como ofrenda a los dioses del agua y la fertilidad. Entre esas piezas sobresalen las hachas ceremoniales más bellas que conocemos, notables por el delicado pulido de la piedra y el brillo de sus tonalidades verdosas.

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FIGURA 5. Pequeñas hachas ceremoniales
en forma de granos de maí.

Otros estudios indican que entre los años 1150 y 500 a.C. los pueblos olmecas de la región costera de Veracruz y Tabasco habían hecho del maíz su cultivo principal. Desde entonces comenzaron a proliferar las representaciones del dios del maíz en forma de imágenes que significaban la fertilidad, el renacimiento, la abundancia, la riqueza y la recreación incesante de la vida. En los campos de cultivo, en los templos y palacios de sus poblados, en sus grandes estelas y en los utensilios de barro más sencillos, se grabó la imagen de la semilla, la mazorca o la planta del maíz, como otras tantas encarnaciones del dios de la fertilidad.

El dios del maíz olmeca es una representación estilizada de la mazorca, que en Mesoamérica simboliza los atributos germinales y vitales de la planta. Numerosas representaciones de este dios asumen una forma antropomórfica (Fig. 8), pero es en su cabeza donde se concentran los rasgos que lo definen (Fig. 9). Como se aprecia en estas figuras, el dios del maíz tiene la cabeza en forma de mazorca, ojos almendrados, boca con rasgos de jaguar y una banda frontal ornada por cuatro granos de maíz. De una hendidura en la parte trasera de su cabeza brotan hojas de maíz o una mazorca. El verde es su color definitorio y las piedras pulidas de jade el material preferido para reproducir su imagen bienhechora.

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FIGURA 6. Cabeza del dios del maíz que imita
la forma del grano, grabada en una hacha ceremonial.
En la frente del dios se ve la banda real con cuatro
granos de maíz.

La importancia de este dios la revela el sitio arqueológico de La Venta, la primera ciudad que los olmecas construyeron para celebrar la bonanza que les deparó el cultivo del maíz. En esta región pantanosa, rodeada de ríos que en la época de lluvias se desbordaban y depositaban sus limos fertilizadores en las tierras aledañas, los olmecas erigieron una gran pirámide que semejaba la montaña que brotó de las aguas primordiales el día de la creación, rodeada de patios ceremoniales, templos, ofrendas subterráneas y altares que conmemoraban ese momento portentoso. Al pie de la gran pirámide levantaron estelas con la efigie del dios del maíz, que de este modo asumió el papel de deidad protectora de la nueva fundación terrestre (Fig. 10). Alrededor de esta fundación inicial se aglomeró la población y creció el núcleo urbano.

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FIGURA 7. Hacha ceremonial olmeca con
una representación de la cabeza
del dios del maíz, en cuya parte superior
brota una mazorca.

La union de la tierra con el cielo

La planta del maíz es hija de la tierra, pero su crecimiento y maduración es obra del entrelazamiento de los poderes fecundantes del cielo con los germinales de la tierra. En la concepción mesoamericana el dios creador que mueve las fuerzas del cosmos y les infunde vitalidad y armonía es el Sol. Quizá en tiempos remotos los dioses del inframundo y de la tierra ocuparon un lugar superior en el panteón mesoamericano. Pero desde 500 años antes de la era actual y durante el Clásico y Posclásico, el dios rector de ese panteón es el Sol. En la cosmogonía teotihuacana el Sol es la potencia que alumbra y pone en movimiento el mundo. El famoso mito del Quinto Sol cuenta que la era presente fue creada en Teotihuacán, cuando surgió por primera vez el Sol. En este mito la creación es una alborada y el tiempo, el espacio y la vida humana, emanaciones de la fuerza vital que va desplegando el Sol en su camino por la bóveda celeste y el inframundo.

Al nacer en el este, el Sol le imprime a esta región la máxima energía vital. Al moverse hacia su lado derecho define el norte, camina luego hacia el oeste y más tarde va al sur, para volver otra vez al oriente (Fig. 11). El camino del Sol crea entonces el espacio, funda las distintas regiones del mundo y los diferentes momentos de la duración temporal, pues su movimiento da origen al día, los meses, los años y los grandes ciclos temporales. Y al pasar el Sol por el cenit establece el centro del cosmos, el punto donde concurren las fuerzas que le dan vida al eje central, el núcleo del que emana la armonía y vitalidad del conjunto. El recorrido del Sol por las distintas regiones traza entonces el cuadrado original (Fig. 11), el espacio geométrico que definirá los contornos inconmovibles de la tierra y los límites de todos los lugares creados por la imaginación de los hombres: la milpa, la casa-habitación, el templo, el palacio, la ciudad, el altar... El movimiento del astro solar y sus diferentes posiciones en el espacio cósmico se convirtieron así en el modelo de las actividades humanas.

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FIGURA 8. Representación del dios del maíz en el Monumento I de
Teopantecuanitlan, Guerrero. La banda real que recorre su frente está
adornada por cuatro granos de maíz germinados.

Las descripciones del territorio o las regiones en los mitos cosmogónicos repiten el movimiento inicial del Sol, pues al igual que la ruta del Sol los relatos que describen el territorio comienzan por el este, siguen por el norte, continúan por el oeste y finalizan en el sur. Es una ruta que corre en sentido opuesto a las manecillas del reloj, como se puede apreciar en el ordenamiento del mundo por el dios Itzamná que narra el Libro de Chilam Balam de Chumayel, o en la descripción de la tierra mixteca que relata el Códice de Viena, o más tarde, en las descripciones indígenas de la tierra yucateca en la época colonial.

El carácter creador y ordenador del Sol fue el modelo de los valores morales indígenas. Por ejemplo, Gary Gossen ha mostrado que los conceptos chamulas de orden, creatividad, bondad y energía provienen del movimiento solar. Y así como el Sol ejercía su máximo poder en lo alto, así también el sitio reservado a los gobernantes era el superior, mientras las regiones bajas eran el lugar de la oscuridad, el frío, la enfermedad y la muerte. El Sol es asimismo una metáfora de la fecundidad, fuerza, valor y primacía del género masculino.

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FIGURA 9. A) Escultura de Pajapán con un
personaje en actitud de levantar un árbol cósmico
y cuyo tocado es una representación del dios
del maíz.

La propensión a antropomorfizar las fuerzas naturales y los dioses le asignó al Sol las virtudes masculinas y a la Tierra las femeninas, uniendo a las dos en una suerte de matrimonio divino. El Padre Cielo y la Madre Tierra, con sus atributos sexuales y su manejo de las fuerzas naturales, son los dioses impulsores de la reproducción humana y la regeneración cíclica de la naturaleza. Como dicen los mixtecos actuales, la tierra es la matriz y la lluvia el semen que la fertiliza. El producto de ese matrimonio es la planta del maíz.
 
 

La planta de maíz como diagrama cósmico

Los mitos de creación mesoamericanos narran el origen del cosmos, describen sus distintos niveles y ubican sus regiones en los cuatro rumbos espaciales. El Popol Vuh de los k'iche' relata que cuando comenzó la creación del mundo los dioses trajeron la cuerda de medir y trazaron un cuadrado que definió los contornos del cosmos: "Y se trajo la cuerda de medir y fue extendida en el cielo y en la tierra, en los cuatro ángulos, en los cuatro rincones..." Con los cordeles que sirvieron para circundar los cuatro rumbos del universo se fijó su centro, el sitio donde se erigió un gran árbol, el eje cósmico que estableció una comunicación fluida y recíproca entre el inframundo, la superficie terrestre y el cielo. Este ordenamiento del cosmos fue representado con economía en una tableta olmeca de piedra verde (Fig. 12).

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FIGURA 9. B) Estatuilla de jade con la figura
de un personaje en cuyo tocado
sobresale la imagen del dios del maíz.
La banda real de este personaje está compuesta
por pequeñas hachas ceremoniales que semejan
granos de maíz.

La superficie verde de esta tableta semeja las aguas primordiales de la creación. Los cuatro rumbos del cosmos y sus cuatro esquinas están claramente señalados en sus extremos. En su centro sobresale la imagen de un eje cósmico que atraviesa el espacio desde la parte inferior hasta la región celeste. En la base de este eje hay tres círculos que corresponden a las tres piedras que los dioses colocaron en el centro del cosmos el primer día de la creación, según relatan los mitos mayas. Arriba de las tres piedras se representa la Tierra en forma de pirámide escalonada o Montaña Primordial (Yax-Hal-Witz, la Primera Montaña Verdadera de los mayas). En la cima de esa montaña se yergue una planta de maíz como árbol cósmico, rodeada de cuatro granos que señalan los cuatro rumbos del cosmos. Se trata, como se advierte, de un relato gráfico de los orígenes del cosmos centrado en el árbol primordial, que para los olmecas era la planta del maíz, el árbol dispensador de los alimentos terrestres.

En los relatos de creación más antiguos el árbol cósmico es el puente que une el inframundo con la tierra y la región celeste. Es el eje que articula las regiones que le dan sustento y vitalidad al cosmos. Una de sus representaciones más famosas está grabada en el tablero del llamado Templo de la Cruz Foliada de Palenque (Fig. 13). En esta escultura la Tierra está simbolizada por dos cabezas humanas en forma de mazorca de maíz, el inframundo por la cara del monstruo de la tierra y el cielo por un pájaro.
 
 

El dios del maiz y el gobernante

En la mentalidad olmeca la importancia del dios del maíz como articulador de la relación entre los seres humanos y la naturaleza sólo se equipara a la función del gobernante como responsable del equilibrio cósmico y humano. Numerosas imágenes que refieren la intervención del dios del maíz en la composición del cosmos expresan la intención de sustituir la figura del dios por la del gobernante (Fig. 14). En diversas hachas de jade advertimos la figura del gobernante ocupando la parte central del espacio, rodeado por cuatro semillas de maíz germinadas, ubicadas en los cuatro rumbos cósmicos. Virginia Fields mostró que el motivo en forma de flor de lis que remata el tocado que llevan estos personajes en la cabeza es también una representación de la mazorca flanqueada por dos hojas. Kent Reilly percibió que la intención de estas imágenes era presentar al gobernante como articulador supremo de las fuerzas que animaban los tres niveles y las cuatro esquinas del cosmos. En la escultura, la pintura o la cerámica, el gobernante es el manipulador de las fuerzas que residen en los diferentes ámbitos del cosmos y su imagen se une o se confunde con la del dios del maíz.

El traspaso de los poderes del dios a la persona del gobernante es uno de los procesos iniciales de divinización de estos últimos, un fenómeno que en Mesoamérica se anuncia desde el periodo Formativo (1500-300 a.C.). Las hachas de jade y numerosas esculturas y pinturas muestran el dominio del gobernante sobre las fuerzas que residen en los tres niveles y las cuatro regiones del cosmos, y su capacidad para transitar por esos ámbitos y derramar en el mundo terrestre sus flujos benéficos (Fig. 15).

Así, entre los olmecas, como más tarde entre los mayas de la época clásica, el gobernante es el único y supremo sacerdote que establece una comunicación directa con los dioses y los ancestros. En estos pueblos, como dice Claude-François Baudez, el soberano tiene una dimensión cósmica: su cuerpo es la imagen del Universo. Cuando accede al poder se le compara con el sol al amanecer, y cuando muere, con el sol al atardecer. Es el personaje principal de los relatos históricos grabados en las estelas y su imagen es la receptora de las ofrendas y sacrificios. Los ancestros que lo acompañan son los garantes de su legimitidad. Y su figura es la representación de la comunidad y del reino.
 
 

Naturaleza y simbolismo del dios del maiz

Los rasgos que van conformando la personalidad y los símbolos del dios del maíz iluminan el misterioso proceso de creación de los dioses en la antigüedad. En su magnífico estudio sobre la formación de los dioses en Mesopotamia, Jacobsen advierte que en sus etapas más tempranas los dioses están representados como "élan vital" o fuerzas de la naturaleza esenciales para la supervivencia humana, son una encarnación de la fertilidad, la lluvia o los granos. En estos casos el dios no tiene forma humana, sino que la figura que lo representa simboliza la fuerza o el fenómeno natural que encarna. Se manifiesta como grano, agua, lluvia, tierra o vegetación.

Este es el proceso que se advierte en la representación de los dioses olmecas. Como se ha visto antes, las primeras imágenes del dios olmeca del maíz lo representan como mazorca (Figs. 14 y 16), el fruto de la planta que simboliza su poder reproductor. El rostro del dios del maíz semeja la forma de la mazorca; a veces su cara lleva grabados los granos de maíz y de su cabeza brota una mazorca (Fig. 16). En estas imágenes la figura del dios es una reproducción de las fuerzas generadoras que habitan en la planta.

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FIGURA 10. Representaciones antiguas del dios
del maíz en dos estelas de La Venta.
Estas estelas tienen forma de hachas y
estaban sembradas al pie de la pirámide
principal del centro ceremonial.

Quizá en estos tiempos remotos el nombre del dios olmeca del maíz era el de la semilla o la mazorca, como ocurre con el dios maya del maíz en la época Clásica, cuyo nombre, Jun Nal Ye, quiere decir primera semilla de maíz. Pero esto es sólo una conjetura. Lo que sí podemos afirmar es que el dios del maíz olmeca se representaba mediante el grano, la semilla o la mazorca del maíz. O dicho con otras palabras, su imagen era una expresión de las fuerzas reproductoras de la planta, una metáfora de la germinación, la reproducción, el florecimiento o la vida. De ese modo, el dios olmeca del maíz, al absorber en su imagen las cualidades germinales de la planta, la mazorca y el grano del maíz, se convirtió en una condensación de la fertilidad y las virtudes alimentarias de esa planta; era la expresión suprema de las fuerzas vitales del reino vegetal. Por otra parte, la asociación del dios del maíz con el origen del cosmos y el nacimiento de la civilización, expresa la importancia que los pueblos de Mesoamérica le atribuyeron a la domesticación de la planta del maíz. El dios olmeca del maíz, como el Jun Nal Ye de los mayas, es la primera deidad americana cuyo cuerpo mismo, la mazorca (Fig. 16), se convierte en hechura y alimento de los seres humanos. Según esta concepción, el dios y sus criaturas tienen el mismo origen y están hechos de la misma sustancia. Se trata de una concepción generalizada entre los pueblos fundadores de civilización en el continente americano, como se aprecia en una jarra de la cultura Moché de Perú, donde se ve nacer a los hijos del dios del maíz del cuerpo mismo del dios (Fig. 17).

Al sumar estos variados significados el dios del maíz se convirtió en símbolo de lo más valioso: era el compendio de las virtudes terrestres y sobrenaturales. Su figura se cubrió con el color verde, el más estimado porque representaba el agua y el renacimiento de las plantas. El color verde del jade y de las plumas iridiscentes del quetzal era también sinónimo de belleza, de cosa preciosísima, y de riqueza. Las piedras verdes de jade con la imagen resplandeciente del dios del maíz eran una expresión de la riqueza acumulada. Sabemos que las pequeñas hachas de piedra verde eran uno de los artefactos del intercambio comercial que los olmecas mantenían con otros pueblos y regiones de Mesoamérica. Como dice Joralemon, las pulidas hachas de piedra quizá sirvieron como una suerte de moneda, "un medio de almacenar la riqueza que podía comerciarse, intercambiarse y acumular con facilidad". Lo cierto es que como las brillantes plumas verdes del quetzal, las piedras de jade son sinónimo del esplendor y riqueza contenidos en la imagen del dios del maíz: declaraban que el maíz era la fuente universal de la riqueza. Cuando el grano, la mazorca o los símbolos del dios del maíz aparecían vinculados con la figura del gobernante, significaban que éste poseía las riquezas más valoradas y que él mismo se había transformado en un ser precioso.
ESQUEMA DEL SOL EPS.

FIGURA 11. Las cuatro "esquinas del cielo" en los solsticios
y el punto central al pasar el Sol por el cenit.


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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FIGURA 12. Cosmograma primordial olmeca. En esta pequeña placa procedente del estado de Guerrero, el genio olmeca sintetizó una cosmovisión que se propagó por el mundo mesoamericano.
En los bordes se observan las cuatro direcciones y las cuatro esquinas del
cosmos. En la parte baja de la figura se ve la Primera Montaña coronada por un árbol cósmico (una planta de maíz), con cuatro granos de la misma planta a los lados. Los cuatro granos simbolizan las cuatro direcciones o rumbos del
cosmos; la planta de maíz hace la quinta, el centro del que brota el árbol cósmico.

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FIGURA 13. Representación del árbol cósmico en el centro del tablero de la Cruz Foliada de Palenque. En la parte inferior se ve la cara del monstruo de la tierra que simboliza el inframundo. La parte media, que corresponde a la superficie terrestre, está representada por foliaciones de la planta del maíz y por mazorcas con cara humana. La parte superior tiene por símbolo un pájaro celestial.

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FIGURA 14. A) Elementos de la planta del maíz en la banda frontal de un gobernante olmeca que aparece como eje cósmico, instalado en el centro del mundo. De su cabeza brota una planta de maíz y sus manos sostienen un cetro. Ocupa el centro del mundo, como lo señalan los cuatro granos de maíz repartidos en los rumbos cardinales.
B) La imagen del gobernante grabada en el centro de una hacha de jadeita de la región de Arroyo Pesquero. La figura del personaje
está rodeada por cuatro granos de maíz dispuestos en los cuatro rumbos del cosmos.

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FIGURA 15. Monumento de estilo olmeca de Chalcatzingo, que muestra como las aguas del cielo que caen de las nubes fertilizan el interior de una cueva del inframundo. En el centro de la cueva se advierte la figura de un personaje que parece dominar las fuerzas celestes y las germinales del inframundo. Del interior de la cueva salen volutas que significan la energía o la fuerza acumulada en este recinto.

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FIGURA 16. Monumento 1 de La Merced, Hidalgotitlán, Veracruz.
Estela de piedra, en forma de grano de maíz, con la efigie del dios del
maíz olmeca, poblada de símbolos que aluden a esta planta. En los cuatro
extremos de su cara se advierten
representaciones del grano de maíz
y de la hendidura de su cabeza
brota una mazorca.

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FIGURA 17. Representación del dios del maíz Ai-apaec, en la cultura
Moché del Perú. Como se advierte, la cara
del dios es una representación de la mazorca del maíz,
de la cual brotan sus vástagos.