Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 7 de marzo de 2003
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  CineGuía
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  Librería   
  La Jornada de Oriente
  La Jornada Morelos
  Correo Electrónico
  Búsquedas 
  >

Política

Horacio Labastida

La libertad como ideología opresiva

En nuestros días hay amenazas que inquietan la vida, porque se trata de privarnos de paz y de un acceso generoso a los más altos valores del hombre, aunque hay también ocasiones nobles y bondadosas. Domingo a domingo se llenan las salas de música, museos, cines y teatros de nuestra ciudad con gente fascinada por la belleza y el bien. No todo es crueldad, homicidios y genocidios; hay escenarios alegres donde se acredita que actualmente los pueblos forjan y perfeccionan su propia humanidad al negar las terribles cargas que traen consigo los instintos de inmolación.

Y entonces surge la inevitable pregunta, Ƒpor qué las personas se destruyen unas a otras en lugar de ayudarse en la solución de los grandes problemas que enfrentan? Y ante esta conmovedora interrogación viene de inmediato aquella frase que en su época pronunció el insigne autor de El capital, Carlos Marx, al advertirnos desde su cátedra que mientras estemos inmersos en un reparto inequitativo de bienes materiales y culturales seguiremos enfrascados en una larga prehistoria de luchas fratricidas, y que sólo el fin de estas luchas nos abrirá las puertas a la historia, o sea, a una convivencia libre de subyugaciones y de injusticia.

Esas multitudes que acuden a las maravillosas expresiones culturales prueban desde ahora que el salto de la prehistoria a la historia no es una utopía, sino un ideal realizable si decidimos entregarnos a la edificación de un mundo distinto al que nos ha rodeado hasta el presente, cargado de masacres y de un creciente terrorismo de Estado que trata de legitimar, igual que lo hicieron hace decenios nazis y fascistas, el avasallamiento de los más por los menos. Todo es aperplejante y turbador al desvelar una verdad que de inmediato alarma la conciencia hasta sus hondas raíces. La historia lo prueba una y otra vez. El envilecimiento y la explotación de los pueblos, puesto en marcha en el transcurso de los siglos, no es presentado por explotadores y envilecedores como un proceso degradante del hombre; al revés, los explotadores y envilecedores hacen del yugo un camino redentor de los tiranizados por el uso de ideologías que buscan convencer al esclavizado de que la esclavitud es su redención.

En los imperios que se sucedieron hasta las postrimerías del siglo xviii la idea de Dios sustanció la ideología legitimadora de faraones, césares, señores feudales y monarcas absolutos. La potestad gubernamental fue una gracia de la divinidad en la casta destinada a gobernar la ciudad del hombre, y el acatamiento de los súbditos al rey era acatamiento a la palabra divina. El súbdito rebelde se vio enemigo del monarca y de Dios mismo, por lo que merecía la muerte inmediata. La consecuencia obvia de esta concepción implicaba que la subyugación impuesta por la aristocracia era factor sine qua non de la paz y la armonía sociales.

La legitimación ideológica de las clases dominantes cambió al surgir el Estado democrático moderno. Ya no es Dios la fuente del poder público; ahora es el pueblo, y en nombre de la libertad del pueblo y de la satisfacción de sus necesidades los gobernantes toman en sus manos el poder político identificado con la soberanía popular, de acuerdo con las proclamaciones contractualistas del célebre Juan Jacobo Rousseau (1712-1778) y de otros teóricos anteriores como John Locke (1632-1702) y discípulos, defensores de la gloriosa revolución presidida por el soberano británico Guillermo III (1650-1702). Sin embargo, el sentido de esta novedosa democracia recogida en la Constitución estadunidense de 1787 y durante la revolución francesa (1789) descubriría la diferencia entre democracia formal de los hombres del dinero y democracia verdadera, la que en nuestro México acentúan día a día los zapatistas chiapanecos.

En la atmósfera de Graco Babeuf (1760-1797) y el Manifiesto de los iguales (1797) quedó claro que la libertad del pueblo de que hablan los hombres de negocios y dirigentes desde aquellos años revolucionarios es la libertad de las minorías burguesas y no la libertad del hombre. En el manifiesto se anota que después de la revolución francesa, reconocida como vanguardia, vendrá otra revolución mayor, más profunda, la última revolución, y que los propietarios ricos no podrán evitar que la libertad y la igualdad dejen de ser propuestas verbales de los demócratas falsos y se conviertan en libertad e igualdad reales.

Es claro que hay un uso ideológico de la libertad para legitimar el imperio de los capitalistas de todos los tiempos, muy especialmente de sus representantes en la alta burocracia estadunidense que George W. Bush encabeza, cuyos planes buscan cosificar y explotar a la humanidad estableciendo un imperio global apuntalado en las mejores armas de destrucción masiva que se han fabricado hasta la fecha; y es claro también que las banderas de libertad democrática enarboladas en Washington son los símbolos de una libertad convertida en ideología opresiva.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año