Jornada Semanal, domingo 9 de marzo del 2003        núm. 418

EL HERMOSO FRACASO DEL GENERAL MÚGICA

De muchas maneras, todas ellas sucias, tramposas, sórdidas, los gobiernos de Salinas y de Zedillo enterraron y hundieron en el desprestigio al partido político que, a lo largo de sus tres denominaciones y sus setenta y tres años, manejó con mano dura, astucia, corrupción y varios notables aciertos, los asuntos públicos de un país maltratado por las contiendas civiles, las luchas religiosas y la constante intromisión imperialista. Las enormidades salinianas alcanzaron cotas inéditas en materia de corrupción y de superchería, mientras que Zedillo y sus prepotentes alicuijes desbordaron el pozo de los errores, las torpezas y las chicanerías rudimentarias. Sus tonterías y corrupciones dejaron secuelas muy graves y el “régimen del cambio”, tan neoliberal como sus antecesores de la decadencia priísta, poco o nada ha podido –o querido– hacer para enfrentarlas y, a falta de una sólida y sincera política regeneracionista, propone un galimatías (que sería cómico si no tuviera consecuencias tan siniestras) hecho de promesas demagógicas, frivolidades de revista peninsular con princesas, casas de campo, primeras damas y ricachones en Marbella, Acapulco o Miami, santuarios de la inagotable e insultante cursilería del rastacuerismo empresarial; inacabables torpezas verbales, entreguismo impúdico al patrón imperial, nuevas formas de la corrupción (ahora rociadas de agua bendita), prepotencias de patrón de rancho y actos de beneficencia de toda televisada laya como inadmisibles y falaces sucedáneos de la justicia social.

Las tropelías salinistas y zedillistas han hecho que muchas personas se olviden de los aspectos rescatables de los gobiernos que inicialmente “emanaron de la revolución” y, más tarde, del fraude en las elecciones, el corporativismo, la chicanería y la corrupción estructural. Es obvio que los historiadores serios deben, por encima de las discrepancias, reconocer los grandes avances en materia social y educativa logrados por el régimen del general Cárdenas, así como su política nacionalista, en el mejor sentido del término, su postura en cuestiones internacionales y en los distintos aspectos del Estado de bienestar. Por muchos años tuvo nuestro país el mejor Seguro Social de América Latina, a ningún político se le ocurrió restringir las ayudas en materia educativa y todos asumieron, como algo indiscutible, los principios del Estado laico y de la educación, también laica, pública y gratuita. Sobre estos temas, debemos recordar que hasta un gobierno tan corrupto y negociante como el de Miguel Alemán mejoró los servicios del Seguro Social y apoyó a la universidad pública.

Todas estas observaciones nacieron, en buena medida, de la lectura del excelente estudio de Héctor Ceballos Garibay sobre la vida y la obra del General Francisco J. Múgica, titulado Crónica política de un rebelde. Con prosa clara y precisa, con afecto por el personaje y afinidades que no menoscaban la objetividad, el autor coloca a Múgica en el relevante lugar que le corresponde dentro de los avatares del proceso revolucionario mexicano. Analiza la actitud progresista que el General mantuvo durante las discusiones del Congreso Constituyente de 1917 y especula sobre sus posibles lecturas de textos socialistas, comunistas y anarquistas, poniendo énfasis en su pasión por la historia del país y del mundo. Ubicado en el ala radical de la revolución (junto a Salvador Alvarado, Adalberto Tejeda, Felipe Carrillo Puerto y Lázaro Cárdenas. Garrido Canabal representa algo distinto y pendiente de un análisis cuidadoso y, por lo mismo, antimaniqueo), Múgica actuó siempre con lucidez, ánimo sensato, honestidad y coherencia ideológica. Estas virtudes lo acompañaron en todos sus cargos: gobernador de Tabasco, Michoacán y el territorio de Baja California Sur; secretario de Estado, diputado y, sobre todo, consejero leal e inteligente del general Cárdenas. En el arduo proceso de la expropiación petrolera, las firmes ideas de Múgica se combinaron adecuadamente con las habilidades jurídicas y financieras del secretario de Hacienda, Eduardo Suárez.

Héctor Ceballos establece una serie de hipótesis sobre el hecho de que el sucesor del presidente Cárdenas haya sido el conservador general Ávila Camacho, hermano de uno de los más funestos caciques del sistema, el atrabiliario y astuto Maximino. La lógica indicaba que el candidato debería haber sido Francisco J. Múgica, el único político con la fuerza moral y la inteligencia necesarias para continuar y profundizar las reformas cardenistas, pero las circunstancias políticas del país y del mundo impusieron un viraje que, en muchos aspectos, anuló o desvirtuó el programa revolucionario.

La derecha eclesiástica, la empresarial y la política echaron a andar sus grupos de presión y el embajador imperial, Josephus Daniels, intervino para apoyar al candidato que interrumpiría el programa revolucionario y firmaría un modus vivendi con los grupos conservadores y los poderes fácticos del capitalismo local, estadunidense e internacional. Múgica se disciplinó y, prudentemente, se retiró a su granja de la Tzipecua para dedicarse (“Camilo en el gran amor de su tierra”, decía don Jorge Manrique) a la agricultura y vivir modestamente. Al poco tiempo fue nombrado gobernador del Territorio de Baja California Sur. Las venganzas avilacamachistas reflejadas en los cortes presupuestales, la llegada de los sinarquistas, sus fundaciones de “María Auxiliadora” y su proyecto secreto con la armada imperial japonesa tan interesada en la Bahía de Magdalena y en la cercanía de la California estadunidense y su base naval de San Diego, fueron los momentos más difíciles de su gobierno. Múgica trató educadamente a los sinarquistas y les prestó ayuda humanitaria cuando fracasó su proyecto colonizador y solapadamente bélico. Mario Gil, notable periodista y compañero de Benita Galeana (“nada más que su hombre”, diríamos parafraseando a Unamuno) documentó con perspicacia los planes públicos y secretos de los fascistas criollos encabezados por Salvador Abascal.

Héctor Ceballos resulta especialmente brillante cuando nos habla de los últimos años de Múgica, de su participación, activa, pero distanciada, en la campaña del contratista Henríquez Guzmán; de la fundación del Partido Constitucionalista, de su interesante plataforma política y de su candidatura a senador por Michoacán. Recuerda Héctor el discurso que Múgica pronunció en el Teatro Abreu el día de la presentación del programa del Partido Constitucionalista. La justicia social, la defensa de la soberanía de la nación, la modernización económica, el respeto a los artículos 27 y tercero de la Constitución, el verdadero federalismo, la democracia electoral, el Estado laico, la separación de poderes, la continuación de la reforma agraria y la lucha contra la corrupción fueron los temas centrales de un programa por todos conceptos sensato y factible.

Múgica sufrió las represalias del sistema y regresó a su retiro de la Tzipecua donde murió en 1954. Su amigo, el general Cárdenas, lo acompañó en sus últimos momentos.

Héctor Ceballos nos invita a pensar en lo que hubiera sido nuestro país si, en lugar de Ávila Camacho, hubiera sido Múgica el presidente que continuara y profundizara la obra de nuestro mayor reformador social, Lázaro Cárdenas. Gracias a este libro resplandece la memoria de un revolucionario honesto, fiel a sus ideas y hermosamente fracasado.
 

HUGO GUTIÉRREZ VEGA
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