ANA GARCÍA BERGUA EL PATIO DE
Ahora
se lee mucho a los analistas políticos que se han vuelto como gurús:
quizá es porque todos estamos tan aterrorizados con la idea de una
guerra que desencadene mil y muchas guerras, que nos afanamos en entender
algo de lo que pasa por boca de estos señores. Así, por andar
buscando explicaciones, leí un artículo que decía
que al igual que no hay razones lo suficientemente claras para que Bush
ataque a Irak, tampoco las hay para defender la paz a toda costa. Yo sólo
me pongo en el lugar de cualquier ciudadano de Irak, que no tiene la culpa
de tener el presidente que tiene, y que sabe que a lo mejor a él
y su familia, y sus amigos, y sus vecinos, y sus conocidos, y sus conciudadanos,
les caerá del cielo una lluvia de bombas por razones geopolíticas,
y se me ponen los pelos de punta. El simple instinto de conservación
de la especie me parece que ya es una razón más que suficiente
para defender la paz, y por eso me parece bastante siniestra toda esta
retahíla de consideraciones estratégicas, políticas
y hasta mercadotécnicas que hacen no sólo los gobiernos atacantes,
sino los analistas políticos sobre lo que significa el poderío
de unos países sobre otros, pues siempre los que pagan el pato de
tanto análisis son los de a pie (y quizá, por eso, los promotores
de la paz se oponen a la guerra a pie, en enormes marchas, en actos cívicos).
Pero pensaba que no sólo están los civiles: ¿han visto
ustedes a los soldados? Hace años pude entrar a la Secretaría
de la Defensa Nacional a cumplir un trabajo que consistía en copiar
algunos documentos del archivo histórico de aquella dependencia
(no, no eran los del 68 ni mucho menos, no os creáis).Quién
sabe cómo sea ahora, pero en ese momento no podía uno andar
por la Secretaría como por cualquier otra; tenía que irte
a buscar un soldado a la puerta y de ahí te escoltaba al archivo.
Cruzando esa microciudad con todos los servicios para los soldados (banco,
supermercado, cajero), me sentía yo muy extraña: era algo
un poco amenazante, como regresar al patio de una primaria grande, donde
incluso algún soldado que pasaba te daba un golpe con la cacha del
arma que trajera nomás por descuido (sinceramente espero que haya
sido por eso). Y luego el trato en el archivo era muy peculiar: había
mucha disciplina y secretismo, aun cuando fuera uno a consultar expedientes
del siglo xix, como solía ser mi caso, pero a la hora en que los
superiores salían por alguna razón, los soldados a cargo
del archivo se soltaban el pelo; azorados, los investigadores tratábamos
de escondernos detrás de nuestras laptops, mientras estos
hombres con sus grandes botas se ponían a correr entre los anaqueles
maullando y relinchando en un estilo que ya quisieran muchos kínderes.
Y luego regresaban los superiores, los regañaban y estos pobres
regresaban a sentarse tras la máquina de escribir, bien calladitos
y disciplinados. Y a cambio de ser como niños y ser constantemente
castigados, regañados y disciplinados, supongo, recibían
el techo, la comida, la paga, y las ventajas de pertenecer a una corporación
que decide por ti y te vuelve absolutamente irresponsable de tus actos,
incluido el de morir o matar por la causa que el gobierno de aquélla
estime conveniente, actos por lo menos el segundo sobre los cuales uno
diría que conviene poseer un poco de control personal. Yo he visto
algunas películas sobre la guerra, o incluso alguna sobre las corporaciones
militares estadunidenses y las arbitrariedades que privan en los cuarteles,
pero esta pequeña experiencia, de por sí intelectual pues
no me ha tocado que unos soldados me aporreen con disciplina, como por
desgracia a muchos otros sí, no se me borra de la memoria, quizá
porque representaba una manera de ver el mundo que está perdiendo
sentido, y quizá por ello es ahora más fuerte que nunca la
oposición a la guerra, con o sin razones estratégicas: en
verdad que somos muchos los de a pie, muchos los ciudadanos que no queremos
vivir en un patio de escuela con prefecto. Muchos los que deseamos, en
la medida de lo posible, decidir sobre nuestras vidas y que no nos lluevan
bombas del cielo.
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