La Jornada Semanal,  domingo 9 de marzo  de 2003         418
(h)ojeadas
LA PERTINENCIA Y LA PERTENENCIA

ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ

Bruno Estañol,
Bella dama nocturna sin piedad, Fondo de Cultura Económica,
México, 2002.

La paronomasia –esa figura del lenguaje que aproxima en la forma tanto como separa en su sentido a dos o más palabras– que encabeza esta nota pretende destacar el doble mérito que es dable reconocer en los cuentos de Bruno Estañol (Frontera, Tabasco, 1945). Se trata, por un lado, de prosas que saben adecuar el lenguaje utilizado al asunto que refieren: una destreza que destroza la distancia entre la historia y su discurso y los hace parecer, casi naturalmente, una y la misma cosa; en segundo término, la compilación refleja que el estilo y las anécdotas que la ilustran son los de una obra que dialoga con su entorno de un modo tan intenso que sólo puede proceder de quien habla verdaderamente el lenguaje de su tribu: un atributo de la autenticidad.

La reunión de los veintitantos relatos que conforman el libro de Estañol revela que estamos frente a una literatura fecunda en contrastes y pródiga en matices que subrayan el paso del tiempo: del cuento telúrico a la broma existencial, de "Ni el reino de otro mundo" a "La esposa de Martin Butchell" (primera y última de las tres secciones que constituyen la parte medular del libro), hay una evolución temática natural en la que la voz narrativa gana en aplomo lo que pierde, digamos, en espontaneidad. Siendo idéntica la fuerza de la historia contada, del estilo yuxtapuesto de frases breves que caracteriza la prosa de Estañol, la urbanización de los textos –que dejan de hablar de caimanes y manglares para recalar en excentricidades y neurosis propias del habitante de la gran ciudad– sofoca en cierta forma la vena vernácula de los primeros textos, lo cual no implica, por cierto, una traición al origen, sino una apuesta que aún no se ha resuelto en la obra de Bruno Estañol: o bien probablemente se desdoble por los sinuosos senderos de una literatura fantástico-oligofrénica que parece todo el tiempo estar haciéndole un guiño al autor, o involucrará en la nostalgia del trópico la ansiedad insaciable de sus entes de ficción por padecer despiadadas crisis de pertenencia o patologías aún más extremas. La presente edición va introducida, para hablar de una anomalía que acaso entre en juego con las psicopatías de algunos de los personajes del libro, por un prólogo escandalosamente largo que adjunta a la impertinencia de sus dimensiones la naturaleza de su empeño: se trata, más que de una presentación, de un cuidadoso estudio de Russell M. Cluff, especialista de la Brigham Young University en narrativa mexicana del último medio siglo. El texto hace pensar en esa vieja idea que tanto se ha discutido y a la que siempre se recurre para abandonarla inmediatamente en el olvido: la imperiosa necesidad de que los prólogos sean epílogos antes que epígrafes de los libros, sobre todo cuando se trata de trabajos analíticos tan exquisitos –y prescindibles, a la hora de abandonarse a la lectura de un libro de relatos. La caterva terminológica de "primeras personas narrativas", de "posturas irónicas", de "cosmovisiones paralelísticas" viene muy poco a cuento como entrada al plato fuerte del volumen, los textos de Estañol, y sí puede provocar, en un lector poco adiestrado en pasodobles filológicos, algún tipo de malestar o indigestión que lo haga renunciar al banquete de la lectura. Por cierto que el argumento sofístico que pretende justificar este criterio (es sólo un decir) editorial aduce que el lector bien puede saltarse el prólogo si lo que quiere es inmiscuirse directamente en las historias. Si ello es así, para qué hacer de él un atleta por anticipado, cuando bien puede ser, y más provechosamente, un agradecido interlocutor de las hipótesis del especialista una vez que tiene cómo juzgar si lo que el estudioso describe corresponde a lo que él leyó. En fin…

Entre las sugerencias de lectura que se desprenden de los cuentos de Estañol ocupa un lugar relevante la que recupera para el género su condición de episodio de una historia mayor: otro perfil de la pertenencia. Siendo, en sí mismos, cuentos independientes, muchos de ellos –en especial los de "Fata Morgana"– conforman una cadena interrelacionada de asuntos en los que la variación la brinda el personaje que la cuenta. No es casual, a este respecto, la presencia de la música en el libro, lo mismo en la tersa tesitura que alcanza a veces la prosa que en las difíciles armonías que enaltecen el conjunto una vez que se va advirtiendo su condición sinfónica. La sagacidad con que el autor enhebra su saga es contrapuntística en el mejor sentido del término: no es una simple colección de antítesis sino un equilibrio de diversidades.

Esto permite que se destaquen muy claramente algunos cuentos en particular, así como –siguiendo la analogía– son más reconocibles ciertas frases o temas, respecto de otros, en un lienzo musical abrumado de ecos y correspondencias. Entre ellos merecen ser señalados, por la limpieza en que transcurre su línea melódica, "La realidad y el deseo" y "Hans Klug, relojero". No pervertiré al desocupado lector de estas líneas con la presunción de sus anécdotas. Será preferible, sin duda, reconocer cómo en ambas se recrea, de un modo análogo y, sin embargo, muy peculiar en cada caso, la virtud más evidente de la literatura de Bruno Estañol: la paciencia con que dibuja la pasión de sus personajes. Tanto el relojero como el padre que cuenta a su hijo, en el lecho de muerte, cómo se hizo hombre desde muy chico, son personajes entrañables por la precisión con que el autor emprende su retrato anatómico: los conocemos tan de cerca que casi los vemos pasar a espaldas del libro mientras leemos la relación en primera persona de su vida y oficios. Y aunque Borges está innegablemente detrás de la prosa de Bruno Estañol (hay un delicado guiño al maestro tanto en el estilo sintético como en la sutileza de la sorna que enmascara la voz narrativa), es a veces la impactante fuerza de Rulfo para silabear los detalles e incorporarlos armónicamente al flujo de los hechos la que se revela en los cuentos del autor tabasqueño, que casi siempre sabe dónde una sobreexposición indeseable o una metáfora inhóspita reblandecen el conjunto.

Ahora bien, si el resultado de esta pericia es que el lector mantenga su interés en los textos y difícilmente pueda despegar la mirada de las páginas hasta el punto final, hay que reconocer como una de las fallas graves del libro el hecho de que el punto aludido llega muy pronto. Al revés de lo que ocurre con el escritor farragoso, por cuya prosa va el lector arrastrando la cobija de su abulia, en el caso de Estañol la celeridad con que finiquita sus asuntos, que parecería el defecto contrario, tiene una explicación (que en absoluto la justifica): el autor concibe sus textos, muchas veces, como episodios de una historia mayor de la que apenas son un barrunto o un bosquejo. Tal vez si recordara que precisamente una de las cualidades de la literatura folletinesca era la de cerrar en un tono alto los capítulos para mantener la avidez de la lectura, Estañol no cometería la frecuente equivocación de desamparar a sus personajes –y a sus lectores– en las últimas líneas. Cierto: él no escribió una novela por entregas pero, dado este mismo hecho, el tráfico de anécdotas en "Fata Morgana" acreditaria su pertinencia, en un libro de cuentos, a partir de cierto espíritu de conclusividad en cada episodio.

Podría endosarse la factura de la inconveniencia señalada a la curiosa propuesta del autor de instigar la lectura de su libro como la de una novela por capítulos. Lo que es menos previsible es que cierto raquitismo de los diálogos, la esporádica inadecuación de la voz contante con lo que dice (un niño que en "¡Vas a acabar como el tío Benjamín!" se permite, como si nada, aludir a un trilema determinado), algunas desavenencias sintácticas y otros descuidos, como el que ocurre en el cuento de María Pía, "Terpsícore", donde la protagonista habla de su sobrino Ovidio en tercera persona y luego, sin más, lo vuelve interlocutor de sus cuitas mediante unas distraídas comas vocativas (entonces, ¿se lo estaba contando todo a él o de él estaba hablando?), todo ello, digamos, constituye un desacato que no puede permitirse un autor que libro a libro solidifica su presencia como un narrador considerablemente dotado.

En Antítesis, un opúsculo que probablemente constituya su opera prima, pues se publicó en 1986 en una edición que parece del propio autor, Estañol recogió algunos cientos de aforismos de su propia inspiración que revelaban algo de lo que ocurriría después. Leídos ahora se puede advertir en ellos que la lección cioraniana de la síntesis y la precisión ya protagonizaba sus trabajos, así como un certero sentido del humor en la lobreguez que lo hacía decir: "Estar adaptados a un mundo de locos es prueba de salud mental." La narrativa posterior de este neuropsiquiatra defenestrado en escritor de ficciones demuestra que asumir el riesgo de sublimar el desencanto, cuando hay talento, es decantar la propia locura en historias que nos pertenecen porque nos incluyen. La pertinencia de este atrevimiento hace de Bella dama nocturna sin piedad (el título contradice, en su barroquismo, la concisión estilística de los textos), una colección de cuentos cuya intensidad enreda impíamente hasta al lector más desapercibido •