Jornada Semanal, domingo 9 de marzo  de 2003           núm. 418

MARCELA SÁNCHEZ

DOS ARRIBOS, DOS DESTINOS

El Sexto Festival Internacional de Música y Escena, que este año organiza el Centro Cultural Helénico, ha ofrecido interesantes propuestas. Destaca entre ellas La náufraga, obra dirigida por la compositora Ana Lara y la actriz-bailarina Lorena Glinz.

Escena de La náufragaLa exploración escénica propuesta por Lara y Glinz es una invitación al viaje, al naufragio de la vida, la imposibilidad de arribar a un punto seguro. No podemos dejar de remitirnos al naufragio como tópico literario. La Odisea es el punto de partida: aquí el naufragio aparece como metáfora de las vicisitudes del destino y la fortuna. Para Joseph Conrad, en cambio, apuntala el naufragio como uno de los golpes ciegos que depara la vida al individuo siempre condenado a la soledad. En Herman Melville, el mar es un universo de terror y de monstruos donde el destino es sometido al misterio que escapa a todo entendimiento humano. Los rastros literarios son numerosos: Robinson Crusoe, de William Defoe; La isla del Dr. Moreau, de H.G.Wells o la recreación robinsoniana de Michel Tournier en Viernes o los limbos del Pacífico. El hilo conductor que une a estas grandes novelas es la soledad. El hombre frente a sí mismo, a merced de la naturaleza, arrancado de todo vestigio de civilización.

Este hilo conductor impulsa el trabajo La náufraga, sólo que aquí los elementos expresivos son la música de Ana Lara, más la voz y el movimiento de Lorena Glinz. La escenografía de Saúl Villa (una pequeña balsa en constante equilibrio, arponeada por un mástil desnudo) representa el mar. La náufraga, inmóvil, permite que sean los músicos (flauta, cello y percusiones) quienes creen la representación acústica del naufragio. En su quietud, el personaje habla de su tragedia. La voz sucede no sólo como instrumento musical sino también sonoro y emotivo. En otros trabajos, la exploración de la voz que ha realizado Lorena Glinz ha llamado la atención. En primer lugar, por la originalidad y el riesgo que supone usar la voz como elemento fundamental de expresión y, sobre todo, como parte extensiva del suceso corporal. Lorena ha trabajado como componentes centrales la inmovilidad y la voz. Su primer trabajo como solista fue una versión libre de la obra Yo no, de Samuel Beckett. Una obra radical: hieratismo corporal, ojos cerrados y uso extensivo de su voz potente y expresiva. Visualmente dominaba la boca: lengua y dientes amplificados en un monitor que nos llevaba al interior del cuerpo del personaje. Lorena Glinz, bailarina y actriz, Lorena se encuentra en plenitud de sus aptitudes escénicas. Su voz nos envuelve y nos lleva de la mano al puerto del erotismo y la energía desbordada. Ya en tierra firme, el personaje recibe un obsequio de los dioses: una canción tropical. La náufraga se transforma en un ser sensual que, seducido por la voz de una sirena, acalla su propia voz para dejarse poseer por otra voz.

Otro arribo, otro destino es el de Pilar Medina, quien después de siete años de ausencia en los escenarios reaparece en la obra Con tinta de hojas. Reconocida por haber transformado el flamenco en algo distinto, muy suyo, la Medina ha sido reconocida como una intérprete que mestizó el flamenco, el ballet y la danza moderna. Sin duda el flamenco es su origen, y la transformación lúdica que hizo de él fue lo más llamativo de su trabajo. Menos afortunada fue la incorporación del lenguaje técnico del ballet clásico y contemporáneo que, en realidad, fueron atisbos. Al fin, con los años Pilar Medina ha optado más por el teatro que por la danza; ha decidido permanecer en su origen, que es el flamenco, y su manera peculiar de establecer un diálogo corporal. Sin embargo, en Con tinta de hojas se extraña a la Medina juguetona y vivaz. Ahora, la madurez la lleva a explorar el dramatismo para establecer un discurso personal. La obra, dividida en cinco episodios anticlimáticos es, por momentos, repetitiva. Representar el ocaso de la vida humana en el arte puede rayar en lo patético si no se revierte en ironía, laconismo, o incluso en la aproximación a lo grotesco. La Medina siempre usó muchos recursos teatrales en sus coreografías y pocas veces se arriesgó a la soledad del escenario (una excepción fue su obra El águila descalza). Ahora, en Con tinta de hojas incorpora al escenario diversos elementos: una silla, una banca, un bolso lleno de arena, lentes oscuros. La duda aparece: ¿es necesario echar mano de esta serie de objetos que se han convertido ya en lugares comunes, o se trata de muletillas? Más atinado resulta el magnífico trabajo de iluminación de Víctor Zapatero, utilizado como un recurso creador de ambientes.

Se antojaría, en esta obra, una mayor radicalidad temática: po ejemplo, la aparición de la muerte o el dolor, asumidos a la manera de Juan Carlos Onetti, quién recrea sin complacencias la inevitable decadencia humana. Los breves momentos en los que Pilar deja de ser Pilar Medina (como aquel en el que se transforma en un montón de cabellos que anulan el rostro, o ese otro en que un juego de luces parece fragmentar su cuerpo) son, sin duda, lo más interesante del trabajo.