Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 10 de marzo de 2003
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Cultura

Hermann Bellinghausen

El camino escondido (uno de tres)

Las grandes hojas orejonas caían sobre nuestras cabezas como pájaros desplomados. Un hervor crujiente, poderoso y vivo respiraba del suelo, hecho de lodo, hojas muertas y detritus húmedos: pura podredumbre. Y encima de la gusanera, los hongos rojos. De las ramas altas que tapaban el sol colgaban bromelias y líquenes rabiosos.

Allí donde no existen las estaciones, sólo llueve o no llueve. Donde el sol domina incluso la pesada sombra de la espesura seminegra pero siempre verde. Verde de todos los colores.

Nuestra compañía, indios de paradójica estatura (esa que se mide de la cabeza para arriba), eran un regalo a manos abiertas. Su humor excelente mitigaba la inclemencia casi tanto como el posol que fraguaban en los altos del camino.

Los días pasaban y no llegábamos. En un momento de desesperación llegué a pensar que los guías se habían perdido, que avanzábamos en círculo. Con esa vegetación siempre idéntica en su constancia abrumadora, no distinguía un lugar de otro.

Las noches eran como ojos cerrados. Puestas enfrente, apenas nos distinguíamos las manos. Sin embargo, la noche no era oscura: el coro polifónico de la selva echaba chispas, solos rugientes de los tigrillos, las zorras, los zaraguatos. Gritos súbitos, desgarrados, de búhos y chacalacas. Un zureo de tucanes y loros dormidos. Y los grillos que rechinan, el bajo contínuo de las ranas.

Las esencias dulzonas que se adherían al sudor lo hacían agradable en cierto modo. En la selva se libran las mejores batallas del nitrógeno, los organismos mueren y nacen rápidos, incesantes. Vaya, pensé al cuarto día, la teoría estaba buena, pero toda esta pinche selva, Ƒnunca acababa? Caminar cansa. Toda esa belleza se volvía insoportable. Supongo que además llevaba hambre atrasada.

La penetración psicológica de Prudencio se adelantó a mi primer gruñido la quinta mañana, al asomarme desgreñado de la hamaca de un mal dormir a causa de las pulgas voladoras y la dolorosa recuperación acidoláctica de los músculos. Me dijo:

-Con esa cara, ingeniero, hasta vamos a pensar que usted cree que vamos perdidos.

Bravo por el adivino. Yo amanecía con ganas de quejarme, de protestar y devaluar los esfuerzos realizados. Prudencio lo impidió allí mismo. Me irritó de pronto la idea de que Prudencio me había vigilado y observado todo el camino, midiéndome. El cansancio lo pone a uno paranoico.

-Vamos bien -continuó. Mis técnicos aún dormían, grotescamente; los indios, en una pequeña fogata, calentaban café y tostadas. Brusco como el de una grulla, mi pescuezo se estiró y giró en dirección a Prudencio. Mi gesto llevaba un mensaje de duda, casi burla amarga. ƑCómo que íbamos bien?

-Faltan tres días -dijo Prudencio como si diera una buena noticia.

-Tres días dijeron que tomaba, y van cinco. Ahora resulta que ocho. En la oficina esperan mi reporte, Prudencio. Cuánto desapareceremos, Ƒuna, dos semanas? Mi jefe me va a colgar.

-Tres días a partir de que empezáramos -dijo Prudencio, dejándome claro que no escuché bien el primer día. ƑDe dónde sacaba yo que los días pasados eran el comienzo? El comienzo todavía no comenzaba.

Prudencio debió leer en mi expresión el cambio súbito de talante. Sonrió satisfecho:

-Venga, ingeniero, a comer tostada con los compañeros. Tenemos listo el plan, es hora que se lo platiquemos.

Mis técnicos dormían, he dicho. Sus hamacas me parecieron costales que roncan. Sentí vergüenza, por ellos y por mí.

Prudencio era uno de los más jóvenes del grupo de indios, pero lo respetaban con singular deferencia. Aunque venían hombres más experimentados, él traía el cargo de conducir el viaje. Don Herminio, agarrado a una taza de peltre con café caliente, tomó la palabra.

-Es tiempo que sepa, ingeniero, que no vamos al lugar que ustedes creen. Por aquí no se llega a ningún suelo para que saquen zeolita o caven pozo. Estamos buscando nuestra propia cosa, sólo aprovechamos su interés en hacer expedición para conseguir nuestro asunto. Prudencio asegura que usted entenderá, por eso le vamos a decir la verdad. Ahí usted ve luego cómo explica a los técnicos de su equipo.

Dibújese aquí sobre mi perpleja frente un globito donde se lea šgulp!

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