Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 11 de marzo de 2003
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Las tribus de Irak, a la guerra santa

Listos, atacantes suicidas para repeler al invasor, revela el jeque Al Fayed

BLANCHE PETRICH ENVIADA ESPECIAL

Bagdad, 10 de marzo. Sin un poder político formal, el jeque Thaari Ali Al Fayad gobierna el destino de cerca de 10 mil iraquíes dispersos en las comunidades rurales de la región central. Con todos tiene lazos sanguíneos. Son los miembros de su tribu, la Beni Amer. Suman casi mil jeques como él la trama invisible de esta compleja sociedad. Todos han jurado ante el presidente Saddam Hussein defender la patria, el Corán y sus hogares ''como un solo hombre".

Los antepasados de Al Fayad -padre, abuelo, tatarabuelo- fueron jeques. El mando sobre hombres, mujeres y tierras de esta prestigiosa y centenaria tribu debía pasar a su hijo mayor. Pero el primogénito murió recientemente a causa de un cáncer que el jeque atribuye a los residuos tóxicos del bombardeo de 1991, por lo que el mando ya no se transmitirá en línea hereditaria directa. A su muerte, será el segundo hermano quien conduzca el destino de la tribu Beni Amer. Lo cual abona en su acendrado rencor contra la alianza Bush-Blair. No duda en definir como ''una guerra santa'' la gran batalla que se avecina contra los atacantes estadunidenses y británicos.

Su casa se levanta entre grandes extensiones de cítricos y palmeras. Sólo los hombres, nietos, parientes y sirvientes aparecen en la fastuosa sala donde recibe a la misión de paz de México. No se puede atisbar por ningún lado la presencia de las mujeres de la casa -sus siete hijas, sus tres esposas, sus hermanas, sus nietas- y son varones quienes incesantemente agasajan a las visitas: té fresco, dátiles, pollo asado, naranjas, café turco. El jefe de 75 años, de modales majestuosos, se mortifica porque la visita no se quedará las cinco horas que tomaría matar y asar los corderos que él insiste en brindar. Es un deshonor parecer un anfitrión modesto.

Comandos suicidas, listos

Pero entre tanta etiqueta y protocolo es pasmosamente abierto al explicar la forma en que la gente de su tribu se prepara para la resistencia. Todos están listos, dice, 100 por ciento con armamento moderno. El Estado les ha brindado el entrenamiento necesario. Y lo que más lo enorgullece es que esta tribu ya tiene preparados a 300 jóvenes dotados con cinturones de explosivos y la disposición moral necesaria para actuar como comandos suicidas en la lucha cuerpo a cuerpo con las tropas invasoras.

Este dato, el de la preparación de voluntarios suicidas, ha sido una señal más que se ha ido revelando en días recientes sobre los recursos que el gobierno y la sociedad civil utilizarán para resistir la ocupación estadunidense. Casi a diario, la televisión oficial transmite los ejercicios militares que realizan en distintos puntos del país todos los sectores no militares: burócratas del Estado, cuadros del Partido Baaz, obreros, campesinos, estudiantes, mujeres y, recientemente, fuerzas muy numerosas y con gran disciplina que representan a las tribus del país, donde prácticamente toda la población islámica pertenece a alguna. Lo novedoso y preocupante en estos despliegues es que frente a las cámaras de televisión empiezan a mostrarse, por primera vez, estos comandos portando cinturones de dinamita, dispuestos a inmolarse para causarle el mayor daño posible al enemigo.

El aporte de las tribus a los planes de defensa del Estado iraquí fue un juramento que, recuerda el jeque Al Fayad, se le hizo al presidente Hussein hace tres meses, durante una reunión que sostuvo con todos estos cabecillas sociales: cerca de un millar, según los cálculos.

El propio Saddam Hussein -no podía ser la excepción- pertenece a una tribu, la Al Tikriti. Muchos de los miembros de su gabinete, legisladores del parlamento, jefes militares y dirigentes del partido y sus diferentes brazos políticos son de Al Tikriti, originaria de la ciudad Al Naaseri. Y se dice que en los planes de ataque de Estados Unidos esta localidad será uno de los primeros blancos en ser atacados.

Cumbre de jeques

El jefe Al Fayed es evasivo cuando se le pregunta sobre lo que ocurrió en aquella cumbre con el ''jeque de jeques''. Sólo ríe maliciosamente: "El señor presidente siempre se ha preocupado por el bienestar de las tribus, nos apoya, siempre está al tanto de nuestras necesidades. Nos pregunta por nuestras familias, por nuestros problemas, se interesa siempre por las pequeñas cosas. Por eso es tan amado por todos".

Esa táctica, asegurar antes que nada una alianza con los jefes de las tribus, fue un recurso de Hussein en 1991. Antes de invadir Kuwait -de manera insensata, reconocen hoy algunos- asistió a una gran comida que le ofrecieron estos caciques en Al Aus. Aprovechando este mecanismo de favores mutuos, Hussein se echó al bolsillo a los jeques. Hoy lo ha vuelto a hacer.

Lo cierto es que se sabe que las eternas rencillas y fricciones entre tribus desde hace tiempo pasaron a segundo plano. Hoy todos han cerrado filas en torno al hombre fuerte. Y hay ganas de pelea para esta generación que está en pie de guerra desde hace 20 años, cuando el conflicto con Irán.

Con un sentido de lo temporal poco familiar para la mentalidad occidental, en el que el pasado lejano se acerca a lo ocurrido apenas ayer, Al Fayad habla de su época de diputado durante la monarquía, antes de la revolución de los setenta; relata la historia de un caballo pura sangre, de raza maaniji, que le fue robado a su tío el jeque en una guerra contra los turcos en 1898; recita un poema con cierta carga erótica -a juzgar por la turbación y autocensura del traductor- compuesto por otro jeque antecesor suyo en honor a una bella mujer, Dibe, obtenida como botín en una batalla tribal en 1917.

Todo para terminar detallando la forma en que los últimos 20 años, en los que Irak ha vivido dos guerras y un bloqueo comercial, han fogueado a su gente y han alentado sus ánimos de pelea. Más que contra los estadunidenses, dice el jeque, las ganas de pelear son contra los ingleses. "Entienda, nosotros fuimos colonizados por los ingleses."

Armas para todos

Así se concibe el tiempo en esta antigua cultura. Lo ocurrido a mediados del siglo xx pertenece al pasado inmediato. Y el motor principal de esta población en armas es la fe. "Nuestro Al Sunne, nuestras escrituras nos ordenan defender el territorio, el Corán y la casa. Es nuestro deber y nuestro derecho. Si un islámico muere en esta batalla será mártir y no tendrá que esperar el día del juicio final para entrar al paraíso."

Pero Al Fayed es un jeque moderno. Sus sirvientes van y vienen de una casa familiar a otra, en la campiña regada por aguas del Tigris, en lujosos Mercedes Benz. Es un hombre informado, conoce y le inquietan los titubeos del presidente mexicano Vicente Fox sobre cómo votará en las Naciones Unidas frente al dilema de la guerra que amenaza a su patria. Se extraña, sin comprender, de la noticia recién publicada de que el presidente Bush se negó a recibir en Washington a una delegación de mandatarios de la Liga Arabe, que pretendía entregarle la resolución de la reciente cumbre en El Cairo. Y así cómo aplaude la invitación que Hussein hizo a Bush a debatir, se mantiene al tanto del horario en que se televisará el partido de la Copa Asia entre el Al Talaba, de Irak, contra un equipo de Uzbekistán, en Tashkent.

Viejas y modernas fotografías de sus antecesores son testigos de lo que ocurre en las paredes el salón de audiencias, flanqueado de sillas doradas y tapetes. En un extremo hay un trono, una silla especial para el jeque de mayor jerarquía en las reuniones más formales. Pero el trono está cubierto de tela negra, pues en este mes sagrado, el mhrum, algunos símbolos se cubren de luto para recordar el asesinato de los nietos del profeta Mahoma, en los años 700 de nuestra era.

Por ello, en las casas del Irak rural, sean viviendas de adobe o mansiones, como la del jeque, ondean banderas verdes, negras, blancas y rojas, colores sagrados para el Islam.

También ondean banderas, ya con el sol rojizo de la tarde, sobre la modesta vivienda de Hamid Mahmud, en la localidad de Rashdie, 80 kilómetros al norte de esta capital. Es una familia numerosa encabezada por los dos hermanos varones que a la segunda taza de té, bajo el emparrado del patio, consideran que el hielo se ha roto. A una orden, los hombres, incluido el abuelo, corren y regresan con sus kalishnikov. Demuestran sus habilidades para desarmar y armar los artefactos y disparan desenfadados, casi festivos. Ya nadie se espanta. Ni las gallinas. Luego toca a las mujeres, hasta las tías y las abuelas, demostrar que saben lo suyo de ametralladoras. El ruido de las armas, para esta gente, es demasiado familiar.

Yasir, de 10 años, recoge casquillos y expresa, a señas, lo que ha aprendido. Dirige el casquillo de una bala hacia mi corazón diciendo: "¡Para Bush! ¡Para Bush!"

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