Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 14 de marzo de 2003
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  CineGuía
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  Librería   
  La Jornada de Oriente
  La Jornada Morelos
  Correo Electrónico
  Búsquedas 
  >

Mundo
Howard Zinn

Guerra

Mientras escribo, parece venir la guerra. Esto, pese a la obvia falta de entusiasmo que despierta en el país. Las encuestas que registran "aprobación" o "desaprobación" cuentan únicamente números, no pueden calar la profundidad del sentimiento. Y hay muchos signos de que el respaldo a la guerra es ralo, y frágil, y ambivalente... Por eso las cifras que muestran una aprobación siguen bajando sin cesar. Al gobierno no es probable que se le detenga, pero sabe que su respaldo es débil. De hecho, esto explica el por qué de la prisa; trata de entrar en guerra antes de que el respaldo se caiga todavía más.

La suposición es que una vez que los soldados entren en combate, el pueblo estadunidense se unirá en torno a la guerra. La pantallas de televisión serán dominadas por imágenes que muestren la explosión de "bombas inteligentes", y el secretario de Defensa le asegurará al pueblo que las bajas civiles se mantienen dentro de un margen mínimo. (Estamos en la era de las megamuertes, así que cualquier cifra de bajas menor a un millón no causa preocupación.)

Así han sido las cosas: la unidad en torno al presidente en tiempo de guerra. Pero esta vez puede no ser así. El movimiento antibélico no parece dispuesto a rendirse ante la atmósfera marcial. Los cientos de miles que marcharon en Washington, San Francisco, Nueva York y Boston -y en las comunidades, pueblos y ciudades del país, de Georgia a Montana- no se retirarán mansamente. Mientras el respaldo a la guerra es ralo, la oposición a la guerra cala profundo; no podrá desmantelarse fácilmente ni se le podrá amedrentar para que calle.

De hecho, los sentimientos antibélicos parecen volverse más intensos. Ante la demanda "Apoye a nuestros gis (contracción de infantería general, los soldados)", el movimiento puede responder: "Sí, apoyamos a nuestros gis, queremos que vivan, los queremos de regreso a casa. El gobierno no los apoya. Los está enviando a la muerte, a ser heridos, a ser envenenados por nuestro propio despliegue de ojivas de uranio".

No, nuestras bajas no serán cuantiosas, pero cada una será el desperdicio de una vida humana importante. Insistiremos en que debemos responsabilizar al gobierno por cada una de las muertes, por cada desmembramiento, por cada caso de enfermedad, por cada caso de trauma síquico ocasionado por el shock de la guerra.

Y aunque se bloquee el acceso de los medios a los muertos y heridos de Irak, aunque la tragedia humana que ocurra sea contada en cifras, con abstracciones, y no mediante relatos de seres humanos reales, de niños reales, de madres y padres reales, el movimiento hallará la manera de contar esa historia. Y cuando lo haga, el pueblo, que podrá ser frío ante la muerte de "los del otro lado", pero que también podría despertar cuando "el otro lado" sea visto repentinamente como un hombre, una mujer, un niño -como nosotros-, responderá.

Esto no es fantasía, no es una vana esperanza. Sucedió en los años de Vietnam. Por mucho tiempo lo que se le hacía a los campesinos vietnamitas quedó escondido por las estadísticas, "la cuenta de los cuerpos", sin que los cuerpos se mostraran, sin rostros qué mostrar, sin enseñar el dolor, el miedo o la angustia. Pero luego comenzaron a colarse los relatos de los soldados que regresaban, la historia de la matanza de My Lai, las atrocidades en las que habían participado.

Y luego aparecieron las fotografías: la pequeña quemada con napalm que corre por un camino, con su piel deshilada, las madres que sostienen a sus bebés en las trincheras mientras los gis les rocían el cuerpo con balas de sus rifles automáticos. Cuando aquellos relatos comenzaron a aflorar, cuando se vieron las imágenes, el pueblo estadunidense no pudo sino conmoverse. La guerra "contra el comunismo" comenzó a verse como una contra campesinos pobres en un paisito al otro lado del mundo.

En algún punto de la guerra que viene, nadie puede decir cuándo, comenzarán a desmoronarse las mentiras que el gobierno nos vuelca: "la muerte de esta familia fue un accidente", "pedimos disculpas por el desmembramiento de ese niño", "éste fue un error de los servicios de inteligencia", "fue una disfunción del radar". Qué tan pronto suceda esto depende no sólo de los millones que participan ya en el movimiento antibélico -activa o silenciosamente- sino también de la emergencia de quienes dentro del sistema comiencen a dar el pitazo, comiencen a hablar; de los periodistas que, cansados de ser manipulados por el gobierno, empiecen a escribir la verdad. Y de los soldados disidentes, enfermos de guerra, pues no es sino una matanza. ¿Hay acaso otra manera de nombrar el cataclismo provocado por la más poderosa maquinaria militar, que hace llover miles de bombas sobre una potencia militar de quinta categoría, ya de por sí reducida a la pobreza por dos guerras y 10 años de sanciones económicas?

El movimiento contra la guerra tiene la responsabilidad de alentar las deserciones al interior de la maquinaria bélica. Logra esto con el simple hecho de existir, con su ejemplo, por su persistencia, haciendo que sus voces traspasen los muros del control gubernamental, dirigiéndose a la conciencia de la gente. Esas voces se vuelven un coro al que se unen estadunidenses de todas las edades, de todas partes del país.

Hay una debilidad básica en todos los gobiernos, no importa qué tan enorme sean sus ejércitos, qué tanto dinero tengan, qué tanto controlen la información que difunden al público, porque su poder depende de la obediencia de los ciudadanos, de los soldados, de los servidores públicos, de los periodistas, escritores, maestros y artistas. Cuando esta gente comienza a sospechar que ha sido engañada, y retiran su respaldo, el gobierno pierde su legitimidad y su poder.

Hemos visto en años recientes cómo ocurre esto por todo el mundo. Líderes que parecían todopoderosos, rodeados de sus generales, que de pronto se ven confrontados con la rabia de un pueblo levantado, los cientos de miles en las calles y la renuencia de los soldados a disparar, y entonces aquellos líderes huyen apresurados hacia el aeropuerto, con su maleta de dinero en la mano.

Ya comenzó el proceso de deslegitimación de este gobierno. Hay un gusano que ha estado corroyendo las entrañas de su complacencia, todo el tiempo: es la certeza del pueblo estadunidense, enterrada, pero en una tumba muy superficial, pronta a aflorar ahora, de que esta administración se hizo del poder político mediante un golpe de Estado, no por voluntad popular. El movimiento antibélico debe insistir en que esto no se olvide. Ya se dan los primeros pasos para deslegitimar este gobierno, son pequeños pero significativos. La esposa del presidente tuvo que cancelar una reunión de poetas en la Casa Blanca porque éstos se rebelaron, porque ven en el camino de la guerra una violación a los más sagrados principios mantenidos por los poetas de todos los tiempos.

Los generales que condujeron la Guerra del Golfo, en 1991, hablan en contra de la guerra que vienen diciendo que es insensata, innecesaria, peligrosa. La CIA contradice al presidente alegando que no es probable que Hussein use su armamento, a menos que se le ataque. Por todo el país, no sólo en los centros metropolitanos como Chicago sino en lugares como Boesman, Montana; Des Moines, Iowa; San Luis Obispo, California; Nederland, Colorado; Tacoma, Washington; York, Pennsylvania; Santa Fe, Nuevo México; Gary, Indiana; Carboro, Carolina del Norte -57 ciudades y condados en total- que se pronunciaron públicamente contra la guerra, en respuesta a sus ciudadanos.

Las acciones se multiplicarán, una vez que comience la guerra. Los riesgos serán mayores. La gente morirá todos los días. La responsabilidad del movimiento por la paz será enorme: hablar de lo que la gente siente pero duda expresar. Decir que ésta es una guerra por petróleo, por negocios. Saquemos de nuevo el cartel de la era de Vietnam: "La guerra es buena para los negocios: invierta un hijo". (En la edición matutina del Boston Globe reza un encabezado: "Ganancias extras por 15 mil millones invertidos en lo militar beneficiarían a firmas de Nueva Inglaterra"). Sí, no más sangre por petróleo, por Bush, por Rumsfeld o Cheney o Powell. No más sangre por la ambición política, por los grandiosos designios de un imperio.

No debemos pensar que alguna acción sea muy inútil; ninguna acción no violenta es demasiado extrema. Se deben multiplicar las exigencias de que Bush sea impugnado. El requisito constitucional "crímenes y fecho-rías graves" ciertamente se aplica a quien envía a jóvenes al otro lado del mundo a morir y matar en una guerra de agresión contra un pueblo que no nos ha atacado.

Aquellos poetas perturbaron a Laura Bush porque traer la guerra a su ceremonia era hacer algo "inapropiado". Esa puede ser la clave; que la gente siga haciendo cosas "inapropiadas", porque eso atrae la atención: rechazar lo apropiado, negarse a ser "profesional" (que comúnmente significa no saltar de la caja en la que te colocan tu negocio o tu profesión). El absurdo de esta guerra es tan diáfano que gente que nunca se había involucrado en alguna manifestación antibélica se presenta en los mítines en grandes cantidades. Cualquiera que haya estado en alguna puede atestiguar el enorme número de jóvenes presentes, obviamente, por vez primera.

Los argumentos en favor de la guerra son como delgado papel que se deshace al primer roce. ¿Armas de destrucción masiva? Irak puede desarrollar una bomba nuclear (pese a que los inspectores de la ONU no hayan encontrado signo alguno de su desarrollo), pero Israel cuenta con 200 armas nucleares y Estados Unidos tiene 20 mil y seis otros países cuentan con un número no revelado aún. ¿Hussein es un tirano? Sin duda, ¿como cuantos otros en el mundo? ¿Una amenaza mundial? Entonces, ¿por qué el resto del mundo, mucho más cercano a Irak, no quiere la guerra? ¿Defendernos? La aseveración más increíble de todas. ¿Luchar contra el terrorismo? No se han encontrado vínculos entre Irak y los sucesos del 11 de septiembre.

Creo que es la obvia vacuidad de la posición gubernamental la responsable del rápido crecimiento, algo sin precedente, del movimiento antibélico. Emergen nuevas voces, que no habíamos oído antes, que hablan "inapropiadamente", fuera de los límites de su profesión. Mil 500 historiadores firmaron un alegato contra la guerra. Hay hombres de negocios, clérigos, que pagan desplegados a plana completa en los periódicos. Todos se niegan a mantenerse dentro de su "profesión" y en cambio profesan que son humanos primero que nada.

Pienso en Sean Penn, que viaja a Bagdad aunque se murmure de su patriotismo. O en Jessica Lange, que en un festival de cine en España dijo: "Desprecio a Bush y su gobierno". O la actriz Renee Zellweger, que le dijo a un reportero del Boston Globe: "la opinión pública está manipulada por lo que nos dicen. Lo vemos todo el tiempo, especialmente ahora... La buena voluntad del pueblo estadunidense se manipula. Me da escalofrío... así que, ¡voy a ir a la cárcel este año!"

Los artistas del rap hablan de la guerra, de la injusticia. El rapero Mr. Lif dice: "Pienso que la gente ha estado de vacaciones y que ya es hora de despertar. Necesitamos ahondar en nuestras políticas económicas, sociales y exteriores, y no azonzarnos creyendo todo lo que viene del gobierno y los medios".

En la caricatura "The Boondocks" que llega diario a 20 millones de lectores, el cartonista Aaron Magruder hace que su personaje, un joven negro llamado Huey Freedman, diga lo siguiente: "En estos momentos de guerra contra Osama Bin Laden y el opresivo régimen talibán, damos gracias de que NUESTRO líder no es el hijo malcriado de un poderoso político, no proviene de una acaudalada familia petrolera, ni lo apoyan fundamentalistas religiosos, no opera por medio de organizaciones clandestinas, no tiene respeto alguno por el proceso electoral democrático, no bombardea inocentes y no utiliza la guerra para negarle a su pueblo sus libertades civiles, amén".

Las voces se multiplicarán. Las acciones, de vigilias silenciosas a acciones de desobediencia civil (tres monjas enfrentan sentencias de cárcel prolongadas por haber vaciado su sangre en unos silos de cohetes, en Colorado) se multiplicarán. Si Bush emprende una guerra, será responsable por la pérdida de vidas, por los niños baldados, por aterrorizar a millones de personas comunes, por los soldados estadunidenses que no retornen con sus familias. Y todos nosotros seremos responsables de frenarlo. Se apoderaron de nuestro hermoso país hombres que no tienen respeto por la vida humana ni por la libertad o la justicia. El pueblo estadunidense tiene la responsabilidad de recuperarlo.

El doctor Howard Zinn es profesor emérito de la Universidad de Boston. Publicado el jueves 27 de febrero de 2003 por commondreams.org

Traducción: Ramón Vera Herrera

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año