Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 25 de marzo de 2003
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Mundo
GUERRA CONTRA IRAK

Autoridades impiden la transmisión de imágenes que muestran civiles muertos

El derramamiento de sangre en Irak, ausente en los medios estadunidenses

A pesar de que la vida parece transcurrir normalmente, en las calles se siente temor

DAVID BROOKS Y JIM CASON CORRESPONSALES

Nueva York y Washington, 24 de marzo. Las escenas de la guerra son llevadas por televisión a cada hogar y comercio, pero no se ve la sangre.

De vez en cuando muestran imágenes de medios "árabes" (la televisora Al Jazeera, la más mencionada), pero siempre se advierte que "supuestamente" o "según se dice" son consecuencias de esta guerra, como la de un padre abrazando a su niña muerta.

Otra escena de un niño muerto, y aun así los adultos no detienen la guerra. ¿Qué hacer con este hecho?

Los corresponsales de los principales medios no reportan, o sus jefes no les ofrecen mucho espacio para ello, las "versiones" sobre la muerte de civiles, entre ellos niños, en lo que el secretario de Defensa insiste en que son bombardeos diseñados con "mucha humanidad". No son pocos los reporteros estadunidenses en Bagdad que comentan -desde las ventanas de hoteles- lo maravillados que están de la "precisión" de las bombas.

Una de estas bombas de precisión -al parecer, dicen algunas versiones- mató a esta niña que es llevada en brazos por su padre.

Los noticieros nacionales de televisión interrumpen con comerciales sus reportajes e imágenes de los combates en Irak. Anoche, en uno de los noticieros, algo estallaba en Bagdad y segundos después un comercial promovía un laxante; soldados corrían por el desierto, seguidos por el anuncio de un medicamento para dar flexibilidad a las articulaciones; aviones y helicópteros cazas y una explosión, seguidos por una escena familiar en un hogar con niños rubios y la madre con dolor de cabeza, que se componía al tomar dos aspirinas, y así por el estilo.

Pero al incrementarse los combates, con las primeras bajas y muertes estadunidenses, la gente "de la calle" entrevistada por los medios empieza a expresar sorpresa y miedo. "No sabía que sería así; pensaba que habría menos resistencia", dice una mujer en las calles de Nueva York. No esperaban sangre, por lo menos no estadunidense.

Con la noticia de los primeros prisioneros de guerra estadunidenses en Irak y sus compañeros muertos (imágenes transmitidas por Al Jazeera que provocaron amargas críticas de oficiales estadunidenses) hubo protestas por la violación de la Convención de Ginebra y advertencias hasta del presidente George W. Bush de que se tratara "humanamente" a los prisioneros o los iraquíes serían acusados de "crímenes de guerra".

Mientras, despegaban más bombarderos B-52 hacia Bagdad y se seguía "interrogando" a los presos de guerra de Afganistán, y varios países y organizaciones continuaban diciendo que la guerra es "ilegal". Pero en Washington se insiste en el respeto al derecho internacional.

A la vez se incrementa la pugna civil por la bandera estadunidense y el patriotismo en las calles del país, con manifestaciones en contra y en favor de la guerra, cada lado insistiendo en que su acto, su motivación, es el más patriótico. Ayer en Manhattan cientos de manifestantes por la guerra se congregaron en Times Square, en uno de varios mítines parecidos en varios puntos del país convocados por programas conservadores de radio.

Entre las pancartas se leía: "Nucleen a Irak (arrójenle una bomba nuclear), boicoteen a Francia", "Apoyen a nuestro país", "Denle una oportunidad a la guerra", "La guerra es la respuesta". Según el columnista Pete Hamill, del Daily News, un líder de la protesta declara por altavoz: "todos los organizadores de los mítines antiguerra son comunistas... Quieren tomar este país y convertirlo en Cuba".

Y Dios, claro, está de su lado. Este mitin fue organizado, le dicen a Hamill, por la Coalición Cristiana, la Organización Sionista de América y un sitio de Internet de derecha. Por fin algo ha unificado a los cristianos y los judíos ultraderechistas: una guerra para controlar la cuna de la civilización y el lugar de nacimiento de las principales figuras bíblicas.

Un tipo barbudo se atreve a pasar frente a los manifestantes con una pancarta que dice "No matarás", y le llueven mentadas de madre de los cristianos y judíos ultraderechistas que, al parecer, no recuerdan esa parte de su Biblia.

En nombre de lo mejor

Los antiguerra insisten en que su motivación es el patriotismo y el apoyo a las tropas. Insisten en que su demanda es la paz en nombre de lo mejor de este país, de hecho para rescatar a esta nación, y que la mejor forma de apoyar a las tropas es pedir que regresen a casa ya. Cientos de miles desfilaron por el corazón de Manhattan el sábado, miles con esta consigna y varios con la bandera estadunidense. Desde veteranos de guerra hasta estudiantes y trabajadores; desde estrellas como Susan Sarandon y Tim Robbins (quienes marcharon en Los Angeles 24 horas antes de acudir al Oscar), hasta los líderes religiosos de todas las principales iglesias, todos se pronuncian como defensores de este país.

Así, con la guerra contra Irak también ha estallado otra guerra por el corazón y la identidad de Estados Unidos. Y para ésta no hay ni laxantes ni relajantes, ni pastillas para el dolor ni alguna medicina para curarla o para apaciguarla. Ni el gran espectáculo del Oscar logra distraer la atención nacional (por culpa de Gael García, de Michael Moore, de Susan Sarandon, de Adrien Brody y de Almodóvar).

Los medios y los encargados de este país desean evitar mostrar la sangre, pero ya nadie puede lavarse las manos. Algunos la justifican por el bien del mundo. Otros gritan que esa sangre corre, pero "no en mi nombre".

Aquí critican las imágenes transmitidas -al parecer sin interrupción comercial- por medios árabes sobre niños heridos y muertos. "Tal vez esto hará a Al Jazeera más popular entre aquellos que nos ven como malhechores, aun cuando nuestros mejores jóvenes mueren bajo la bandera del bien común superior", comenta Michael Daly, columnista del Daily News.

Las calles de Estados Unidos a primera vista lucen normales -la gente compra, come, trabaja, se emborracha, se grita y se abraza, los niños van a la escuela-, pero si uno ve un poco más de cerca la inquietud, el temor, la ira y la incertidumbre brotan en muchas esquinas. Hoy una bala o una bomba matará a un desconocido -tal vez un padre, una madre, un hijo, un trabajador, un estudiante- a miles de kilómetros, y una bala o una bomba acabará con la vida de un estadunidense o británico -un joven, un tío, un hermano, un trabajador, un estudiante- conocido por alguien en este país.

Todavía no se ve la sangre aquí. Pero la sangre de por lo menos un niño corre por todas estas calles. Y ahora la pregunta es ¿quién decidió que ese niño ya no jugará más? Con razón se necesita anunciar tantas pastillas para matar dolor y tantas recetas para permitir que el sistema digestivo pueda asimilar todo esto.

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