Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 27 de marzo de 2003
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Política

Martí Batres Guadarrama

La guerra que ya perdió Bush

Como todas, esta guerra también es muerte, holocausto, destrucción. Pero como nunca antes es también una guerra que cuestiona profundamente los valores occidentales. Se hace en nombre de la libertad y la democracia y con el presunto objetivo de derribar a un régimen autoritario. Se busca, como en la época de la guerra fría, contrastar a una sociedad libre con una sociedad reprimida; contrastar entre los portadores del estandarte de la libertad y los defensores de un sistema totalitario. De un lado se supone priva el estado del derecho y del otro la violación de los derechos humanos.

El discurso de los gobernantes estadunidenses es, como en otras épocas, el de la libertad, la democracia, los derechos humanos, las elecciones libres, la sociedad abierta. Sin embargo, la situación no es la misma. Cuando menos existen tres realidades que minan en sus cimientos el discurso oficial del gobierno estadunidense. George W. Bush no es un gobernante surgido del voto. Es producto del fraude electoral instrumentado, por cierto ni más ni menos, por su propio hermano, Jeb Bush, gobernador de Florida; fraude electoral que ni siquiera en las cifras oficiales le permitió alcanzar la mayoría de los sufragios efectivos. Bush está marcado también por las medidas de excepción que aplica el gobierno de Estados Unidos, suprimiendo garantías individuales de ciudadanos, propios y extranjeros, en aras de garantizar presuntamente la seguridad nacional e internacional puesta en entredicho con los atentados del 11 de septiembre de 2001.

Por si no fuera suficiente con detenciones sin órdenes de aprehensión, encarcelamiento sin sentencia, hostilidad y xenofobia, deportaciones y otras conductas de las que son víctimas numerosas personas por sus rasgos físicos, ahora se agrega a todo esto la censura institucional ordenada por el gobierno y acatada por los grandes medios electrónicos de comunicación de aquella nación.

Aun colocándonos en la perspectiva occidental tradicional, emergen las siguientes preguntas: Ƒqué es lo que defiende Bush?, Ƒcuál es su proyecto civilizatorio?, Ƒcuál es el ideario que nutre su discurso?, Ƒcuál es su propuesta de sociedad democrática?

La democracia imperial está cuestionada, la frágil cobertura de justificación intervencionista ante las sociedades de Occidente está desmoronada. No es tan fácil decirle a los pueblos francés o italiano, al español o al canadiense, que esta es una lucha de la democracia contra la tiranía. No es tan sencillo ni tan simple encontrar la polaridad entre el demócrata occidental y el tirano asiático. No hay bases para convencer a los millones de habitantes de los estados democráticos de Occidente de que la presente es una lucha de la democracia contra el autoritarismo.

Bush es el usurpador de la presidencia de Estados Unidos de América. Es el victimario del sufragio estadunidense. Es el operador de un estado de sitio no reconocido. Es el censor que prohíbe la libertad de expresión e información y aplica una televisión de Estado.

Esa es la guerra perdida de Bush a los ojos de las grandes masas occidentales. Lejos de abanderar el paradigma de la democracia, Bush encarna su antítesis. Es mucho más parecido a esos déspotas que pretende combatir que al ideal que afirma defender.

Pase lo que pase, esa es la guerra que perdió Bush, la que nunca ganará: la guerra por la legitimidad democrática. Además de todo lo dicho, de imperialismo real y neocolonialismo, de genocidio y devastación, Bush representa también aquello que niega los valores sagrados del mundo Occidental: las elecciones libres, la libertad de tránsito por el mundo y la libertad de prensa.

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