Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 1 de abril de 2003
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  CineGuía
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  Librería   
  La Jornada de Oriente
  La Jornada Morelos
  Correo Electrónico
  Búsquedas 
  >

Estados

Emilio Zebadúa

En memoria de Porfirio Encino

La muerte prematura de Porfirio Encino, secretario de Pueblos Indios, en un accidente aéreo en los Altos de Chiapas le cegó la vida a uno de los políticos y dirigentes sociales más valiosos que tenía México. En el actual gobierno chiapaneco Porfirio encarnaba los principios más elevados de la lucha popular contra la marginación, de la defensa de los derechos de los indígenas y del proceso de cambio contra el autoritarismo. En él, estos valores formaban parte de su ser, de su trabajo cotidiano e incansable, en cualquier trinchera y en todas las trincheras.

Porfirio Encino poseía una fuerza y consistencia interior que le daban el coraje necesario para pelear contra la injusticia, sin importar qué tan grande o pequeña fuera, y que le daban valor para enfrentarse a la autoridad. El narraba con orgullo bien ganado cuando encaró solo a Roberto Albores Guillén, cuando éste gozaba de su momento de mayor concentración de poder como gobernador del estado. Un muchacho apenas, que ya hablaba a nombre de los hombres y mujeres indígenas organizados de la selva, que acababan de manifestarse en contra de la militarización de Chiapas frente al cuartel de Toniná.

Ni en su papel de dirigente de la ARIC Independiente, o de sencillo representante de la oposición en la casilla en la sección 0818, en la elección federal del año 2000, o de candidato a la presidencia municipal de Ocosingo, Porfirio se alejó jamás de sus raíces y sus compromisos con los indígenas, su organización o su comunidad. Tampoco dejó de ser fiel a su pueblo cuando se incorporó como el miembro más joven del gabinete del gobernador Pablo Salazar en el primer gobierno democrático en Chiapas.

Durante estos prácticamente dos años y medio que sirvió como secretario de Pueblos Indios nunca olvidó de dónde venía y adónde iba. Como me llegó a decir tantas veces en que participamos en negociaciones con miembros de organizaciones indígenas y sociales: "yo voy a regresar algún día a mi comunidad, y tengo que poder responder por lo que he hecho."

A sus treinta y tres años de edad, Porfirio Encino era uno de los políticos más maduros y con mayor formación que he conocido. Paso a paso, desde su infancia en el pequeño poblado El Jardín, en el municipio de Ocosingo, se había educado y cultivado con gran esfuerzo personal y la enorme voluntad que siempre desplegó para todo. Las primeras enseñanzas políticas las recibió en los años 70 cuando asistía, en compañía de su padre y de su abuelo, a las asambleas comunitarias de quienes habían emigrado y poblado unos años atrás las cañadas de la selva Lacandona. Por eso no era extraño ver a Porfirio en las reuniones de trabajo en San Cristóbal o en Tuxtla con su inseparable y querido Luis, de cinco años de edad, a su lado, observando y absorbiendo la sabiduría política transmitida por varias generaciones de Encinos.

A su lengua materna, el tzeltal, Porfirio incorporó con los años el español, y la capacidad de entender otras lenguas indígenas de Chiapas. En Cuba encontró un modelo de trabajo social y comunitario que fortaleció su convicción de que era posible transformar la sociedad a través de la política, la educación y, principalmente, el trabajo organizado.

En su despacho de la Secretaría de Pueblos Indios, el Canto general de Pablo Neruda ocupaba un lugar especial, dándole un referente poético e histórico de la historia más amplia de la que él y su pueblo formaban parte. Adonde viajó dentro y fuera del país, como representante del gobierno chiapaneco y de los pueblos indios de México, siempre portó con orgullo su herencia cultural y política.

Para él el verbo más importante era "caminar", pues implicaba no sólo recorrer continuamente las distancias físicas, de arduo esfuerzo, en la montaña o en la selva, sino avanzar, sin prisa pero sin pausa, y eso sí, con sentido y dirección. Había que caminar en compañía de la organización u organizaciones que integran y representan a los pueblos indios de Chiapas. Y desde temprana edad, Porfirio caminó -con sentido claro de dirección-, y nunca dejó de caminar.

Más que muchos otros, él sabía adónde se dirigía y por qué lo hacía. Como lo describió en una conversación con Jan deVos para su libro, Una tierra para sembrar sueños, aún como niño "empecé a pensar: si yo estoy trabajando en la tierra de mi papá y mis hermanos también van a necesitar tierra para trabajar, Ƒcuántas hectáreas vamos a necesitar para sobrevivir? Un día también nosotros tendremos familia y mi papá sólo cuenta con 20 hectáreas que son de mala calidad. Para sostener nuestra familia necesitamos trabajar las 20 hectáreas y ni con esto nos ajusta". En los años setenta, la amenaza de desalojo de parte del gobierno le dió un sentido de urgencia a estas ideas, y así: "hombres, mujeres, ancianos, jóvenes y niños de la comunidad en 1974 empezaron a integrarse en la Unión de Ejidos Quiptic Ta Lecubtesel que se constituyó, un año después, el día 14 de diciembre de 1975. Así comenzó la lucha por la defensa de nuestra tierra, para no ser desalojados ni reubicados. Puedo decir que yo, a los cuatro años de edad, igual que los demás niños comencé a participar, junto a mis padres, en la Organización".

Porfirio nunca abandonó este compromiso: el pasado 1Ɔ de enero lo pasamos juntos todo el día, recorriendo la calles de San Cristóbal a la espera de la movilización zapatista, que presenciamos desde las aceras aledañas y después desde una azotea de una casa con vista a la plaza central a un lado de la Catedral. Para Porfirio, que apenas contenía su emoción genuina por la muestra de fuerza y orgullo indígena que presenciamos en el aniversario del levantamiento del EZLN, nunca estuvo en conflicto su participación en un gobierno democrático con la causa de los pueblos indios. El mismo ejemplificaba la posibilidad de poner el poder público al servicio de las mejores causas.

A quienes conocimos de cerca a Porfirio su muerte nos produce incredulidad, y por ello mayor dolor y coraje. Se fue el mejor entre muchos. Su lucidez política e inteligencia para la acción y la negociación; su verticalidad y honestidad; su sencillez y orgullo, fueron ejemplo siempre para quienes trabajamos al lado de él, en favor del cambio en Chiapas. Ojalá que descanse en paz, con su pequeño hijo Luis a su lado. Aunque, conociéndolo, Porfirio Encino seguirá -donde quiera que esté- caminando con su pueblo.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año