Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 1 de abril de 2003
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Cultura

Carlos Montemayor /II y última

La sombra del caudillo, disección del ejército*

En otro momento de la conversación con Emmanuel Carballo, Martín Luis Guzmán explicó lo siguiente, en relación con La sombra del caudillo: ''Todos los personajes que ahí aparecen son réplica de personajes reales, menos uno, Axkaná González, que como su nombre lo indica tiene sangre de las dos razas: la indígena y la española. Axkaná representa en la novela la conciencia revolucionaria. Ejerce en ella la función reservada en la tragedia griega al coro: procura que el mundo ideal cure las heridas del mundo real''.

En la tragedia griega, cierto, la conciencia de lo hechos no se situó en los protagonistas, sino en el coro. A partir de Esquilo, además, el coro poseyó una gran plasticidad y riqueza expresiva: era pueblo, ejército, mujeres, niños, ancianos; podía dividirse en grupos y dialogar con un corifeo. El coro veía con claridad la concatenación de acontecimientos y la raíz humana, heroica o divina que hundía en el dolor, el castigo o el sacrificio a uno o a varios de los protagonistas. Por otra parte, no coincidían en escena más de dos personajes principales, en contraste con la presencia numerosa y constante del coro que actuaba, danzaba, cantaba o dialogaba de muchas maneras, con una riqueza multiforme, proteica.

Los protagonistas eran incapaces de comprender su sino porque a partir de su propia fuerza, de su propia grandeza, eran presa de una cierta pasión, de una arrogancia no siempre expresada abiertamente. A esa arrogancia, a esa desmesura interior, los griegos la llamaron hybris. Esa soberbia los tornaba más seguros e ingenuos, más osados o tiránicos. Pero ciegos. Su propio destino ineluctable los cegaba con su luz interior.

El general Ignacio Aguirre es el último en tomar conciencia de su fatal destino. Pero el coro que lo rodea se da cuenta anticipadamente de los cambios que se provocarán en su vida a pesar de sí mismo. El enfrentamiento con el caudillo no lo deseaba interiormente, no se lo propuso deliberadamente, porque se rehusaba a creer que el mundo real no se plegara a lo que él sentía y creía. Esa arrogancia íntima, esa hybris, lo arrojó, ciego, a su destino.

Lo mismo aparece en dos obras que se integrarían en las Muertes paralelas: ineluctable fin de Venustiano Carranza y Febrero de 1913. En la primera, Carranza es cegado por su propia luz, por su propio valor. Está seguro de salir adelante con el traslado de los poderes de la República a Veracruz. Luego, cree poder huir por la sierra de Puebla y aproximarse más tarde al norte, con refuerzos militares leales a su gobierno. El coro numeroso que lo acompaña se da cuenta de su inevitable fin. No él: la certeza que lo inunda le impide imaginar que el mundo real pudiera comportarse de una manera distinta a como él lo desea o piensa.

También esto ocurre con Francisco Madero en Febrero de 1913: sólo él piensa que su fin inevitable es imposible. Su lucha le impide ver lo que para el coro que lo circunda es evidente: la traición y la muerte. Aquí, a diferencia de La sombra del caudillo y del Ineluctable fin de Venustiano Carranza, Martín Luis Guzmán suspendió el relato en el punto más alto de la gloria de Madero, en el apogeo de la luz que lo inundaba. Otro protagonista, aquejado también por la hybris, cegado también por su propia fuerza, su propia certidumbre, había caído anticipadamente, envuelto en el mismo destino mortal: Bernardo Reyes. El coro numeroso, cambiante, sabía lo que estaba ocurriendo y lo que vendría después. No los protagonistas.

El carácter proteico del coro de Esquilo fue básico también para mí en la solución narrativa de Guerra en el Paraíso. Los personajes centrales no podían tener la ''conciencia" de la guerra, persecución, sufrimiento o masacres en comarcas enteras. La ''conciencia" de esos hechos, la experiencia vital de una lucha guerrillera y su proceso de represión me sugirió la presencia de un personaje colectivo y multiforme. Sólo ese ''coro" podía darse cuenta de lo que estaba ocurriendo porque él era el eje de los hechos mismos. Un coro de acción incesante formado alternativamente por soldados, niños, campesinos, ancianos, maestros, mujeres, reclusos. Los protagonistas principales actuaban en medio de ese coro fluctuante y de presencia múltiple.

Cada quien a su manera, Malcom Lowry y Martín Luis Guzmán hallaron en Esquilo, en la tragedia griega, una enseñanza fundamental. Martín Luis Guzmán vio los hechos de México no como pertenecientes a una aldea del mundo. Los vio como hechos trágicos. No situó a los personajes de La sombra del caudillo, de Febrero de 1913 o del Ineluctable fin de Venustiano Carranza sólo en el corazón de la corrupción sangrienta de la Revolución Mexicana. Los situó en el corazón de una ceguera que está inundada de luz: en la seguridad de poseer una verdad fulgurante e intocable, invencible. Los personajes mueren cegados por la abundancia de su propia luz mientras el resto de los hombres, el pueblo, el ejército, los amigos, los familiares, los adversarios, los partidarios, toman conciencia del destino mortal que los envuelve. Es la dimensión trágica que los viejos escritores griegos comprendieron en el alba de nuestra cultura. El alba de la que sigue manando, cada cierto tiempo, la conciencia que la renueva y la mantiene, que nos transforma y prosigue.

* Liminar para la edición de La sombra del caudillo, de Martín Luis Guzmán, en la colección Archivos

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