276 ° DOMINGO 6 DE ABRIL DE 2003
Las Islas Malvinas

GRAHAM GREENE

Fotografía: AFP/Ali BurafiGRACIAS POR SU CARTA DEL 15 DE ABRIL. Me temo que para usted será difícil publicar en Buenos Aires nada de lo que yo pueda escribir sobre la presente situación.

Sin embargo, permítame intentarlo y explicar mis sentimientos.

Yo creo que la primera falla fue del Ministerio Británico de Relaciones Exteriores. Hace muchos años que debieron llevar las negociaciones sobre las islas a un fin satisfactorio para ambas partes. El gobierno argentino tenía todas las razones para suponer que el Reino Unido no sentía ningún compromiso con los isleños. Fue Argentina quien construyó la pista aérea y fueron aviones argentinos, con nuestro consentimiento, los únicos medios de comunicación entre los isleños y el continente. Además, a un cuarto de los habitantes sólo se les ha dado una ciudadanía británica limitada.

Sin embargo, yo pienso que la junta se equivocó por completo en la acción que emprendió, probablemente para distraer la atención de la crueldad de su régimen. También fue un error desembarcar en South Georgia, que nunca estuvo en manos de los españoles ni de los argentinos. Ahora se lleva a cabo la lucha innecesaria y a mí y a muchos de nosotros nos parece que el único fin satisfactorio sería la caída de la dictadura militar en Argentina y entonces un rápido arreglo de acuerdo con un gobierno civil en cuyas promesas se pudiera confiar. Este incluiría la soberanía argentina sobre la isla, con compensación para los habitantes, y, para aquellos que quisieran quedarse, la protección de la ciudadanía británica y un cónsul para ver por sus intereses. Uno sólo puede esperar y rezar porque se lleve a cabo algo en este sentido sin pérdida de muchas vidas para ninguno de los dos lados.

P. S. Me temo que mientras yo escribo, mis esperanzas de que todo el problema acabe sin gran derramamiento de sangre se ven decepcionadas. Adjunto un recorte que apareció en el semanario católico The Tablet que muestra mi punto de vista en gran parte. Apareció, desde luego, antes del trágico hundimiento del crucero [General Belgrano]. Esto me parece a mí un error casi imperdonable. La intención era dañar al barco sin pérdida de vidas pero no se había tomado en cuenta el estado del tiempo y las enormes marejadas.

(Clarín, Buenos Aires, 20 de mayo de 1982.
Traducción: Rubén Moheno)


¿La soberanía está kaputt?

RUBEN MOHENO

GRAHAM GREENE ENVIO SU CARTA en respuesta a una periodista argentina, que debido al peligro permaneció anónima. Ella le había escrito: “Yo considero que su opinión es esencial para orientar a los jóvenes intelectuales de América Latina que se encuentran conmocionados y confundidos en un momento caótico de este país, adonde usted fue invitado en otro tiempo por Victoria Ocampo [a ella dedicó Greene la que consideraba su mejor novela, El Cónsul Honorario], hermana de una muy buena amiga mía, Silvina Ocampo.”

Después de recibir la carta de Greene, la periodista contestó: “Su opinión ha contribuido, desde luego, a la causa del sentido común contra el espíritu belicista y loco que domina a los gobiernos de nuestros dos países. Debo decirle que a pesar de las dificultades de censura y autocensura su carta se publicó, gracias a la posición política de un sector de fuerzas que apoyan el reemplazo de la junta militar por un gobierno civil.”

Hoy sabemos que la visión de Greene era correcta. Y la junta militar cayó poco después. Sin embargo, a 20 años de esos acontecimientos la soberanía argentina se encuentra en mayor entredicho que nunca, gracias a que los militares hicieron su labor y a que subsecuentes gobiernos civiles ultra corruptos, bajo la batuta de los organismos financieros internacionales, la completaron.

Ahora algunos hablan de soberanía como concepto arcaico. En realidad, no sería muy grave que la soberanía hubiera muerto como “concepto”. Lo que sí representa un problema mayor es el drama de acelerado empobrecimiento concreto de la sociedad argentina y su cuestionada viabilidad como país. O, por ejemplo, el de los trabajadores mexicanos que se encuentran en Estados Unidos sin papeles, en ausencia de una soberanía que les brinde la protección de su ciudadanía y vea por sus intereses concretos; y así se les condena a una esclavitud (no sólo como “concepto”) aún más arcaica que la soberanía. De la soberanía de Irak, mejor no hablamos.