Jornada Semanal, domingo 6 de abril del 2003        núm. 422

CORSARIOS, “ el NIGUAS”, GÓNGORAS Y LoPE (II)

Antonio Sarabia debe haber gozado en serio al escribir su relato de corsarios, El último abordaje del Don Juan. El Corsario Negro de ese maestro total de la novela de aventuras, el historiador, geógrafo, politólogo, especialista en temas marítimos, en historia de las religiones y en otras muchas cosas del cielo y de la tierra, Emilio Salgari, y El Halcón del Mar, de Rafael Sabatini, son los soportes de este relato sabio en cuestiones de guerras marítimas y en tácticas de artillería, abordajes y peleas de espadachines. Pienso que Antonio, en plena complicidad con sus lectores, recitaba para sí el cadencioso poema de nuestro romántico más aventurero, José de Espronceda: “Con diez cañones por banda,/ viento en popa a toda vela,/ no corta el mar sino vuela,/ un velero bergantín./ Bajel pirata al que llaman/ por su bravura el temido,/ en todo mar conocido/ del uno al otro confín...” Pero su “Jean de Chien” tiene sus peculiaridades que lo aproximan al “Corsario Beige” de Renato Leduc en lo que se refiere a sus excentricidades, y a una especie de Corsario Rosa en sus, totalmente legítimas, inclinaciones. De esta manera, un final que no voy a revelar da al relato una originalidad muy clara y demuestra la astucia narrativa de este autor de cuentos de altamar y de cantos corsarios.

Nuestro narrador, como muchos de sus lectores, tiene sus mitos literarios y algunas hermosas fijaciones de lector adolescente. Por eso ama al folletín (llamado folletón con cierto ánimo peyorativo por los historiadores elitistas) y, basado en algunos aspectos de su clima espiritual y su estilo literario, compone un relato, presidido por “Passepoil” gato cuyo nombre salió de un folletín de Paul Feval, y en el que figuran una enamoradiza indecisa, varios repartidores de pizzas (uno de ellos amante también del folletín), periódicos y periodistas, Los Balcanes, particularmente Kosovo, las horribles masacres de la guerra civil, Enrique de Lagardere, D’Artagnan y Edmundo Dantés. Las historias paralelas, la una folletinesca, la otra macabra, siguen su faulkneriano camino y se entrelazan irónica y cruelmente. Stan Getz, João Gilberto, el vizconde de Bragelonne (“son los vizcondes unos condes bizcos”, decía Quevedo), el capitán Alatriste, Leonardo di Caprio, Stallone y Bruce Willis completan el cuadro de los personajes y el Kosovo pone punto final a las historias paralelas.

“Antigua morada” es un relato gótico con una Flora y un Miles henryjamesianos y sujetos a varias vueltas de tuerca en la mansión habitada por los ruidos, las voces apagadas, los ecos y los bisbiseos de seres cuyo tiempo se ha convertido en un pasado presente. Poe, Du Marier, Walpole y otros góticos acompañan a Sarabia en esta aventura que junta la prosapia narrativa con una nueva y original manera de aproximarse al tema y de salir con bien de tan ardua empresa. En este relato, la prosa de Antonio Sarabia muestra sus mejores ritmos y su fuerza lírica: “Un aroma mustio, de melancólica ternura, subsistía flotando en el ambiente. Como si sus sombras quedaran tras ellos, demorándose sobre las baldosas del patio, todavía unidas cuando sus cuerpos se separaban.”

El relato que da al libro su título, llama a Don Luis de Góngora para establecer su tensión espiritual: “¿De quién me quejo con tan grande extremo,/ si ayudo yo a mi daño con mi remo?” Es emocionante y justo en extremo el homenaje que el narrador hace al gran poeta rescatado del olvido por la generación del ’27 y tan genialmente analizado por Lezama Lima en su famosa sierpe. Antonio recuerda el humor ácido pero alegre de don Luis y lo actualiza al hablar de la parodia que hizo a unas rimas amorosas de Lope de Vega que así decían, con la ternura y la magistral forma del monstruo de la naturaleza: “Acuérdate de mis ojos/ que muchas lágrimas vierten./ ¡A fe que lágrimas suyas pocas moras las merecen!” La humorística glosa de don Luis es la siguiente: “Acuérdate de mis ojos/ que están, cuando estoy ausente,/ encima de la nariz y debajo de la frente.” Este relato nos entrega a un don Luis de cuerpo entero y de alma sin fisuras y recrea su época con una rara precisión. En él se unen la prosa y la poesía, pero, por encima del arrebato lírico, triunfa un ánimo, a la vez, admirativo y reposado. Esta circunstancia da al retrato todo su valor, pues en él se plasman el afecto y el alejamiento necesario para que el personaje cobre nueva vida. Lope de Vega, leal enemigo y, al final, generoso y deslumbrado, cierra el homenaje a don Luis: “Canta, cisne andaluz,/ que el verde coro del Tajo/ escucha tu divino acento,/ si, ingrato, el Betis no responde atento/ al aplauso que debe a tu decoro...”

Antonio nos dice su fe en la palabra impresa en su último y admirable relato: “La continuidad de los libros”. Confiesa su amor por el misterio y Sir Arthur Conan Doyle le obsequia las dos citas que nos abren la puerta negra. El autor pasa el umbral y entra a la casa por la que se mueve como el Pedro del refrán y así sucede porque este escritor mexicano sabe remar en muchas aguas y combina, con sinceridad y pericia narrativa, la experiencia vital con la pasión por la literatura. Este libro ha sido escrito por un amante de los libros, por un enamorado de las palabras. Gracias Antonio por esas dos convicciones que han normado tu paso por la narrativa. Termino estas glosas pensando en don Luis muriendo, mientras en el aire de la alcoba final flotan las palabras de Lope de Vega:

pues tú sólo pusiste al instrumento
sobre trastes de plata, cuerdas de oro.
Esta es la monda, lironda y pura verdad de la literatura.
 
 
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
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