La Jornada Semanal,   domingo 6 de abril del 2003        núm. 422
Joani Hocquenghem

La mujer en el techo

El maestro Hocquenghem recuerda la noche de estreno de la exposición de Edward Weston en una célebre galería de la calle Madero y se detiene en el desnudo en la azotea expuesto ante los ojos admirados de “las familias más selectas de la aristocracia mexicana y algunos miembros de la comunidad norteamericana”. En este ensayo se resumen diferentes opiniones sobre la gran fotógrafa y ejemplar militante de la izquierda mundial Tina Modotti. Publicamos, además, dos ensayos sobre la eterna Alicia, firmados por W.H. Auden y Virginia Woolf. El primero nos dice que el personaje central de la novela es la lengua inglesa. La Woolf afirma que sólo Carroll “nos muestra el mundo al revés como lo ve una niña”. Andrés Sánchez Robayna hace “un rápido repaso” del arte del catalán Ráfols-Casamada y lo define como “un tejido de luces y sombras para dar presencia al espacio”. En fin... Tina Modotti retrata a Alicia a petición del reverendo Dodgson y Casamada pinta un boceto sobre sueños y despertares. Todo esto pasa mientras en Irak, en el mundo y en la historia, una reina de corazones de pacotilla asesina Alicias y avergüenza al género humano.

El hombre, un güero alto de frente amplia y fino bigote, está parado en la azotea de la casa; da un paso a su derecha, luego dos hacia atrás, inclina su cabeza sobre la caja de madera barnizada cuyas patas busca nivelar sobre los peldaños de una escalera de metal, se detiene un momento, apoyado en la barda, a la sombra de un tinaco, ajusta el fuelle y busca a tientas la pera de caucho del disparador.

Ella se ha acostado a sus pies, sobre el suelo de cemento caliente que impregna la huella de su cuerpo húmedo, a pocos pasos del vacío donde los Packard ocho cilindros, los Paige-Jewet, Essex, los humeantes y trepidantes Hupmobiles se enfrentan a bocinazos con los tranvías de caballos, los autobuses de motor y la jauría de Fordcitos, los taxis modelo T. Las torres de la catedral tañen a lo lejos en medio de los domos ocres de las iglesias y los bloques granate de los palacios rodeados por todas partes de los parches rectangulares de las vecindades. La ciudad zumba, su gruñido nervioso estalla, retumba entre las fachadas de piedra. El sol al cual se entrega a ojos cerrados arde a través de sus párpados, acaricia su piel desnuda, penetra la lente, dibuja su cuerpo sobre la retina de vidrio el tiempo de una breve exposición. Clic. Está atrapada. La trampa óptica se cierra sobre este segundo de tiempo, la captura en la caja hermética, la sujeta contra la placa de cristal, la graba en la sal de plata.

El misterio de la cámara oscura se cumple.

Tina In Aztec Land. Noche de estreno en la celebre galería de la calle Madero, donde el "fotógrafo de fama mundial" como lo anuncia El Universal, expone su más reciente obra "con la asistencia de las familias más selectas de la aristocracia mexicana y de la comunidad norteamericana". La prensa elogia la libertad de sus imágenes, ve en ellas una sana reacción en contra de la mojigatería de la Norteamérica puritana y prohibicionista, la Norteamérica blanca del Ku-Klux-Klan.

La joven de la azotea está a su lado. Su cuerpo ahora está escondido por un vestido negro de cuello cerrado, encima del cual, en su rostro de nariz respingada enmarcado por casco de cabello corto, su boca pequeña sonríe, traduce, cuchichea al oído del güero que debe inclinarse para escucharla. Tina Modotti es su nombre.

Una pelona, como llaman a las jovencitas que siguen esta moda extraña de cortarse el pelo a la chien’ ou ‘a la garçonne, en esta tierra de largas trenzas españolas y melenas indígenas.

Nacida en el Friúl, cerca de Venecia, recién llegada de California donde modelaba las novedades de un gran almacén, probó suerte en los teatros italianos de San Francisco, posó para los grabados de aquel libro de poemas del erudito mexicano Gómez Robelo, Sátiros y amores. Actuó en Hollywood también, interpretó un papel estelar en un melodrama de 1921, The Tiger’s Coat, una humilde muchacha latina en un México de utilería, premonitorio de su viaje al sur del Río Grande.

Ella es su aprendiz, su modelo y a la vez su guía, su iniciadora en esta tierra latina donde se reencuentra con sus raíces mediterráneas y se siente en casa. En la trajinera sobre los canales de Xochimilco se imagina en una góndola veneciana, y en el Mercado del Volador, a cambio de la cobija que ella y su compañero anhelan, canta una tonada de Verdi a Cesare, el chacharero italiano.

El güero se llama Edward Weston, ha dejado mujer e hijos en Los Ángeles para seguirla. Se maravilla con todo, la corrida de toros, el ingenio de los juguetes, las nubes sin par de México, los nombres de las pulquerías, "la proximidad de la raza primitiva". Purista en su trabajo, ultransensitivo, llevado a veces hasta la neurastenia cuando el aullido amoroso de los mariachis le pone los nervios de punta, enfermo de celos y a la vez mujeriego, o más bien propenso a ser ligado, ya que las mujeres se le lanzan, no se resiste a los efectos de su propio encanto en las morenas bellezas de la capital, desde la muchacha que cuida la casa hasta las señoras de la alta sociedad.

Forman una pareja despreocupada, liberada de todo prejuicio, abierta a los intercambios o más bien infiel por acuerdo mutuo, llegada al término de su pasión; una pareja ficticia, fachada de sus afectos separados. Al acecho de esta existencia independiente y venturosa, la buena sociedad se los disputa. Las mujeres se emocionan con la inspiración del maestro: ¿Cuándo vendrá a retratarme? Mientras felicitan al artista, los hombres se comen a la modelo con la mirada: conocen el cuerpo que va con esta cabeza.

Él apunta los pedidos y hace las cuentas en su diario. Domingo 23 de septiembre de 1923: "Los negativos con Tina como sujeto siempre han sido una buena inversión."

La mujer desnuda en un techo. ¡En un techo! A la luz cruda del pleno día. Bajo el sol, exactamente, como Dios la creó, a la vista de Nuestro Señor, en medio de esta ciudad donde caminamos a diario, el cielo es testigo.

Cualquiera que vea esta foto se enamora al instante. Un desnudo explícito, mirada inequívoca del que comparte su cama, excitando las fantasías de los que serán llamados de manera abusiva sus amantes, tiernamente clavado a la pared por los compradores refinados, pin up girl de esos pequeños altares que le dedican a su belleza los aduladores en la capital, objeto amoroso de este dispositivo pasional al que ella parece colaborar de buena gana: es Arte.

José Vasconcelos, el secretario de la Educación Pública, la apoda en sus memorias La Perlotti:

El fotógrafo cargaba con una belleza de origen italiano, escultural y depravada, que era el eje del grupo y lo traía unido por común deseo dividido por rivalidad amarga. La Perlotti, llamémosla así, ejercía de vampiresa, pero sin comercialismo a la Hollywood y sí por temperamento insaciable y despreocupado. Buscaba, acaso, notoriedad, pero no dinero. Por altivez quizás, no había sabido sacar provechos económicos de su figura perfecta casi, y eminentemente sensual. Su cuerpo lo conocíamos todos, porque servía de modelo gratuito del fotógrafo y eran disputados sus desnudos de embrujo.
Su hermosura es diabólica, su desinterés lujuria. Extraño veneno que viene del padre fundador de la Educación Pública, el "Maestro de América", achacándole sin miramientos una fama monstruosa. Una reputación exagerada, a juzgar por las cartas a sus compañeros sucesivos: revelan una redactora sensitiva, sensual por momentos. ¿Libertina? Más bien recatada, romántica, lúcida e ilusa a la vez. Su audacia está en otra parte: su trabajo fotográfico en el cual se inicia como alumna de Weston (retratos), y luego vuela con sus propias alas (vasos, rosas, alcatraces, manos y rostros).

Entre fiestas y frescos, ella lo introduce en el planeta Rivera: el enorme Diego, sonrisa amena, pistola al cinto, overol manchado de pintura, artista nacional y a la vez jefe comunista, y el grupo de pintores que gravita a su alrededor y constituye también el núcleo del Partido. Patrocinados por Vasconcelos, trepados en los andamios de la nueva Secretaría de Educación Pública, los muralistas plasman en las paredes de las nuevas instituciones una revolución donde figuran a la par Marx, Lenin, Villa, Zapata, Flores Magón y otros luchadores sociales mexicanos.

Diego Rivera adquiere de inmediato una copia de La mujer en el techo y la conserva con devoción. La imagina monumental, sueña con incorporarla a sus planos. En 1926, cuando le encargan pintar la hacienda de Chapingo, expropiada por la revolución y transformada en Escuela de Agronomía, le asigna un lugar en su propia obra. La calca en sus bocetos, la colorea, le crea un entorno nuevo, cambia la horizontal de su composición, la amplía en rollos de hojas esténcil que perfora punteando los contornos y líneas principales.

Desde el amanecer sus asistentes instalaron los andamios en la antigua capilla y, armados de palas, cubetas y cucharas, trabajan la argamasa, la mezcla de cal y de fino polvo de piedra con el cual repillan y alisan la fachada interior. En cuanto terminan su tarea, el maestro extiende el esténcil para marcar las líneas generales. Le queda un par de horas para completar el dibujo y aplicar los pigmentos en el mortero fresco antes de que acabe de cuajar. El trazo es definitivo, sin posibilidades de retoque, hay que pintar rápido, con mano firme, para que el color penetre la materia húmeda.

Integrada al antiguo muro, Ella se vuelve lánguida giganta, carnosa diosa de la fertilidad: "Germinación y tierra virgen". Con el pretexto de ilustrar el impulso revolucionario de la agricultura nutrido de las raíces indígenas ancestrales, Rivera convierte la capilla en un templo a sus amores donde se enfrentan del ábside al portal los cuerpos desnudos de Guadalupe Marín, su esposa, y el de Tina Modotti. Furiosa de este culto dividido, la mujer de Rivera llamará a su rival, ironizando sobre sus convicciones comunistas, la camarada compartida.

Un año más tarde, la señora Kolontaï, la embajadora soviética con quien Tina Modotti simpatiza, le confía entre bromas que unos amigos mexicanos le han advertido que "no tenía buena reputación porque había posado desnuda para Weston y figuraba en el famoso mural de Diego en Chapingo", apunta Tina en su correspondencia.

En los kioscos, los periódicos comentan la crisis de Wall Street, esos primeros días de 1929. La silueta emplumada de Joséphine Baker, la "Venus Negra", ondula en la cartelera de los teatros de variedades. Las luces de neón en las marquesinas del cine Venecia anuncian el estreno de Metrópolis, "la epopeya del futuro de la humanidad, el mundo dentro de 2000 años". A la función de las ocho, el público se congrega para ver a la Garbo, "la esbelta, la grácil, la elegante, la exótica" en The Spy, y El Universal lanza el concurso "la Espía": "¿Qué haría usted con un espía que lo traicionará? ¿Qué haría si usted fuera la espía? Mande sus respuestas al cine Palacio, calle Cinco de Mayo 30."

Hace mucho frío, esta noche de enero. Incluso ha nevado; no es que haya caído el menor copo en la ciudad, pero se divisan entre los edificios del centro las faldas del Ajusco blanqueadas por la tormenta. Calle Isabel la Católica, enfrente del local del Socorro Rojo Internacional; los militantes se separan al salir de una junta. Después de pasar a la oficina del Telégrafo, Tina Modotti se encamina rumbo al sur en compañía de un joven de pelo rizado.

Hasta entonces había frecuentado comunistas, había asistido a veladas en la embajada rusa, fiel a las ideas de su padre forjadas en la lucha en contra de Mussolini, alentada por el anticonformismo en boga, inmersa en esta revolución ambiente, este bolchevismo confundido por momentos con la revolución de Zapata que se respiraba en el México de los años veinte.

A finales de 1927 obtuvo su credencial (porque ahora hay credenciales en el pc). El "partido de los pintores" se ha vuelto un partido de verdad, la sección mexicana de la Tercera Internacional. Austera, sin maquillaje, chongo recogido, saco obscuro, insignia en la solapa  –la hoz y el martillo de rigor–, trabaja en la redacción de El Machete, marcha bajo la manta "Manos fuera de Nicaragua", canta "Bandera rosa" en las manifestaciones de solidaridad con Sacco y Vanzetti, toma la palabra en un mitin de la Liga Antifascista.

Después de la partida de Weston, se ha mudado al quinto piso de un edificio inclinado de la calle Abraham González –el Chueco, lo llaman en el barrio. La Causa invade su departamento, desborda en su vida privada, reorienta su obra fotográfica. ¿Lo sublime? Lo sublime después de todo nunca ha asustado a los gobernantes. Adiós rosas y alcatraces: en su cuarto oscuro al servicio del movimiento social surgen las siluetas de trabajadores, mujeres y niños, marginales y pobres destinadas para El Machete, y las composiciones de cananas, guitarras, hoces y elotes para la revisa radical estadunidense New Masses, casi logotipos.

A su lado, José Antonio Mella impresiona por su estatura, su silueta lanzada por delante que ella apenas logra seguir por momentos cuando camina a grandes zancadas, su mirada enérgica, su habla decidida que hace opinar a sus camaradas: "Si así son todos en Cuba, el imperialismo tiene sus días contados."

Cofundador del pc cubano a los veinte años, líder del movimiento estudiantil en contra del dictador Machado, fue a dar a la cárcel donde emprendió una huelga de hambre hasta que lo dejaron marchar a Venezuela. Por donde pasa, florecen las organizaciones de lucha, en Cuba, en América Central, en Veracruz. Apenas desembarcado en México, decide crear una central sindical independiente, y en la unam organiza a los estudiantes exiliados en torno a un periódico que tituló Tren Blindado.

Una bomba, un ingobernable, un ultra. Sueña con una expedición a Cuba para deponer al tirano, está dispuesto a pasar por encima del pc si resulta necesario. La dirigencia no está de acuerdo, existe un conflicto latente desde su viaje a Moscú, en el verano 1927, cuando se reunió con Andrés Nin y la oposición de izquierda, pues Mella y Nin, como muchos otros, se rehusan al anatema en contra de Trotski.

Esta noche del jueves 10 de enero, la pareja comenta las noticias alarmantes de La Habana donde un periódico pretende que Mella ha insultado la bandera nacional. Ella acaba de mandar una protesta contra la calumnia. Él se fue a entrevistar a un cubano llamado Magriñat para intentar sacarle información y éste le dio a entender que estaba en peligro, que Machado había mandado unos matones tras él.

Unos autos pasan despacio por la calzada desigual, los faros agigantan un instante sus sombras en las fachadas de los inmuebles. Sin dejar de hablar de política, cogidos del brazo, recorren la calle Morelos, una calle ancha y mal alumbrada, desertada por los comercios. Van por el mismo rumbo. En el otoño Julio Antonio se ha mudado con ella al exiguo departamento convertido en local de reunión, lugar de encuentro y hospitalidad de los comunistas. La felicidad: cocinar por turnos y dedicarse a la lucha social del tiempo completo. Esta vida de pasión y militancia, los ojos en los ojos, estas jornadas de activistas veinticuatro horas al día, esta frenética máquina de amor y de revolución gira a todo vapor desde hace tres meses apenas cuando...

Dos estallidos rasgan la noche en la esquina de la calle Abraham González, dos detonaciones apocadas que se podrían confundir con escapes de autos.

Al grito de "¡Machado asesino! ¡La policía es cómplice!", los comunistas se movilizan y en nombre de su compañera exigen justicia. Mientras el entierro de Mella se vuelve marcha de protesta, los periódicos lanzan otra tesis: "Existen dos versiones respecto al origen del atentado: una que ya fue dada a conocer y que fue puesta ‘en boca del moribundo’ ratificada por su amante la señorita Tina Modotti y diversos cubanos en el exilio: que Mella ha sido asesinado por dos sicarios enviados por el gobierno de Cuba, y la otra que sostiene la policía y que hemos recogido gracias a dos testimonios: que la señorita Modotti sabe quién es el asesino. A propósito de la segunda versión, el jefe de las Comisiones de Seguridad supone que la tragedia no tiene su origen en la política cubana sino que se trata de un crimen de origen pasional" (Excélsior del sábado 12 de enero).

Algunos vecinos dicen haber visto a otro hombre en compañía de la pareja, en el momento del crimen. Interrogado, el cubano Magriñat niega haber anunciado la llegada de esbirros e insinúa que el muerto tenía una relación "con una muchacha italiana, la cual parecía haber tenido otro amigo y quizá éste sería el criminal".

Más que de un complot político se trata de un triángulo, como siempre. Ménage à trois, bien dicen los franceses. ¡Esos artistas! Mella tenía mujer y niño en Cuba, su retrato aparece en el diario; esa Modotti no pasa de una robamaridos. De víctima, se convierte de repente en sospechosa número uno: la clásica autoviuda. Es puesta bajo arresto domiciliario y los agentes se turnan en su departamento.

El lunes 14 la prensa detalla el botín de las pesquisas. Apenas los inspectores decomisan sus cartas de amor y las páginas del diario de Mella, las filtran a los reporteros con la copia de los interrogatorios de "la italiana". Sus fotos están regadas en las oficinas de la policía, examinadas en el escritorio del procurador, evaluadas en las mesas de redacción de los rotativos, expuestas en primera plana en cada esquina de la ciudad. Los lectores tienen acceso al expediente. De hecho, llena las ediciones, se explaya en los titulares. Se dice en el Excélsior:

Hemos examinado dos fotografías que son una auténtica revelación: la primera de Julio Antonio Mella, la segunda de Tina Modotti, su amante. Ambas muestran a estos individuos completamente desnudos, en una postura indecente que sería plausible tratándose de personas sin vergüenza e infames, no de un ‘apóstol del comunismo’, de un ‘redentor del pueblo’ y su ninfa Egeria, guía, inspiradora y musa del ‘fuego revolucionario’. Y este solo hecho bastaría, en personas decentes, para privar a Mella de los honores póstumos y relegar su concubina a la categoría de este género de mujeres que venden su amor y rentan su propio cuerpo.
Ese cuerpo ofertado, alegre y despreocupado se vuelve testigo de cargo, elemento de prueba, evidencia inculpatoria, pretexto para uno de los primeros linchamientos modernos de la era de la fotografía. Acosada por el reportero, ella tiene que precisar: "Suplico que ya no se hable más de mis ‘amantes’ sino de compañeros."

La noche del lunes, escoltada por periodistas, fotógrafos y gendarmes que no se le despegan, empequeñecida al lado de Rivera con chamarra campesina y sombrero Stetson, recorre otra vez el camino que siguió con Mella hace cuatro días. El grupo, precedido por los haces de luz agitados de las linternas eléctricas, se detiene delante de la barda de adobe en un baldío.

–Yo estaba agarrada de su brazo.

–¿Cuál brazo, el izquierdo o el derecho? ¿Nos podría enseñar cómo? Sargento por favor...

Allí va del brazo de un policía. A la señal, él se tambalea, duda si caer o correr, intenta seguir las indicaciones de la testigo, cruza la calle con ella y alcanza el lugar exacto donde la sangre de Mella manchó la banqueta, enfrente del número 19 de la calle, donde se derrumba, apoyando su cabeza en el hombro de Tina quien se inclina y acompaña su gesto, como si lo fuera a abrazar. El flash de un fotógrafo relampaguea.

Ella se incorpora, triste y rígida, las manos en los bolsillos, el rostro sumido en el cuello del abrigo. La pantomima se interrumpe. Todos terriblemente serios, tensos, posan para el fotógrafo una vez más, como en una extraña filmación, una fotonovela en la cual ella arriesga su libertad, estremecida de frío y emoción.

Diego dibuja, anota puntos en un mapa, valora las trayectorias con la autoridad que le da manejar el revólver, repara en la ubicación de los faroles, calcula el arco de la luna, invoca la resonancia de los materiales, pinta el cuadro para los periodistas: imposible que unos vecinos hayan podido ver lo que dicen haber visto el jueves un poco después de las nueve, ya que la luna era muy pequeña y baja.

"La autopsia señala que los tiros fueron efectuados de izquierda a derecha de arriba hacia abajo", explica el maestro, por lo que la versión disparos efectuados a la altura de la banqueta no cuadra; la trayectoria indica más bien la barda del baldío como lugar de espera propicio para una emboscada por arriba de la cual el matón puede apuntar con toda comodidad. Todos los testigos coinciden con Tina al decir que las detonaciones se oyeron más bien como las de un automóvil. Este sonido apagado es característico cuando se dispara con una arma corta desde un parapeto de material blando como el adobe. Todo hace admitir que un hombre disparó desde el muro, lo que explica perfectamente por qué Tina Modotti no vio a nadie. (La Prensa, miércoles 16 de enero).
En una carta abierta al director del Excélsior, Diego Rivera protesta: "Las fotos que enseñan a Tina Modotti desnuda son obras del maestro Edward Weston, reconocido como uno de los mejores artistas." Denuncia el "precedente gravísimo para el libre ejercicio profesional de todos los trabajadores del ámbito artístico" y termina, sin desperdiciar una oportunidad de publicidad: "Si necesitan otra imagen de ella sin ropa, vaya a fotografiar mi mural de la Universidad de Chapingo."

En la Procuraduría de Justicia se llevan a cabo los interrogatorios con diligencia; ella tiene que contestar preguntas del tipo:

–¿En que fecha conoció a Mella?

–¿En qué fecha él le propuso su amor?

–¿No tenía usted relaciones con otra persona?

–Teniendo relaciones con Mella, ¿a usted le pareció bien recibir regalos de otra persona?

El 16 de enero, por la probable intervención del regente de la ciudad, un decreto del presidente pone alto a los abusos de los investigadores; le retiran el caso al brutal jefe de las Comisiones de Seguridad. ¿Quién mató a Mella? La versión política se impone: sicarios enviados de La Habana. La policía se deslinda del problema remitiéndolo al extranjero. Los comunistas tienen su mártir.

Tina Modotti es liberada, pero la prensa todavía no está lista para soltar a su presa. El Excélsior planea agotar la veta del escándalo. Bajo el encabezado "Nuevas páginas del diario de Mella", un muy logrado trabajo de ilustración yuxtapone fragmentos íntimos anotados por el "estudiante cubano" con una foto de su compañera leyendo, con mirada aterrada, sus cartas ante las autoridades. El editorialista anuncia nuevos episodios (que nunca aparecerán) bajo el título prometedor: "La verdadera historia de Mata Hari."

Luego todo va muy rápido. 1929 es el año de la vuelta de tuerca. Al otro extremo del ajedrez mundial, la facción de Stalin acaba de revivir la consigna de exportar la revolución, la transmite a través de sus emisarios y llama en la prensa moscovita a acabar con el régimen burgués mexicano. Las relaciones con la Unión Soviética son rotas. La escisión entre las dos revoluciones está consumada; en junio, el gobierno de Calles prohibe el Partido y al finalizar el año, comienza la deportación de los comunistas extranjeros.

Este conato de izquierdismo bolchevique sin realidad estratégica únicamente sirve de pretexto para la eliminación de la oposición interna. La depuración alcanza al pcm al mismo tiempo que la represión. En los meses que siguen a la muerte de Mella, otros dirigentes incontrolados o titubeantes son descartados por los enviados del Komintern y sustituidos por incondicionales.

La revolución se diseca, se fisura y sus cuarteaduras corren del epicentro moscovita por entre la gente que antes agrupaba. La rasgadura pasa entre Rivera y Modotti. En septiembre, él es acusado repentinamente de colaborar con el gobierno, y el pc vota su exclusión. Tina Modotti escoge su lado: para ella, él es un traidor.

Fiel al sovietismo, obediente a sus directivas, se dedica al aprendizaje de la clandestinidad. Cuando, el 5 de febrero de 1930, Daniel Flores, un oponente católico, dispara sobre el nuevo presidente, es inmediatamente detenida, en el 31 de la calle Abraham González donde la vigilancia no había aflojado, y los agentes hurgan una vez más en sus baúles.

Para El Universal, "en la casa de Tina Modotti, las autoridades han descubierto documentos y planos que indican claramente que su intención era cometer un crimen similar al de Daniel Flores en la persona de nuestro presidente, Pascual Ortiz Rubio; y el hecho de que ella no haya llevado a cabo lo que se proponía se debió solamente al hecho de que Daniel Flores se le adelantó."

Lo poco verosímil de la acusación no tiene importancia. El pc, acorralado, ya no puede asegurarle su defensa y Diego Rivera no está para prestarle ayuda. Sobre este México donde todo era luz se cierran las puertas del presidio, antesala de la extradición.

El 24 de febrero el Edam zarpa de Veracruz. Es un carguero mixto con una docena de cabinas acondicionadas en la cubierta, donde ella se encuentra confinada durante casi un mes de navegación: Tampico-Nueva Orlenas-La Habana-Vigo-Coruña-Boulogne-Rotterdam.

En la primera escala, Tampico, logra subir a bordo bajo una identidad falsa un camarada que ella finge no reconocer, Vittorrio Vidali, originario como ella de Udine, cerca de Venecia. Tienen un idioma sólo de ellos, el dialecto friuliano que les sirve de código secreto durante la larga travesía.

Agente viajero de la Internacional, artesano infatigable de las purgas y ufano de ello, buscado él también por la policía, surge donde menos lo esperan, en el barco de los deportados.

"Antes, en México, había escrito a Moscú para anunciar nuestra llegada", relata Vidali en sus recuerdos (publicados en 1982); aparece como el protector providencial cuando Ella se encuentra entre dos aguas, a mitad del camino entre una América que se aleja y una Europa con la cual se reencuentra después de diecisiete años de ausencia. Él la conduce a un mundo donde su arte ya no tiene vigencia; la imagen no existe más, la estela se la lleva, el recuerdo de esta vida pública se queda entre ambos.

Los impermeables, los sombreros de ala delgada y los zapatos de hule de los ejecutantes del aparato han reemplazado los cuellos almidonados, las levitas y las botas finas de los dandies. De la mujer tan fotografiada no quedan más que retratos de pasaportes falsos, tomas borrosas de los informes policiacos.

Juguete de su propia belleza, muñeca despedazada por sus adoradores mismos, lanzada a los brazos de Stalin por esta alta sociedad masculina cachonda e hipócrita, reducida al papel de anónima rueda de otra máquina, más vasta, silenciosa y oscura, se templa a través de diez años de misiones secretas en las cuales no hay limite entre la solidaridad del sri y la represión del gpu. Cuando regresa a México a hurtadillas, con Vidali, entre los sobrevivientes de la República española, ella es la camarada María Ruiz, y su compañero el comandante Carlos, comisario político del afamado Quinto Regimiento, cuyo nombre se murmura con espanto en las filas de los refugiados. Es el hombre de los trabajos sucios, el encargado de la logística de los crímenes estalinistas y de enlodar a las víctimas. Es quien encubrió a los asesinos de Andrés Nin propagando la versión de una fuga organizada por los nazis.

Aplastada entre las fuerzas que devoran el mundo, adherida a este capo sin escrúpulos durante los últimos años de su vida, al lado de este agente decidido y decisivo sobre quien se cierne la sospecha retrospectiva de haber ejecutado a Mella, cómplice tácito, sombra del verdugo, sirve al aparato del Komintern.

En el corazón de la traición, como había estado antes en el centro del amor, al cabo de años de lucha interna sin piedad donde todo disidente es etiquetado de hitlero-trotskista, Tina Modotti tiene que tragarse la noticia del pacto germano-soviético, sola en el cuarto de azotea que ocupa cerca del Hospital General alrededor del cual merodean los autos redondeados y silenciosos de este inicio de los años cuarenta, mientras su hombre se mueve con eficacia en otro campo de batalla, alimenta la campaña contra Trotski e idea el primer atentado, en Coyoacán, el lugar de los coyotes.