Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 21 de abril de 2003
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  CineGuía
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  Librería   
  La Jornada de Oriente
  La Jornada Morelos
  Correo Electrónico
  Búsquedas 
  >

Deportes
TOROS

En la Ranchero Aguilar echó por tierra la oscura leyenda inventada por comodinos

Reivindica el hierro de Piedras Negras la vigencia del toro bravo con trapío

LEONARDO PAEZ

En México, a diferencia de España, los toros con tauridad y los toreros con personalidad son relegados. Como si bestias y hombres, por el hecho privilegiado de poder dar un espectáculo emocionante, no divertido, se convirtieran en amenazas a la mediocridad imperante y a las apoteosis de cartón.

En la interesante corrida celebrada el viernes en la plaza de toros más bella del continente americano, la Jorge El Ranchero Aguilar, de la limpia ciudad de Tlaxcala, el entusiasta empresario José Angel López Lima se atrevió a romper con la costumbre de respetar el Viernes Santo y decidió ofrecer un cartel con una auténtica corrida de toros.

Y el milagro ocurrió por partida doble: el público casi llenó el singular escenario, presidido por la esbelta torre del ex convento de San Francisco, más centenares de gorrones en el barandal superior del mismo, y la prestigiada ganadería de Piedras Negras -129 años de venerar la deidad táurica- volvió a desmentir a los pusilánimes que la rehúyen, invocando Cobijeros y Timbaleros ocasionales como precavida excusa a su falta de torería.

Una ganadería más afinada

El encierro de la legendaria divisa rojinegra, por las incontables tardes de gloria que con sus reses han escrito toreros auténticos, evidenció una vez más el inteligente proceso de afinamiento que su ganadero Marco Antonio González ha sabido imprimir en los empadres, hasta desembocar en altos niveles de toreabilidad, sin menoscabo de la bravura que la hizo famosa.

Toros ejemplarmente presentados -el trapío real lo da la edad real-, prevaleciendo los cárdenos claros, algunos negros y hasta un castaño, el mejor del encierro y corrido en cuarto lugar, todos con la emblemática badana colgando, que embistieron de largo al caballo y recibieron en general más castigo del que el buen criterio torero recomendaba.

Pero aunado a las cualidades anteriores, los seis piedrenegrinos, unos más otros menos, acusaron un claro estilo, una fijeza y una repetitividad que abren un esperanzador porvenir ante el descastamiento que prevalece en los ruedos de México.

Porque hay que repetirlo siempre: el principal responsable de dar espectáculo en una corrida no es el torero o el empresario, sino el ganadero que, con un respeto indeclinable por la bravura, ha de enviar a las plazas toros con tauridad, para el lucimiento del torero, sí, pero nunca a costa de la casta ni en detrimento de la emoción, como se ha vuelto deplorable costumbre.

En ese sentido, Marco Antonio González volvió a cumplir con creces la centenaria responsabilidad de Piedras Negras y a mantener en alto el prestigio de tan digna casa ganadera.

Los toreros

Hicieron el paseíllo Uriel Moreno El Zapata, Jerónimo y Fermín Spínola, y no obstante las características del ganado señaladas, sólo el primero logró tocar pelo, cortando sendas orejas de su lote, sin duda el de más calidad.

Con el que abrió plaza, El Zapata, acusó oficio y campo, lo llevó al caballo con mucha torería, cubrió con solvencia el segundo tercio y realizó un trasteo empeñoso que no logró remontar la sosería del astado. Lo grande fue la soberbia estocada que cobró, por lo que el público demandó la oreja.

Con su segundo, Roncito, de 550 kilos, un arrogante castaño que hizo salida de bravo, recargó en dos varas y llegó claro y emotivo a la muleta, El Zapata quitó por gaoneras, banderilleó en todos los terrenos y realizó una faena derechista, muy bien rematadas las tandas. Tras un pinchazo dejó una entera desprendida que le valió la segunda oreja. Arrastre lento ordenó el juez a los restos del bello, bravo y noble Roncito.

Jerónimo mostró los efectos de torear poco y, sobre todo, de empezar a ser relegado. Lo mejor de su actuación fueron las preciosas verónicas y el quite por navarras a su primero; lo peor, que parece flaquear ante las descompuestas embestidas de las bestias de dos patas. Y Fermín Spínola, apenas recuperado de una cornada, pechó con el lote menos propicio, si bien salió al tercio en su primero por certero volapié y reiteró la solidez de su tauromaquia con el que cerró plaza.

Pero arrebatarse, lo que se dice arrebatarse, ninguno de los alternantes.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año