Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 22 de abril de 2003
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Cultura
Adiós, grandiosa Simone

PABLO ESPINOSA Y AFP

El mundo se nubló ayer desde un barrio rico de la ciudad luz y las sombras alcanzaron las barriadas de Tyron, en Carolina del Norte, debido a una mala nueva: Nina Simone, voz profunda de la negritud, alma álbea y encendida, la cantante, pianista, compositora, mujer admirabilísima que mayor influencia ejerció en distintos senderos de la música durante la segunda mitad del siglo XX, dejó de sonar la mañana de este lunes, a la edad de 70 años apenas cumplidos en febrero.

Este Pigmalión poliédrico, este monumento de carne y sangre y pasión, empero, seguirá sonando mientras haya seres vivos en la Tierra. Su presencia en los bares semiclandestinos de los años cincuenta y después en las mejores salas de concierto del mundo y siempre en una discografía estupefaciente, habrán de hacer hervir los poros de todas las epidermis, encender todas las fogatas volcadas en sentimientos, enaltecer la respiración escuchada a unos milímetros del pabellón de los oídos.

Sucesoras, no; alumnas, sí

Inabarcable como pocas, las virtudes de Nina Simone pueden desgranarse una a una y completar tratados enteros de musicología, toda una historia social de las artes, una mitología moderna entera, una extensa literatura de no ficción y toda una poética de la vida y sus encantos.

En una sola persona se reunieron, en efecto, el hechizo de la música negra, la elegancia del music hall, la prontitud del folk, la técnica scat, la magia tribal, la reivindicación cultural africana, el prestigio de la música de concierto. ¿Sucesoras? Imposible. Alumnas, sí, a la manera autodidacta, que es como mejor se acomodan las enseñanzas. Quien conozca las maravillas que salen de las entrañas y las cuerdas vocales de Cassandra Wilson, esa reina indiscutible del jazz contemporáneo, tendrá más que un consuelo: la escuela de Nina Simone está ahí continuada en sus valores primordiales: verosimilitud, prestancia, técnica y sobre todo honestidad.

Los brebajes que cantaba Nina Simone se beben con la misma ritualidad que Julio el enormísimo cronopio Cortázar libaba el canto de Nina Simone y lo equiparaba al gemido de ciervo enamorado de Satchmo el enormérrimo cronopio Armnstrong. Tales combinaciones letales tienen múltiples y borgianos senderos: la señora Simone igual glosaba al poeta Robert Zimmerman (su versión de I shall be released, poema dylaniano, es insuperable, aún mejor que la del mismísimo Bob Dylan por supuesto), que al egregio Jacques Brel (su versión de Ne me quitte pas arranca el alma, la revuelca en azucenas y la vuelve a colocar), que a su alma gemela, esa otra semidiosa e inmortal llamada Billie Holiday, que a los exquisitos Ira y George Gershwin.

A su vez, sería glosada por creadores tan disímbolos como Eric Burdon and The Animals (Don't let me be misunderstood), por la maestrísima Roberta La Flaca Flack, que por el eminente John Fogerty (con su poema en blues titulado I put a spell on you) que a los más inimaginados juglares, trotamundos y goliardos del planeta.

Poética de semidiosa

Nina Simone nació en febrero de 1933 en un poblado rural de nombre Tyron, en Carolina del Norte, donde años más tarde nacería Michael Jordan, ese Rudolf Nureyev del baloncesto. Como en la canción de Willie Dixon, el destino de la pequeña Eunice Kathleen Waymon -tal era su nombre de pila- estaba marcado, pues unos mecenas la enviaron becada a Nueva York, cuando tenía 17 años, luego de escucharla tocar el órgano y cantar en la iglesia del pueblo pobre, semillero de los grandes maestros del gospel, soul, blues y jazz.

Pero ella nunca tuvo límites y rompió la barrera de los géneros. A las músicas tradicionales afroamericanas añadió el pop, el folk, el country blues, el music hall, la música de concierto y el rock, en una maraña pastosa de rocas que cada vez que caen, es decir cada vez que ella canta, acarician las entrañas de todo aquel mortal que las escucha (las rocas, la garganta y las entrañas de Nina Simone sonando como galaxias).

Formada entonces en la Julliard School of Music (de donde han egresado Leonard Bernstein, Isacc Stern y muchas de las glorias de la música clásica del mundo), la maestra Eunice Kathleen Waymon tomó una serie de decisiones vitales.

Para empezar, enumeró, ya no se llamaría Eunice Kathleen, sino Nina Simone. Nina como ''La Pequeña" y Simone por la actriz francesa Simone Signoret, otra grandiosa.

Así empezó, a finales de los años cincuentas, a dejar el testimonio que los mortales tenemos a la mano en esos objetos de placer que son redondos y tienen un hoyito en medio: los discos compactos. Su primer álbum fue para el sello Bethlehem. Desde allí escuchamos su pianismo formidable. Una versión femenina y superada del maestrísimo Duke Ellington, con la diferencia de que Nina Simone no sólo es monumentalmente hermosa, sino que también es colosalmente genial. Pianista entonces, luego compositora, cantante, arreglista, inventora de una poética de semidiosa.

Por igual un aria de ópera (I Loves you, Porgy) que un estándar del jazz, una recreación del Estados Unidos Profundo con un gospel, un soul, un spiritual, lo mismo un fragmento de música clásica en medio de un riff, de un break, de un largo y tendido proceso improvisatorio al piano, alguna sorpresilla pop, fragmentos de comedias musicales o bien cantos tribales africanos. Todo eso en una sola persona. Todo eso en un talento inagotable. Todo eso en una manera de frasear que rompe el alma. Todo eso en una manera de cantar que cura el alma. Todo eso, creen algunos, se murió la mañana de este lunes, nublada por la muerte física de Nina Simone en su residencia de París. Todo eso, creemos todos, no se muere nunca. Todo eso, que cantó y glosó Nina Simone, forma parte de la belleza del mundo.

Todo eso nos alumbra.

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