Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 23 de abril de 2003
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Política

Armando Bartra

El campo no aguanta más, a báscula

El campo no aguanta más, la CNC, El Barzón y el Consejo Agrario Permanente (CAP) están por definir su posición ante el documento titulado Acuerdo nacional para el campo, que registra lo negociado hasta ahora con el gobierno federal. En verdad sólo hay dos posturas: firmar o no firmar, y cualquiera que se adopte tendrá fuertes implicaciones tácticas y estratégicas. Algunos analistas han señalado los pocos alcances del documento frente al viraje histórico demandado, y se sabe de objeciones semejantes dentro de las organizaciones. Críticas legítimas, pero que piden contexto: pese a su nombre pomposo, el acuerdo de marras no es el nuevo pacto entre el México urbano y el rural, y un nuevo compromiso del Estado con los campesinos, que en verdad hacen falta; es apenas la síntesis de los primeros consensos.

Acuerdos logrados en sólo cuatro meses y medio de lucha. Ciento cuarenta días que -pase lo que pase- ya cambiaron el panorama político del campo mexicano. Cuando se les daba por muertas y enterradas, las organizaciones rurales lograron una alianza inédita, llenaron el primer cuadro de la capital con cerca de 100 mil campesinos, sentaron al gobierno a dialogar, jalaron tras de sí a la CNC y el CAP y consensuaron una plataforma agraria integral y estratégica que permitió romper el bilateralismo divisionista y emprender una negociación multilateral y comprensiva, que incluye cuestiones comerciales, financieras, presupuestales, sociales, productivas, tecnológicas, ambientales, jurídicas, políticas. Un debate en el más alto nivel cuyo centro es la soberanía alimentaria con campesinos, que desechó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), pero abarca también, entre otras, las cuestiones de la tierra y los derechos de los pueblos indios. Me parece poco generoso juzgar un movimiento que apenas empieza y cuya tarea es tratar de enmendar el rumbo emprendido por los neoliberales hace dos décadas, por el contenido y la forma de un documento sin duda profuso, difuso y confuso, pero tras del que hay meses -que parecieron años- de intenso trajín, y frente al que habrá, sin duda, nuevas jornadas de lucha, mayores alianzas y mejores negociaciones.

A continuación, 10 hipótesis no sobre el documento, sino sobre el movimiento.

1. El primero de enero de 1994, al entrar en operación el TLCAN, el EZLN se levantó en armas contra un tratado comercial símbolo de la injusticia que ofende a los mexicanos. Nueve años después, cuando los alzados chiapanecos se han identificado principalmente con la causa autonomista de los pueblos indios, el movimiento campesino retoma la bandera inicial: la lucha contra una globalización salvaje y excluyente, cuyos primeros damnificados son los indios y los pequeños agricultores.

2. El nuevo milenio -que en lo rural arranca simbólicamente con la progresiva desgravación agropecuaria prevista por el TLCAN, a culminar en 2008 con la liberación total de maíz y frijol- es de encrucijada para los campesinos organizados: o debilitamiento rápido, irreversible y final; o las acciones heroicas propias de los trances extremos. Al desmantelamiento de los acuerpamientos agraristas, de capa caída desde los años 80, se suma en los 90 la ruina, descapitalización, migración, envejecimiento, desilusión, descomposición social y erosión organizativa que aquejan a unas agrupaciones productivas cuya presunta "mayoría de edad" resultó acta de defunción. Pero las siete plagas que desde hace tres lustros atosigan al agro no acabaron del todo con los campesinos, quienes en la inminencia de la extinción decidieron vender cara su vida.

3. La inesperada energía que despliega un sector largamente sangrado proviene, cuando menos en parte, de que las diferencias de gremio, proyecto, táctica o filiación política, que por décadas separaron a los tomatierras de los productivos, a los viables de los desahuciados, a los autoconsuntivos de los mercantiles, a los de mercado interno de los exportadores, a los indios de los mestizos, a los autónomos de los políticamente afiliados, pasaron a segundo plano frente a un modelo agrocida que a todos vapulea. Y es que la exclusión es emparejadora, diluye las diferencias, unifica a los diversos. El resto lo hacen las ganas de sumar y el trabajo político.

4. La sorpresiva amplitud de las recientes jornadas agrarias se explica también porque la veinteañera promesa neoliberal de que el mercado nos haría libres, justos y democráticos resultó una patraña que ya nadie cree. Hoy están arruinados no sólo los "carentes de potencial", condenados de arranque, sino también los presuntamente viables y "transicionales". Más aún, a la hora de la verdad resultó que los más pobres, que practican el autoabasto, resistieron mejor el vendaval que los puramente mercantiles. Por si fuera poco, la abrupta apertura comercial y el culto al mercado externo no sólo devastaron al campo, también barrieron con la micro, pequeña y mediana industrias, que son las que generan empleo; y si bien los sectores trasnacionalizados se beneficiaron del vuelco, el conjunto de la economía no creció. Así, la presunta entrada al "primer mundo" vía globalización norteña ya no tiene credibilidad; ni en el campo ni en ninguna parte.

5. El desconcierto político con que arrancó el milenio también favorece al movimiento. El viejo régimen priísta ejercía un eficiente control corporativo sobre los campesinos, que increíblemente se fortalece durante la primera fase del "ajuste estructural", cuando el presidente Salinas traviste la privatización de oportunidad para el sector asociativo y organizaciones autónomas como Unorca encajan sin chistar la reforma antiagrarista del artículo 27 constitucional. Pero este control se diluye durante el desidioso mandato de Zedillo y se pierde por completo con la administración de Fox, un gobierno derechista que retoma la política neoliberal del PRI pero carece de los operadores, amarres y fidelidades agrarias del viejo régimen. Mientras que en el mundo laboral los dinosaurios priístas del Congreso del Trabajo negociaron rápidamente con el nuevo gobierno para impulsar una reforma antiobrera a la Ley Federal del Trabajo, que favorece a los patrones y preserva el control sindical de los charros, en el ámbito rural la CNC y los priístas del CAP (peleados entre sí) aún no habían logrado un acomodo satisfactorio con las nuevas autoridades agrarias. Así, en vez de toparse con una alianza PRI-PAN consolidada, el movimiento campesino autónomo pudo arrastrar a la CNC y al CAP a una confrontación con el gobierno foxista. Cuestionamiento que, de hecho, lo es del Estado y la política agraria que el corporativismo campesino ayudó a construir; y que paradójicamente hoy combate junto a los que siempre fueron críticos. Sin duda lo que buscan los priístas corporativos es una nueva relación con el gobierno que remede el viejo clientelismo, pero para lograrlo se han tenido que embarcar en una reforma de los paradigmas, hábitos y políticas agrarias del Estado. ƑHasta cuándo?

6. Si por su despliegue y composición el actual movimiento es la lucha campesina más extensa, comprensiva e incluyente de las últimas décadas, por su contenido es el cuestionamiento social más directo y explícito que se haya dado al modelo neoliberal que inspira las políticas públicas desde hace 20 años, mentís que -bien visto- se extiende al absolutismo mercantil que inspira la globalización salvaje. Y es que los pequeños y medianos agricultores -junto con los indios, finalmente también campesinos- son los primeros y mayores perdedores del modelo globalizador impuesto desde los 80, que a diferencia de la anterior complementariedad asimétrica supone una total desarticulación entre industria y agricultura. Ciertamente el TLCAN no tiene toda la culpa, pero en su articulado está el epitafio de los campesinos, de modo que al confrontarse con la letra y el espíritu del tratado comercial, el reciente movimiento retoma la declaración de guerra al TLCAN con que se alzaron hace nueve años los indios chiapanecos. Y el cuestionamiento no se queda en la deslealtad comercial, pues al ser abismal nuestra asimetría económica con el norte, los campesinos y la agricultura de por acá no son defendibles sin apelar a sus funciones sociales, ambientales y culturales. Así, el nuevo pacto ciudad-campo demanda de todos los mexicanos reconocer la polifonía campesina: la multifuncionalidad de un ámbito rural que cosecha café pero también aire, tierra y agua; que produce maíz pero igualmente seguridad y soberanía alimentarias; que genera materias primas al tiempo que empleos; que es un sector de la producción económica pero también un reproductor de cultura, de identidad, de solidaridades. Y admitir esto es reconocer los límites infranqueables y terminales del absolutismo mercantil, un sistema desafanado de las diversidades humanas y ambientales, donde lo que no produce ganancia no tiene valor.

7. Algunos piensan que el espíritu de la época está en las luchas reactivas e informales que se confrontan desde fuera con el orden económico, social o político. Combates puntuales como el de Atenco, estado de México, contra la construcción del aeropuerto en Texcoco; el de Tepeaca, Puebla, contra el proyecto Milenium; el de las comunidades de Montes Azules, Chiapas, contra el desalojo; el de Tepoztlán, Morelos, contra el campo de golf; el de los campesinos ecologistas de Guerrero contra los talamontes trasnacionales y por la libertad de sus presos. Batallas espectaculares pero efímeras que brillan, concitan extensas solidaridades y se apagan, al enfrascarse sus animadores en trajines menos vistosos. Las jornadas campesinas han sido un mentís a esta predicción. Como el movimiento indígena de los últimos años, la presente lucha es una "protesta con propuesta", como dicen sus animadores. Así como el Congreso Nacional Indígena tiene un desarrollado planteamiento autonómico y además de ejercerlo busca su reconocimiento constitucional, así las organizaciones campesinas saben bien lo que quieren y sus planteos programáticos son más consistentes, específicos y argumentados que las recetas de los neófitos burócratas agrarios que nos aquejan. Y si hasta diciembre de 2002, cada sector y cada organización tenía sus propias demandas y propuestas particulares, hoy se han articulado en un consistente programa unitario. Un planteo comprensivo y estratégico que permitió romper con los habituales bilateralismos divisionistas y emprender una negociación multilateral con el gobierno. Negociación que no termina con la presunta firma del Acuerdo nacional para el campo, pues las mudanzas profundas no se resuelven con un sí o un no; como los combates puntuales, demandan persistencia, organicidad y lucha prolongada.

8. Las recientes jornadas campesinas son valiosas en sí mismas, pero también porque le desbrozan el camino a la futura movilización de contingentes obreros. Fuerzas que de hecho ya se desplegaron en las acciones solidarias con los campesinos, y que tienen su propia agenda clasista y nacional: en primer lugar, detener la reforma patronal y corporativa a la Ley Federal del Trabajo, pergeñada por la iniciativa privada, los charros y el secretario Abascal, al tiempo que impulsan un proyecto de ley democratizador y favorable a los asalariados; en segundo lugar, impedir la privatización silenciosa de la producción, distribución y comercialización de energía eléctrica, que es el primer paso en la entrega del petróleo y otros energéticos al capital privado posiblemente trasnacional.

9. En la misma línea de ideas, las rústicas revueltas de 2003 son un importante paso en el tránsito de resistir las reformas antipopulares y antinacionales del "gobierno del cambio" a impulsar reformas justicieras. Hasta ahora la izquierda social y la izquierda política han logrado detener las iniciativas fiscales, energéticas, laborales y educativas de Vicente Fox. En cambio el movimiento campesino ha conseguido también formular e impulsar su propia reforma. Una mudanza que no se impondrá de un día para otro, pero avanzará paulatinamente en tanto lo permita la correlación de fuerzas. Reforma en curso y sostenida desde abajo, que desacredita las visiones en el fondo apocalípticas de quienes creen que resistiendo y confrontando desde fuera llegaremos por arte de magia -o por cualquier otra vía- a un vuelco definitivo del sistema.

10. La lucha campesina ayudó a colocar en la agenda política uno de los temas identificados por la Consulta sobre Prioridades Nacionales que a finales de 2002 impulsaron diversas fuerzas políticas y sociales, y cuya importancia se ratifica ahora, ya no con el voto sino con la contundencia de la movilización. Y esta agenda, sustentada en las opiniones y acciones de una sociedad organizada y participativa, le da sentido democrático y compromiso real a la participación de la izquierda en los inminentes comicios, en particular en los que definirán la composición de la Cámara de Diputados, pieza clave en las futuras batallas por la reforma del Estado. El nuevo pacto para el campo mexicano se tendrá que empujar desde abajo, pero también desde arriba, y es importante que los campesinos amarren compromisos con diputados y senadores progresistas. Pero al mismo tiempo esto obliga a que los partidos de izquierda redefinan su sentido y su función, y en vez de ver como fines en sí mismos el triunfo en los comicios y la conquista de puestos públicos, los asuman como compromisos programáticos socialmente vigilados.

Cualquiera sea la decisión de las 12 hermanas de El campo no aguanta más, siempre y cuando sea de consenso, será bienvenida, pues, como se grita en las manifestaciones: šZapata vive y la lucha sigue!

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