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México D.F. Jueves 8 de mayo de 2003

Adolfo Sánchez Rebolledo

La involución del PRI

ƑAlguien recuerda aquellos tiempos del carro completo, cuando los hombres del presidente miraban por encima del hombro a los diputados plurinominales, a quienes consideraban una especie de segunda clase alimentada con las migajas del banquete electoral priísta?

Claro que los tiempos cambian, las certezas milenarias se desploman y, en efecto, ya nadie se sorprende de ver incluidos en la lista de representación proporcional a muchos de los prohombres del priísmo, a los históricos que una vez gozaron del favor presidencial y hoy no acaban de hallar su espacio vital en la democracia. Pero no deja de llamar la atención la ferocidad animal con que las "personalidades del partido" pelean los espacios que la reforma reyesheroliana abrió para darle entrada a las minorías, sobre todo a la izquierda que por entonces golpeaba con vigor las puertas del estado autoritario.

Y es que el PRI, como se ha repetido hasta el cansancio, sigue a la espera de una transformación que lo ponga a punto con las exigencias y los desafíos de la época. Resulta increíble que la sobrevivencia del partido dependa de la fuerza de los gobernadores que, para todo fin práctico electoral, actúan sustituyendo al presidencialismo centralista del pasado por una suerte de condominio federal en el que cada mandatario es dueño y señor de su parcela. Por mucho que moleste a los oídos de sus dirigentes, de seguir así el PRI puede involucionar, volver a los caudillismo disfrazados de autonomía regional, a la fragmentación o al autoritarismo como fórmula de orden y aun ganando podría perder. Los recientes forcejeos entre Roberto Madrazo y algunos gobernadores, o entre la Maestra y su dirigente máximo, dan cuenta de las enormes dificultades que el PRI tiene para darse reglas nacionales legitimas, para procesar sus dificultades internas en un marco de legalidad democrática, respetando los códigos elementales que, en teoría, deberían regir las relaciones entre correligionarios. Pero no es así, pues en la guerra por las candidaturas ninguno se abstiene de las peores amenazas y deja de emplear frases lapidarias construidas en el más puro lenguaje de riña callejera. No es una exageración decir que la palabra traición resume el estado de ánimo. El líder del PRI mexiquense, al que le gustan los actos nocturnos con antorchas, lanza fuego por la boca, pone en entredicho la unidad del partido y amenaza con la "insurgencia permanente". La profesora, por su parte, se lava las manos, mueve sus hilos en los medios y también protesta para no hacerse responsable de exclusiones y compromisos rotos. El presidente del partido, atacado por varios frentes, responde definiendo a adversarios, según reseña periodística de El Universal como "antidemocráticos, oportunistas, desleales, nostálgicos de apellidos sexenales, caciques, cortesanos, chantajistas, almas enanas", para terminar con un exhorto: "No tendrán que romper con el partido para irse, porque primero el partido evitará que lo engañen".

Quienes creyeron que la derrota obligaría al priísmo a una especie de refundación democrática se equivocaron. Ciertamente pervive, se olfatea el poder, la necesidad de poseerlo a cualquier precio, al grado de que se han vuelto incapaces de sentir o despertar cualquier otra emoción que no sea la que remite al oscuro callejón donde se reparten las cuotas de poder. Pero nada más. Y es que no hay propuesta que valga si los partidos no creen lo que les escriben sus intelectuales, si sus programas están sujetos al compromiso oportunista de los líderes del momento, si las aspiraciones de sus votantes se instrumentalizan para servir (una vez más) a los fines personales de sus dirigentes.

En cierta forma, y aunque sea una obviedad decirlo, el gran problema de la política contemporánea en México -no sólo del PRI, como creen algunos cándidos- es la pérdida de verdaderos ideales políticos, de causas por las cuales valga la pena organizarse y actuar. En ese punto, por el contrario, todos los partidos se igualan para parecer neutrales. Ninguno se compromete seriamente con un planteamiento, con una propuesta diferenciada que lo distinga en los hechos. Canceladas la grandes referencias históricas, desde la Revolución Mexicana hasta el socialismo y la democracia, nuestros institutos políticos vegetan improvisando una visión del país y del mundo que recogen en los márgenes del mundo moderno, pero actúan como siempre con el más puro oportunismo. No es razonable pedir que los partidos repitan en la calle sus discursos del Palacio de Minería ante el rector y el presidente del IFE, pero sí hay que exigirles un esfuerzo sostenido para tratar de elevar el nivel de la contienda o, por lo menos, para no engañar a la ciudadanía con el señuelo de las "opciones" que, por lo que llevamos visto, se reducen a la calidad de los publicistas encargados de la propaganda.

El PRI, con Madrazo a la cabeza y la Maestra en la Cámara nos dará sorpresas, quién lo duda. No habrá que esperar a 2006 para verlas.

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