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México D.F. Sábado 17 de mayo de 2003

Familiares de las víctimas de polleros en Victoria, Texas, dan testimonio de las horas postreras de los migrantes

Sin empleo, indocumentados de Guanajuato sólo fueron a morir

Esperan los cuerpos de los hermanos Rivera Gámez y Héctor Ramírez Robles; este último dejó a su esposa embarazada

MARTIN DIEGO CORRESPONSAL

Santacruz de Juventino Rosas, Gto., 16 de mayo. En la casa número 210 de la calle Pinos, en la comunidad de Pozos, se llora de desesperación. Llegan noticias de todos lados, las 30 personas que viven en la vecindad corren, se arremolinan cada que suena el único teléfono de la vivienda de Raúl Rivera Gámez.

A mitad de la casa se encuentra Adelina Gámez Hernández, madre de Roberto y Serafín Rivera Gámez, dos de los tres guanajuatenses que el miércoles fueron hallados muertos en una caja de tráiler abandonada en la carretera 77, al sur de Victoria, Texas.

Observa unas fotografías de sus hijos, se santigua en repetidas ocasiones frente a un improvisado altar y, de vez en vez deja escapar sus lágrimas que enjuga con su delantal ante la mirada de sus otros ocho hijos vivos y la descendencia de éstos.

La mañana del 5 de mayo, los hermanos Serafín y Roberto depositaron mil 800 dólares en una cuenta de Western Union a nombre de Faustino Malle, residente en San Benito, Texas; cuando llegaran a Estados Unidos pagarían el resto por su traslado.

Esa misma tarde, acompañados por Héctor Ramírez Robles, José Arellano Gámez e Israel Rivera Sánchez partieron rumbo a Celaya para abordar el autobús que los llevaría a Reynosa, Tamaulipas. "No volvimos a saber de mis hermanos; nomás que por las noticias", recuerda Julián Rivera Gámez.

"No perdemos la esperanza de que sea un error y estén vivos. Hay gente que no han identificado, por lo que tenemos fe de que entre esos estén nuestros hermanos", dice por su parte Raúl Rivera Gámez.

En Pozos, la mayor parte de los hombres labora por jornales de 70 pesos el día. "Hay quienes trabajan una semana y se pasan hasta tres sin nada de trabajo. La gente pide dinero prestado a los que tienen porque les mandan de allá (de Estados Unidos), y de eso se sostiene uno, pero hay que pagar, y es cuento de nunca acabar. Aquí no hay empleo", agrega.

Un niño de siete años corre por el estrecho pasillo de la vivienda; se divierte con un carrito de juguete. Se llama Alejandro, cuando observa al reportero corre a buscar a una pequeña a quien hace tres años bautizaron como Kimberly.

Son los hijos de Serafín Rivera Gámez, quien a sus 34 años partió, por segunda ocasión, a Estados Unidos. "La primera vez se fue a Palmero, en Florida, donde trabajaba en una empacadora de tomate. El ya sabía cómo irse, nomás que le dijeron que se fuera con otro pollero, y ya ve", relata Julián Rivera Gámez.

Su esposa, María del Carmen Rico Sánchez, no quiere saber nada. Llora desconsolada y busca a sus pequeños, quienes la miran y se esconden en su regazo.

En esa casa se presenta su concuña Cecilia Gámez Jaralillo, quien con dos meses de embarazo aún carga a su hijo Juan, de tres años. Dice que "Roberto (Rivera Gámez, su esposo) se fue para tener dinero para el bautizo y para la casa" que sobre esa misma calle se observa a medio construir. "Como no conseguía trabajo desde hace harto tiempo se fue al otro lado, porque también teníamos deudas, poquitas, pero ya quería él pagar todo. Nomás que ya ve", dice y se limpia las lágrimas que resbalan por sus morenas mejillas.

Poco antes de la partida de los cinco santacrucenses se corrió la voz por el pueblo de que vendría un coyote para llevar gente al norte. Los hermanos Rivera Gámez, además de Héctor, José e Israel (todos ellos hallados en el contenedor en Texas) empezaron la búsqueda de dinero.

"A mí me da la impresión de que ni conocían a ese coyote, que nomás lo conocían por teléfono, porque así nomás se hablaban. Así les pasó el número para que depositaran el dinero y les dijo que salieran a las 5:00 de Celaya y que los iba a ver en el cuarto 17 del hotel La Villita, en Reynosa (Tamaulipas). Todo fue así. Nunca conocimos al coyote", dice Francisco, otro de los hermanos Rivera Gámez.

Cerca de allí, en la calle Independencia, vive Laura Almanza Cruz, esposa de Héctor Ramírez Robles, el tercero de este pueblo que murió. "Me dijo que se los iban a llevar en un tráiler, yo le contesté que era peligroso. Nadie conocíamos a ese Félix Apolonio ni al otro de nombre Chava (Salvador) Ortega, que fueron quienes se los llevaron. Ellos decían que eran de Salvatierra.

"Nos dijeron que para el lunes 12 de mayo ya iban a estar en Florida, y que de ahí iban a llamar. Pero no hablaban, y por eso le llamé a ese tal Félix Apolonio y le pregunté que dónde andaban. Me dijo que en Reynosa, que no habían pasado porque estaba dura la vigilancia. Que todos estaban bien. Le pedí que saludara a Héctor (su esposo) y colgamos.

"Al otro día escuché las noticias y vi el tráiler; luego luego me dije 'son ellos', salí corriendo a buscar a los vecinos. Sí eran ellos. Se fue sólo a morir". Laura llora desconsolada.

Una vecina la mete a su domicilio. Enseguida sale. Van por un viejo chevrolet que conduce un anciano. Suben a Laura. "Vamos a Juventino, se puso mala la señora", dicen mientras se alejan.



El niño Marco Antonio iba con su papá porque "no podía vivir sin él"

TRIUNFO ELIZALDE

Los familiares de José Antonio Villaseñor León, de 29 años, y su hijo Marco Antonio Villaseñor Acuña, de siete, muertos por asfixia junto con 17 personas más dentro de un contenedor para tráiler abandonado cerca de la comunidad de Victoria, Texas, reclaman a los gobiernos de México y Estados Unidos que "pongan fin al calvario que sufren los indocumentados mexicanos, quienes, por no existir un acuerdo migratorio, tienen que sufrir infinidad de riesgos, incluso la pérdida de la vida.

Entrevistado en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM), Salvador Villaseñor del Villar, primo de José Antonio, manifestó que éste trabajaba un taxi de su propiedad en el Distrito Federal, pero "el deseo de progresar y reunirse con uno de sus hermanos que vive en San Antonio le movió a irse a Estados Unidos e internarse de manera ilegal junto con su pequeño hijo, Marco Antonio, sin saber lo que les esperaba".

Agregó que se sabe que los cadáveres de José Antonio y Marco Antonio "pueden llegar de un día para otro, y el cónsul mexicano en San Antonio nos ha dicho que está atento a brindar atención a los familiares de todos los indocumentados del país fallecidos y los que están hospitalizados, que esperan se practique la autopsia a los cuerpos, y cuando más en cuatro días serán traídos a México.

Explicó que padre e hijo se marcharon del Distritio Federal el pasado miércoles 7; estuvieron en Reynosa "esperando la oportunidad de pasar a Texas, en un tráiler, según comentó José Antonio por teléfono a una de sus hermanas, el viernes 9, por lo que cuando el martes por la noche una televisora mexicana dio a conocer que las autoridades migratorias estadunidenses habían encontrado en un contenedor para tráiler a 70 personas que viajaban hacinadas, escondidas, de las cuales 18 habían muerto por asfixia, tuvo el presentimiento de que a su hermano y sobrino "algo les había sucedido".

Según comentarios de Villaseñor del Villar, empleado de Aeroméxico, su prima comenzó de inmediato a buscar la forma de conocer quiénes eran las personas fallecidas en lo que ahora se conoce como el "contenedor de la muerte". Ya se sabía que tanto los fallecidos como los sobrevivientes habían sido abandonados por un pollero en la caja de un tráiler, a 117 kilómetros de San Antonio, Texas. Fue hasta el siguiente día cuando supo que entre los ilegales muertos figuraban su hermano y su sobrino.

Lleno de angustia por la tragedia que vive su familia debido a lo sucedido a su primo y a su sobrino, Salvador comentó que el pequeño Marco Antonio acababa de regresar a lado de su padre, "porque no podía vivir lejos de él". Siempre le estaba rogando que se lo llevara, hasta que su madre (que se había separado de José Antonio) le entregó al pequeño "para que no sufriera más".

Las autoridades conocen a los polleros

En momentos irritado por los hechos, Salvador exige que "se acabe con este martirio, con esta situación que no puede continuar y de la que son culpables los cinco gobernadores de los estados fronterizos del sur de Estados Unidos, quienes tienen pleno conocimiento de lo que pasa, y no dudo que inclusive conozcan quiénes son los polleros, pero no se les combate como debiera ni al otro lado de la frontera ni en México, donde el tráfico de personas está latente y se sabe quiénes son los traficantes, pero no se les persigue como debe, porque es un sucio negocio en el que las autoridades están inmiscuidas por la corrupción.

La entrevista con Salvador Villaseñor del Villar fue posible porque se enteró de que los cuerpos sin vida de sus parientes iban hacer traídos la tarde de ayer. Lo cual no sucedió. Poco después de las 20 horas también arribó al aeropuerto Antonio Villaseñor Acuña, hijo y hermano de los ahora occisos, el cual repitió más o menos la tragedia sufrida por su padre y el pequeño Marco Antonio.
 

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