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México D.F. Domingo 18 de mayo de 2003

El móvil

Javier Cercas

Alvaro se tomaba su trabajo en serio. Cada día se levantaba puntualmente a las ocho. Se despejaba con una ducha de agua helada y bajaba al supermercado a comprar pan y el periódico. De regreso, preparaba café, tostadas con mantequilla y mermelada y desayunaba en la cocina, hojeando el periódico y oyendo la radio. A las nueve se sentaba en el despacho, dispuesto a iniciar su jornada de trabajo.

Había subordinado su vida a la literatura; todas sus amistades, intereses, ambiciones, posibilidades de mejora laboral o económica, sus salidas nocturnas o diurnas se habían visto relegadas en beneficio de aquélla. Desdeñaba todo lo que no constituyese un estímulo para su labor. Y como la mayoría de los trabajos bien remunerados a los que, en su calidad de licenciado en Derecho, podría haber tenido acceso exigían de él una dedicación casi exclusiva, Alvaro prefirió una modesta plaza de asesor jurídico en una modesta gestoría. Este empleo le permitía disponer de las mañanas para dedicarlas a su tarea y le libraba de cualquier responsabilidad que lo distrajera de la escritura; también le ofrecía la indispensable tranquilidad económica.

Juzgaba que la literatura es una amante excluyente. O la servía con entrega y devoción absolutas o ella lo abandonaría a su suerte. Tertium non datur. Como toda las otras artes, la literatura es una cuestión de tiempo y trabajo, se decía. Recordando la célebre sentencia que sobre el amor había dictado un severo moralista francés, Alvaro pensaba que la inspiración es como los fantasmas: todo el mundo habla de ella, pero nadie la ha visto. Por eso aceptaba que toda creación consta de un uno por cierto de inspiración y un noventa y nueve por ciento de transpiración. Lo contrario era abandonarla en manos del aficionado, del escritor de fin de semana; lo contrario era la improvisación y el caos, la más detestable falta de rigor.

Consideraba que la literatura había sido abandonada en manos de aficionados. Una prueba concluyente: sólo los menos egregios de sus contemporáneos se entregaban a ella. Campeaban por sus respetos a la frivolidad, la ausencia de una ambición auténtica, el comercio conformista con la tradición, el uso indiscriminado de fórmulas obsoletas, la miopía y aun el desprecio de todo cuanto se apartara de las vías de un provincianismo estrecho. Fenómenos ajenos a la propia creación añadían confusión a este panorama: la carencia de un entorno social estimulante y civilizado, de un ambiente propicio al trabajo y fértil en manifestaciones aledañas a lo propiamente artístico; incluso el mezquino arribismo, que se valía de la promoción cultural como rampa de acceso a determinados puestos de responsabilidad política... Alvaro se sentía corresponsable de tal estado de cosas. Por ello debía concebir una obra ambiciosa de alcance universal que espoleara a sus colegas a proseguir la tarea por él emprendida.

En España y Latinoamérica, sin contar con el amplio mercado de las traducciones, Javier Cercas es sin duda alguna uno de los autores más leídos en castellano a partir de la reciente publicación de Soldados de Salamina (Tusquets, 2001). El boom de ventas, que en su caso se corresponde felizmente con un público que no sólo compra los libros sino que los lee, nada tiene que ver con las truculencias de la estrategias de mercado. Cercas, nacido en Cáceres el año de 1962, se dio el doble lujo, primero, de ser un confortable autor casi anónimo y escribir lo que le pareció sensato -El inquilino y El vientre de la ballena son buenos ejemplos de esa época de cualquier forma no tan remota, apenas hace cuatro años-, y, segundo, convertirse en un best-seller, en el mejor sentido del término (esto es: el que vende porque vale y no a la inversa) con la mencionada Soldados de Salamina y continuar con la tarea que más le agrada: escribir sólo aquello que le parece sensato. El éxito innegable de Cercas, tiene por lo menos un par de salientes visibles: la insistencia en un lenguaje directo aunque no por ello carente de recursos, e historias en las que los personajes se aprecian plenos de vida, usualmente a caballo en entre un conflicto interno y uno social. Esta ocasión entregamos al lector, gracias a Tusquets, un adelanto del nuevo libro de Javier Cercas, la novela corta titulada El Móvil, que en su momento fue considerada como un relato y así apareció en 1987, junto con otros cuatro relatos. En esta ocasión El móvil nada con sus propias fuerzas y a lo largo de 110 veloces páginas traslada al lector al mundo de su protagonista, Alvaro, quien ha tomado una de las más enriquecedoras pero aleatorias decisiones que en la vida profesional existan: ser escritor. Con la apastillada prosa de esta novela corta, Cercas se mantiene en lo suyo: hacer únicamente aquello que le es pertinente, escribir lo que quiere y como quiere, sin mirar al menos al mercado del cual, por cierto, es ya uno de sus hijos predilectos. CESAR GÜEMES

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